Sant'Egidio: medio siglo sentados a la mesa para negociar la paz
En sus 50 años de vida, Sant’Egidio ha participado activamente en negociaciones en numerosos países, como Mozambique, Burundi o Argelia. Los impulsores de los corredores humanitarios trabajan ahora sin descanso en República Centroafricana
Nació de la intuición de un joven italiano y su grupo de amigos. Tenían 18 años y una cosa clara: el Evangelio tenía la fuerza para cambiar la realidad, «más allá de la acción política e ideológica que impregnaba el 68», explica uno de los responsables de la Comunidad de Sant’Egidio en Madrid, Jesús Romero. «La propuesta de Andrea Riccardi fue que las estructuras no se cambian si el cambio no empieza en las personas. Por eso esta familia de comunidades dio sus primeros pasos rezando con los niños de las periferias de Roma». Así nacieron las Escuelas del Evangelio, «con gente alejada de la Iglesia, con las madres y los padres de los niños que se atendían en los barrios. Establecieron puentes de amistad y diálogo que no se quedaron en un mero voluntariado, sino que se crearon comunidades en torno al Evangelio y la amistad», recuerda Romero.
La presencia en los barrios de la periferia «hizo ver a los que ya formaban parte de la Comunidad de Sant’Egidio que la violencia marca la vida de la gente». Si esto ocurría a pequeña escala en las ciudades europeas, «cuánto más marcaría la vida de países con generaciones enteras de niños nacidos en medio de esa violencia». Por eso, el salto al papel en la mediación de conflictos llegó de manera natural: «Ante lo que vemos en la ciudad, en el mundo, nos preguntábamos: ¿Y yo qué puedo hacer?». Una visita de un obispo mozambiqueño a Roma en 1976, justo un año después de la independencia del país, «nos interpeló sobre lo que hacer en aquella tierra castigada por la guerra». La primera respuesta fue «llevar barcos con medicinas», pero el sueño no quedó en eso. «Dimos el paso de dialogar con unos y otros, de intentar entender sus motivos. Conocimos a responsables del Gobierno y la guerrilla y tras hablar con ellos los invitamos a Roma para que tuvieran un primer encuentro discreto, familiar, fuera de los focos mediáticos, donde pudieran hablar tranquilos como viejos conocidos que habían luchado juntos contra Portugal», señala Romero, presente en aquellas negociaciones de paz.
En medio del fuego
El primer encuentro fue en Roma en julio de 1990. Tras 15 años de guerra, Mozambique era el país con el Índice de Desarrollo Humano más bajo del mundo. Con millones de muertos y desplazados, «estaba totalmente aniquilado, nadie podía tener esperanza. Estados Unidos había intentado mediar, la Unión Europea también… y nada funcionaba. Nosotros tuvimos la intuición de aproximarnos al conflicto desde un punto de vista humano. Entendíamos que era difícil que tras 15 años de saqueos pudieran ponerse de acuerdo, pero los hermanos se reconcilian porque hay un padre que los une. Así tenía que ser y así fue».
En este primer encuentro se siguió la metodología de Juan XXIII: «Los alentamos a centrarse en lo que les unía en lugar de en lo que les dividía, a buscar elementos en común, como por ejemplo, ser parte de la misma realidad nacional. Porque tanto el Gobierno como la guerrilla se sentían totalmente mozambiqueños», explica Mauro Garofalo, responsable de relaciones internacionales de la Comunidad de Sant’Egidio. «La clave estuvo en conocer de antemano el alma del pueblo. Fuimos paso a paso, tomando contacto con la Iglesia local, que estaba perseguida por el Gobierno. Después empezamos a conocer a miembros de la guerrilla… pusimos mucho énfasis en la relación personal» Y el hecho de ser de fuera, algo que se podía ver como una debilidad, «resultó una fortaleza, porque nos veían como algo neutral. Ambos bandos entendieron desde el comienzo que lo único que movía a Sant’Egidio a entrar en su terreno era un profundo amor a la paz y a su país», añade Garofalo. Mozambique firmó la paz en octubre de 1992.
«Solo si somos eficaces»
Tras el primer paso de mediación en Mozambique, un país que ahora se considera un ejemplo «porque después de 25 años sigue en paz, algo que pone de manifiesto que es posible», la Comunidad de Sant’Egidio ha participado en «el protocolo del alto el fuego en Burundi, en el acuerdo para poner en marcha la plataforma de democratización de Argelia, hemos ayudado en Liberia, ahora estamos presentes en República Centroafricana, en Kenia, en Guatemala… y participamos en otros procesos como observadores, pero no los sacamos a la luz por petición de los propios países», explica Jesús Romero. Los conflictos no se eligen, «es una petición que nos llega. Lo único que hacemos antes de implicarnos es contestarnos a esta pregunta: “¿Vamos a ser eficaces o no?”, porque nuestros recursos son limitados», añade Garofalo.
Cada conflicto es diferente, cada pueblo es diferente y la historia de cada país es diferente, «pero hay elementos que no cambian: somos una comunidad de creyentes, en Libia o en Filipinas. Y también están presentes factores humanos –como la violencia– y se necesitan expertos en humanidad para hacer frente a ello», recalca el responsable de relaciones internacionales de la institución.
Francisco visitó el pasado domingo el barrio romano del Trastévere para celebrar el 50 aniversario de la Comunidad de Sant’Egidio con el fundador, Andrea Riccardi, los responsables y muchas de las personas a las que ayudan: refugiados, inmigrantes ancianos, pobres… Allí escuchó a los verdaderos protagonistas, como Jafar, un joven sirio de 15 años que llegó a Italia desde Líbano junto a su madre a través de un corredor humanitario puesto en marcha por la comunidad en el país. La metralla de una bomba caída en Damasco dejó ciega a su madre mientras intentaba proteger a su otro hijo pequeño, por lo que «ahora yo soy sus ojos y hablo por ella», dijo Jafar a Francisco.
El Papa animó a los miembros de la comunidad a «continuar al lado de los ancianos, a veces descartados, que para vosotros son amigos» y les pidió que sigan «abriendo corredores humanitarios para los refugiados de la guerra y del hambre. ¡Los pobres son vuestro tesoro!», exclamó.
El Papa lamentó que «el mundo de hoy está con frecuencia dominado por el miedo. Y los temores se concentran con frecuencia en el extranjero, en quien es distinto de nosotros, o en los pobres, como si fuesen enemigos. La atmósfera de miedo puede contagiar también a los cristianos», advirtió, y volvió a resumir el carisma de la comunidad en tres palabras: «plegaria, pobres y paz».