20 años para transformar Benín - Alfa y Omega

20 años para transformar Benín

El misionero Juan Pablo López Mendía es uno de los protagonistas de la campaña de Manos Unidas 2018

Ricardo Benjumea
Una de las fuentes instaladas gracias a la misión de Fô-Bouré en la comuna de Sinendé (Benín)
Una de las fuentes instaladas gracias a la misión de Fô-Bouré en la comuna de Sinendé (Benín). Foto: Manos Unidas / Icíar de la Peña.

Juan Pablo López Mendía (Logroño, 1963) iba para médico. Y para padre de prole extensa, siguiendo dos arraigadas tradiciones familiares (hijo de un médico y de madre enfermera, en su casa eran ocho hermanos). Pero todo cambió cuando, al terminar primero de Medicina, se fue con un grupo de jóvenes de la parroquia a Taizé. «El caso es que en una oración me dormí, y al despertar sentí que el Señor me pedía que lo dejara todo».

Cuando, ya ordenado, se «alistó» para la misión, le destinaron a África. Llegó a Benín sin conocer una palabra del idioma local, el baribá; tampoco el francés, que facilita la comunicación entre personas de distintas etnias. Por si fuera poco, pasó los primeros meses prácticamente enfermo todo el tiempo. Fue, visto con perspectiva, «un comienzo muy bonito» que le puso en su sitio. Porque «si no, uno se cree a veces que los blancos lo sabemos todo. Hay que rebajarse. Primero necesitamos ver y escuchar a la gente: saber por qué ríen, por qué lloran, a qué dan importancia…».

Escuchar a las mujeres

El misionero encontró pronto un aliado natural en las mujeres. «Si te sientas a charlar con ellas salen los problemas. Y si te sientas un poco más de tiempo aparecen las soluciones».

Con el apoyo de Manos Unidas consiguió poner en marcha en la provincia varios institutos públicos de secundaria. Hoy hay unos 5.000 alumnos matriculados.

También en colaboración con la Alcaldía, otro de sus primeros proyectos consistió en abrir en cada pueblo dispensarios y paritorios. «Las mujeres parían con curanderas tradicionales. Me partía el corazón escuchar cada 15 días que alguna había muerto». Algo similar sucedía con enfermedades e infecciones muy sencillas que se complicaban con consecuencias fatales.

Cada dispensario está hoy atendido por personal con formación profesional, supervisado por el único médico en activo en la provincia. Estos dos recursos sanitarios han servido también para que cada niño tenga su certificado de nacimiento y su cartilla de vacunación. «Son cosas muy simples que cambian profundamente la vida de la gente», dice López Mendía.

El gran salto

«El agua fue el gran salto» en una región donde apenas llueve y no hay ningún río. «Las mujeres dijeron: “Queremos agua buena, abundante y cercana”. Y yo me dije: “haremos con se hacía antes en La Rioja, traer agua a las fuentes”».

Con la ayuda del Ayuntamiento de Logroño, bombearon y canalizaron aguas subterráneas desde algunos kilómetros de distancia. Junto a cada fuente se construyó una letrina, otra pequeña gran revolución que evitó muchas sorpresas desagradables en los paseos nocturnos y también mordeduras de serpiente.

El trabajo se hizo con dos albañiles. El resto, personal voluntario. De todas las etnias y religiones, un hito hasta entonces nunca visto.

«Reunimos a toda la población y les dijimos: “Hay dos posibilidades. Esperamos a que haga esto el Gobierno (todo el mundo sabía que eso no iba a suceder nunca), o lo hacemos nosotros. Pero entonces, manos a la obra”».

Un fontanero de Calahorra pasó un mes en la parroquia formando a un grupo para el montaje de la infraestructura del agua. Varias ONG, administraciones públicas y empresas españolas aportaron su granito de arena. Vinieron unos electricistas de Logroño para explicar el funcionamiento de las placas fotovoltaicas para el bombeo. Poco a poco han ido utilizándose también para que la luz haya empezado a llegar a cada hogar. Muchas vidas se han salvado desde entonces en los partos nocturnos. El modelo de la fotovoltaica se va extendiendo al resto del país, que carece de una empresa eléctrica propia y debe recurrir a Nigeria o Ghana. En enero, cuando toca pagar las facturas, los cortes de luz en el país son ya una tradición.

