Adriano dell’Asta: «El abrazo de Francisco y Cirilo ha provocado más gestos únicos»
Adriano dell’Asta, vicepresidente de la fundación Russia Cristiana, hace balance del histórico encuentro entre el Papa y el patriarca de Moscú en La Habana, hace dos años. Subraya como un factor importante del acercamiento el pontificado de Benedicto XVI: «Era muy estimado como teólogo. Su Introducción al cristianismo se editaba de forma clandestina bajo el régimen soviético»
¿Qué balance hace, dos años después de ese histórico momento?
Ahora estamos en una fase en la que es más fácil que haya encuentros, también de alto nivel. Subsiste sin embargo el problema de que una parte de la Iglesia ortodoxa lo vio con sospecha y fastidio. Hubo personalidades, también algunas significadas, que acusaron a Cirilo de haberse reunido con un hereje. Algunas personas no han querido decir nada. Para otras, ha sido un primer encuentro, en cierto sentido, político. Y un tercer grupo ha reaccionado a este encuentro relanzando el reto.
¿A qué se refiere?
Dicen que el hecho de que el Papa y el patriarca de Moscú se hayan podido reunir significa que puede haber relaciones amistosas entre ambas iglesias, y que debemos dar más pasos en esa dirección. Por ejemplo, después del encuentro de La Habana, un grupo de ortodoxos rusos y ucranianos publicó, de forma totalmente independiente, una carta en la que pedían perdón por el pseudosínodo de Leópolis de 1946, [que asumía a la Iglesia grecocatólica en la Iglesia ortodoxa, N. d. R.], y que supuso la ilegalización de los católicos de rito oriental en la URSS. Es absolutamente único que algunos ortodoxos pidan perdón por esto. Esto es relanzar el gesto a lo grande, que pide seguir avanzando y dice «hemos dado un paso, demos otro». Claro que esto también obliga a los católicos a dar pasos. ¿Qué pasará? No lo sabemos, y no descarto que también haya pasos atrás.
Tras la descomposición de la URSS, en Rusia haría falta una reconstrucción espiritual tremenda. ¿Qué papel ha jugado Russia Cristiana en este proceso?
Había un deseo absolutamente evidente de vida cristiana. El problema era restituir un espesor cultural a ese deseo del corazón. 70 años de régimen habían descristianizado profundamente el país y este debía ser reconciliado con su tradición e historia. Cuando todavía existía la URSS, nuestra organización buscó testimoniar la vida de la «Iglesia del silencio», ayudar a los creyentes perseguidos y construir la unidad visible de la Iglesia. Publicábamos en Italia una revista, y publicábamos los textos más importantes de la tradición rusa. Cuando la situación se liberalizó un poco, justo antes de la caída del régimen, empezamos a traducir al ruso textos de autores occidentales como De Lubac y Giussani, y a publicar en este idioma vidas de santos rusos y occidentales.
Tras la caída del Muro, fundaron un centro en el mismo Moscú.
En efecto. Con Cáritas Moscú y un centro cultural de la Iglesia ortodoxa, abrimos la Biblioteca del Espíritu, que tiene una librería y organiza encuentros y conferencias para hacer posible el contacto entre católicos y ortodoxos. Nuestros amigos ortodoxos envidian este centro, en el buen sentido de la palabra, porque ven en él un lugar en el que se puede discutir libremente conservando el propio rostro e identidad, porque es una identidad no agresiva, acogedora, y se puede realmente intercambiar riquezas.
Durante esos años, estaba teniendo lugar también el restablecimiento de la Iglesia católica en Rusia, una labor muy delicada. ¿Les afectó?
Fueron momentos de tensiones muy fuertes, por la acusación de hacer proselitismo que hacían los ortodoxos a los católicos. Pero a nosotros nunca nos molestaron. Quienes nos conocían comprendían en seguida que nuestra presencia no iba en ese sentido en absoluto. Me refiero a la labor de personas como nuestra investigadora Giovanna Parravicini, que trabajaba también en la Nunciatura de Moscú. Podría poner muchos ejemplos. Por ejemplo, un día Giovanna conoció a un monje lleno de sospechas, que hablaba fatal de la Iglesia católica con todas las viejas historias.
¿Qué respondió?
No lo hizo, no hacía falta. Solo le hizo ver un libro de arte, no recuerdo si sobre las catacumbas o sobre algo ligado a la tradición oriental en occidente. En ese momento fue evidente para el monje que quien tenía en frente no era una adversaria sino alguien que tenía la misma tradición y el mismo espíritu dentro de la diversidad, y hoy son grandísimos amigos. Hoy hay muchas relaciones buenas que nacieron entre la sospecha y la dificultad.
¿Las suspicacias, entonces, han ido desapareciendo?
Sí. Porque el contacto con los católicos se ha hecho más frecuente, por la presencia y el trabajo del obispo de Moscú, monseñor Pezzi, que es un buenísimo testimonio de esta presencia no agresiva ni amenazadora. Se mantienen los problemas de las iglesias grecocatólicas, de la restitución de los templos, pero la atmósfera general ha cambiado.
¿Ha influido el hecho de que en los últimos 13 años ya no hubiera un Papa eslavo, y polaco para más señas?
Seguramente ha sido uno de los factores. Pero no el único. Que su sucesor, Benedicto XVI, fuera alemán, también podría haber suscitado sospechas. Pero hemos ido avanzando en el conocimiento mutuo. Además, Ratzinger era muy estimado como teólogo. Entre las publicaciones del Samizdat, el movimiento clandestino que editaba y distribuía publicaciones prohibidas, hemos encontrado una edición de su Introducción al cristianismo, hecha por solo Dios sabe quién. Esta estima ha ido creciendo, y tuvo un momento muy significativo en el encuentro de La Habana, con todos sus límites.
¿Cuál es, en su opinión, la clave para alcanzar algún día esa unidad visible por la que trabajan?
El padre Romano Scalfi, nuestro fundador, siempre ha enseñado y testimoniado que los católicos deben volverse siempre más profundamente católicos y los ortodoxos más profundamente ortodoxos para alcanzar la unidad.