La Iglesia, frente al totalitarismo
El sacerdote e historiador valenciano don Vicente Cárcel Ortí ha iniciado un importante trabajo de investigación de los documentos vaticanos sobre la Segunda República y la Guerra Civil española, muchos de ellos inéditos. Éste es un pequeño adelanto
Por decisión personal de Benedicto XVI, ha quedado abierta a los investigadores la documentación relativa al pontificado de Pío XI (6 de febrero de 1922 – 10 de febrero de 1939). Esto ha suscitado cierto interés en algunos medios de comunicación que buscan el sensacionalismo y la polémica; sobre todo, porque, junto al Papa Pío XI, está su Secretario de Estado, el cardenal Eugenio Pacelli, después Papa Pío XII. Pero los estudiosos, serios y rigurosos, seguirán su ritmo habitual, sin moverse por alicientes superficiales o sugerencias frívolas.
La apertura de los archivos es muy importante para la historia de España y de la Iglesia, porque nos permitirá conocer directamente las fuentes documentales inéditas de dos décadas cruciales, que todavía hoy siguen encendiendo controversias y polémicas, no exentas de manipulación y revisionismo, que intentan alterar la verdad histórica. Coincide esta apertura con el 75º aniversario de la proclamación de la Segunda República Española y el 70º del comienzo de la Guerra Civil, la mayor tragedia vivida por los españoles a lo largo de su historia. A estos dos hechos históricos, va intrínsecamente unida la gran persecución religiosa republicana, que, en realidad, empezó de forma solapada en mayo de 1931; continuó en octubre de 1934, en Asturias y otros lugares de España, y acabó con el holocausto de sacerdotes, religiosos y seglares católicos, entre 1936 y 1939.
Durante más de medio siglo, las tesis historiográficas han estado radicalmente enfrentadas entre dos concepciones ideológicas irreconciliables. Y aunque hoy se intenta hacer una historiografía más serena, resulta muy difícil superar dos mitos del pasado, que condicionan nuestro presente: el republicanismo y el franquismo. Por ello, es necesario conocer las fuentes históricas y dejar hablar a los documentos, sin pretender juzgar el pasado con los criterios de hoy. Y para conseguir este objetivo, he iniciado un ambicioso proyecto, que tiene prevista la edición crítica de todos los documentos inéditos: despachos, cartas y papeles varios. Una tarea que exigirá varios años de trabajo intenso y metódico (¡si Dios me da suficiente salud para realizarlo!), y que quiere ser una aportación rigurosa y documentada a la cultura española de nuestro tiempo, además de un servicio a la Iglesia en un momento en que poco se aprecia su presencia y fecundidad en nuestra confusa y turbada sociedad en los albores del siglo XXI.
Labor humanitaria del Vaticano
La documentación que hasta ahora he podido consultar confirma la ingente tarea del nuncio Tedeschini para negociar con la República en momentos tan difíciles, para evitar la disolución de los jesuitas y para defender, en general, la actividad de la Iglesia frente a una política cada vez más hostil, discriminatoria y humillante. La República no respetó los sentimientos religiosos de los católicos españoles.
También se documenta la actividad humanitaria de monseñor Antoniutti sobre prisioneros políticos y condenados a muerte. El archivo conserva listas oficiales de unos y otros, así como numerosa correspondencia familiar de quienes solicitaban la intervención del representante pontificio, pidiendo clemencia. La delicada situación personal del cardenal Vidal, arzobispo de Tarragona, a quien el Gobierno nacional no permitió regresar a España, fue bien documentada por Antoniutti. Y también la repatriación de los niños vascos.
La Nunciatura de Cicognani, que empezó en 1938, se distinguió al principio por su acción humanitaria en el último año del conflicto, por su firme actitud frente a la propaganda y las influencias nazis en la España nacional y también frente a la prepotencia de la Falange. Pío XI intervino directamente ante el Gobierno nacional para impedir los bombardeos aéreos sobre poblaciones civiles, y tuvo que resignarse ante la negativa de Franco, que rechazó toda componenda y reafirmó la resolución firmísima de no admitir ningún intento de mediación ni armisticio con los rojos, porque representaban la barbarie soviética, según el lenguaje que aparece en los documentos. A pesar de ello, se le pidió al nuncio Cicognani, en diciembre de 1938, que preguntara al Gobierno si estaría dispuesto a una tregua natalicia de 24 o 48 horas, que el Papa pediría a las dos partes en guerra, pero el ministro de Asuntos Exteriores le manifestó que no era posible tregua alguna debido a las exigencias militares, ya que era inminente la ofensiva contra Cataluña, reinando mucho optimismo en el Ejército, que veía próximo el fin de la guerra con la victoria total.
Reconstruir la tragedia española de 1936 fiándonos solamente de los testimonios de los republicanos es un error, como también lo es prestar atención solamente a lo que dijeron los nacionales. Los primeros lucharon contra los segundos porque los consideraron invasores y rebeldes. A sus ojos la guerra tenía muy poco de santa; es más, no tenía nada de santa. El orgullo de los nacionales hirió el orgullo de los republicanos y desencadenó su ira con una serie de venganzas, porque los primeros nunca consiguieron comprender las razones de sus adversarios. De ahí el odio implacable de los historiadores y memorialistas republicanos contra los nacionales, unido al desprecio por la ideología que impusieron con la fuerza de las armas. Sin embargo, debemos hacer un esfuerzo, setenta años después, a pesar de la parcialidad inherente a cada persona, para reconocer que, entre tantos vicios y defectos, republicanos y nacionales también tenían algunas virtudes: la sagacidad, la valentía, el vigor y la habilidad de algunos personajes.
Ahora, los documentos vaticanos nos confirman datos que ya conocíamos y nos descubren otros que ignorábamos y resultan sorprendentes para el historiador.