«El agua se paga. Muy poca cantidad, pero lo suficiente para cubrir gastos como un pequeño sueldo para dos chavales en cada pueblo que se encargan del mantenimiento y de reparaciones simples. Lo que sobra se destina a los fines que decide la gente», explica el misionero.

Eso significa también trabajo para los jóvenes. Juan Pablo López Mendía recuerda el caso de un chico, primero de su clase en el instituto, que un buen día decidió irse a Nigeria. «Se piensan que eso es el oro y el moro, cuando la realidad es que la vida que les espera allí es durísima». Por eso animó a la madre a ir a buscarle. La mujer le alcanzó a tiempo y le llevó ante el cura, que veía cómo sus palabras se estrellaban contra un muro. Así que decidió llevarle a ver las placas solares. Y la sala de máquinas. Le presentó a los jóvenes a cargo de todo aquello. Y allí les dejó conversando… Al día siguiente, el muchacho volvió a las clases.

Muchas manos unidas

Una de las mayores satisfacciones del misionero es que todos estos proyectos hoy ya «marchan solos». Allí ha quedado un sacerdote de Barbastro, pero cada vez más retirado de los asuntos del día a día del agua o la luz.

«La misión de Fô-Bouré –concluye Juan Pablo López Mendía– es un buen ejemplo del cambio tan grande que se puede conseguir en unos pocos años cuando alguien acompaña a unas comunidades. Trabajando en red, con muchas manos unidas para lograr un mismo objetivo: las nuestras, desde aquí, y las suyas, allí. Todas indispensables».

Los catequistas

Salvo en Fô-Bouré, donde se encuentra la iglesia parroquial, los católicos son en la comuna de Sinendé una minoría de alrededor del 8 % entre una mayoría de animistas y musulmanes. Cada año, sin embargo, «hay unos 70 u 80 bautizos de adultos, la mayoría mujeres, que ya han tenido ya cuatro o cinco hijos de un marido musulmán, hasta que por fin se plantan: “Mira, majo, yo te he respetado todo este tiempo, pero he descubierto a Jesucristo”».

No es nada fácil –cuenta López Mendía– la vida para estos cristianos en un país donde la fe cristiana llegó hace solo 150 años. El misionero habla incluso de «persecución». Se refiere, sobre todo, al rechazo que sufren los catequistas, repudiados cuando vuelven de una exigente formación al norte del país que dura nueve meses, a la que acuden con su mujer y el menor de sus hijos, dejando al resto bajo el cuidado de un familiar. «Los marginan. Pero ellos perseveran. Con el tiempo ves como se convierten en los auténticos patriarcas, porque todos ven el cambio operado por Jesucristo en ellos. Así que la gente termina acudiendo a consultarles los problemas; las disputas domésticas acaban siempre en el catequista».

En una parroquia con 28 pueblos, 95.000 habitantes y una extensión similar a la mitad de La Rioja –pero sin un solo kilómetro de carretera asfaltado–, son los catequistas la presencia de referencia. «Sacerdotes, como mucho, ha habido tres a la vez, lo justo para celebrar Misa en las comunidades cada 15 días». El resto del tiempo se encargan ellos de la cooperativa del agua, de la luz… «O si hay un problema con un hechicero que acusa de no sé qué maleficio a alguien».

De sus 21 años en Benín, Juan Pablo López Mendía se queda con la fe de estos catequistas. «La mía no les llega a la altura de los zapatos», asegura.

Con su vuelta a España, hace nueve meses, empieza para él una nueva misión. Se está tomando un tiempo para habituarse. «Yo sabía bautizar, casar y enterar solo en baribá».

Pero hay elementos de Benín que le están siendo útiles en La Rioja. «Lo que no sé decir en baribá no lo digo en la homilía. Eso me ayuda a descender al terreno, como el lenguaje de Jesús, que es sencillísimo».

Tampoco se resigna a la frialdad en las celebraciones. «¡Sonreíd un poco! ¡Daos un abrazo en lugar de la paz!», les riñe a veces a los feligreses.