Las palabras del Papa Francisco me resultan cada vez más incómodas. Su última carta, en la Jornada Mundial de los Migrantes y Refugiados, de hecho, me quita horas de sueño. No lo digo en sentido metafórico, sino estrictamente literal. La gramática de la solidaridad y la justicia con las personas migrantes que nos urge a practicar pasa por conjugar vitalmente cuatro verbos: acoger, proteger, defender e integrar.
Más de 90 personas recién venidas de la frontera sur, algunos solicitantes de asilo, están durmiendo en la calle ante la inoperancia y la falta de voluntad política de las administraciones públicas en ofrecer una alternativa a su situación y reconocerles, como mínimo, el derecho a una cama y la protección del frío en la noche de Madrid.
Algunos colectivos conocíamos los hechos y los hemos ido denunciando desde la Plataforma Migra al Defensor del Pueblo, al Ministerio de Empleo y al Ayuntamiento. Hace unas semanas también empezamos a estar con ellos cuerpo a cuerpo. Su situación se nos hizo escandalosamente intolerable y, sin cesar la presión a las instituciones públicas, decidimos abrir nuestras casas a la acogida nocturna. Entre ellos personas de la Red Interlavapiés, San Carlos Borromeo, Sercade, Asociación Apoyo y la casa general de las Apostólicas del Corazón de Jesús.
Desde las nueve de la noche van apareciendo en Atocha las personas que buscan un lugar protegido para pasar la noche. Mientras tanto, la gente que sale del AVE cruza la calle con sus maletas, absorta en sus pensamientos, acostumbrada a naturalizar la exclusión y la criminalización de los migrantes, más aún si son negros o del Magreb. La globalización de la indiferencia no es un eslógan del Papa, sino que está cargado de una densa realidad.
El cartel de Bienvenidos refugiados en la puertas de centro cultural CentroCentro nos parece una burla ante la situación de estas personas. Lo mismo ocurre con los cuatro verbos propuestos por el Papa: si no lo llevamos a la práctica habría que borrarlos de las páginas web de todas las Iglesias diocesanas. ¿Para cuándo una respuesta eclesial y ciudadana que afronte la situación?