El Papa Francisco ha convocado para el próximo 23 de febrero, primer viernes de Cuaresma, una Jornada de oración por la paz, ofreciéndola en particular por la población de la República Democrática del Congo y la de Sudán del Sur.
La Cuaresma se vive en el contexto social y eclesial de cada época. Estamos en la era de la comunicación global, en un mundo donde la amenaza de una tercera guerra mundial «por partes», no es algo retórico, sino que se está haciendo evidente en la cultura del descarte, en los enfrentamientos crónicos en África y en otros lugares del mundo. Así como en la violencia organizada, en los arriesgados separatismos, y en los demagógicos populismos que arruinan a los países. En esta misma línea, pero subrayando el aspecto espiritual de la actualidad, va el reciente Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2018, Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría (Mt 24,12); de lectura y meditación obligada en este itinerario hacia la Pascua.
En medio de este panorama nada halagüeño, pero muy real los cristianos, como artesanos de la paz, nos disponemos a recorrer el camino cuaresmal que nos conducirá hacia los acontecimientos centrales de nuestra fe: Pasión-Muerte-Resurrección de Jesucristo, Hijo de Dios vivo. Para ello, dice el Papa: «La Iglesia nuestra madre y maestra, además de la medicina, a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la Oración-Ayuno-Limosna».
Deberíamos preguntarnos en esta Cuaresma: «¿Qué puedo hacer yo por la paz?» (PP. Francisco). Vivir este período litúrgico en clave de búsqueda de la paz, mediante la conversión personal y la solidaridad con aquellos que sufren la violencia y la guerra. Lo primero que debemos hacer, es rezar para alcanzar la paz del corazón. También hay que orar por la concordia entre los hombres y los pueblos. Siempre necesitaremos la ayuda divina, «que hace de lo imposible, lo posible» (Lc 1,37). De ahí, que en este tiempo fuerte de Cuaresma hemos de frecuentar más el trato íntimo con el Señor, implorando incesantemente por «la paz de los de cerca y los de lejos» (Ef 2,13-18).
Privarse de alimentos u otras cosas, como ofrenda a Dios en favor de los pobres, no es un mero paréntesis ascético en algunos momentos, sino que pertenece a lo ordinario de la vida cristiana. El hombre de fe, no solo vive de pan, «sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4). Quienes refrenan sus pasiones, confrontan su vida con el Evangelio y se alimenta de la Mesa del Señor, se convierten en agentes de la paz de Cristo.
La practica de la limosna, nos libera del pecado de adorar la mundanidad que «engañan a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio» (PP. Francisco). Pero a Dios nadie le gana en generosidad, lo que tu das a un pobre se te multiplica por 100 y luego te da la vida eterna. El desprendimiento de lo material nos capacita para ser constructores de la paz, porque solo los generosos, aquellos que tienen verdadero amor a su prójimo, saben construir puentes de concordia entre los hombres y las naciones.