David Martínez de Aguirre: «Al Papa le impresionó ver diáconos indígenas»
El dominico español David Martínez de Aguirre (Vitoria, 1970) llegó al vicariato apostólico de Puerto Maldonado, encomendado a la Orden de Predicadores, en 2001. Después de convivir 13 años con los matsiguenka, fue nombrado obispo coadjutor. En 2015 asumió la responsabilidad pastoral de este territorio, tan grande como Castilla y León y Aragón juntas, pero en el que solo viven 380.000 personas
Francisco ha pedido en varias ocasiones durante este viaje que no se trate a los pueblos originarios como minorías, sino como auténticos interlocutores. ¿Qué aplicación práctica tienen estas palabras?
Tratarlos como minoría sería que el Estado decidiera qué políticas va a desarrollar en su territorio, y luego les diera unas dádivas. Al hablar de interlocutores, nos referimos a tener en cuenta qué modelo de desarrollo quieren. Son ellos los que saben cómo funciona su entorno. Y escucharlos no tiene que ser necesariamente para que se opongan a los proyectos: muchas veces, las comunidades sí quieren que vengan empresas, porque supone oportunidades para ellos. Pero no quieren una explotación en la que otros vienen, agarran y se marchan, mientras ellos quedan sumidos en la pobreza. En diferentes países de la región se están implementando leyes de consulta, y creo que el Papa se refería a ellas.
Pidió incluso un reconocimiento internacional de las comunidades indígenas.
Vino a decir que tenemos un sistema que ha reventado, que deja muchos excluidos y daña el planeta. Los pueblos indígenas nos brindan una oportunidad de repensar la relación entre nosotros y con la tierra.
En su zona, Madre de Dios, ¿ha comprobado la denuncia de Francisco de que la destrucción del medio ambiente y de la persona van unidas?
Aquí la minería de oro no es una cuestión de grandes empresas, sino de cientos de miles de personas que vienen de zonas pobres buscando un modo de vida y van formando grupos. Así que el mayor problema medioambiental no está en la minería en sí, sino en las bolsas de pobreza. Si les quitamos la minería, mañana recurrirán a la tala; si quitamos la tala, a los cultivos ilícitos… Y también lo ambiental repercute en lo social. Quienes sufren los mayores problemas de contaminación por mercurio [utilizado en la minería, N. d. R.] son las comunidades indígenas que están a cientos de kilómetros de las zonas de extracción del oro, porque les llegan peces que lo han ingerido.
El Papa también mencionó la cuestión de las explotaciones de monocultivo en territorio robado a la selva.
En mi región de momento no he visto esto. Pero en otras zonas de Perú sí se dan megacultivos, sobre todo de palma aceitera. Estos cultivos se explotan durante unos años, pero luego se prevé que la tierra va a quedar baldía, porque la selva es un ecosistema muy débil y vulnerable, aunque lo veamos tan exuberante.
En torno a la vista del Papa se celebraron también los primeros encuentros de cara al sínodo de 2019. ¿Cuáles son en su opinión los desafíos pastorales de la región?
El primero es que los pueblos indígenas se empoderen en la Iglesia, que la sientan como algo propio. Esto significa tener comunidades organizadas, con sus propios líderes. Otro reto son las comunidades ribereñas, donde la población no es indígena y procede en muchas ocasiones de lugares con una estructura eclesial más definida. También cómo organizar la vida religiosa, los ministerios y la formación. Y por último el propio desafío socioambiental, qué voz tener ante los megaproyectos energéticos y otras realidades para que la Amazonía siga teniendo vida y las familias que la habitan vivan con dignidad y derechos.
Uno de los problemas a los que más se alude es la falta de agentes de pastoral para extensiones tan amplias. ¿Hay catequistas en las comunidades indígenas?
En algunas sí, pero otras todavía son consideradas objetos de evangelización. Esto se debe sobre todo a una concepción del misionero como alguien que viene de fuera. Al haber menos vocaciones, se está perdiendo esa presencia del misionero que comparte toda la vida de la comunidad. Es importante que ellas mismas se sientan protagonistas, que pasen a ser sujetos de la evangelización. En Puerto Maldonado, señalé al Papa a unos diáconos permanentes. Eran achuar, del vicariato apostólico de Yurimaguas. Le expliqué que formaban parte de la estructura de la Iglesia desde su propia identidad. El Papa se quedó impresionado y los puso de modelo luego en el encuentro con los obispos. Nos está diciendo que quiere una Iglesia inculturada, y que la Iglesia también necesita ver el rostro de Cristo desde los pueblos indígenas.
¿Qué rasgos tiene ese rostro indígena, amazónico, que el Santo Padre le pide a la Iglesia?
Francisco no quiere decir él mismo cómo es ese rostro, sino que sean los pueblos amazónicos los que enriquezcan a la Iglesia universal con su mirada sobre Cristo y la Iglesia. También me pareció interesante que el Papa no hablara de una Iglesia amazónica, como una porción de la Iglesia que se siente así igual que podría haber otra occidental; sino que la Iglesia universal es amazónica, toda ella se siente llamada a poner atención en esta región.
Y, ¿qué mirada tienen esos pueblos originarios de Cristo?
En Jesús de Nazaret ven, como nosotros, un modelo de la humanidad que Dios quiere para nosotros. Desde su concepción del mundo matsiguenka, del mundo asháninka… descubren cómo el Evangelio revitaliza sus culturas. Jesús potencia y rescata de ellas lo más propio, lo más positivo, los valores que los hacen más humanos, más fraternos: la presencia de Dios en la vida, la contemplación de la naturaleza, el compartir, el perdón, el rechazo a la avaricia, el dejar siempre una apertura a la conversión, al diálogo…
El Papa también habló de no idealizar estas culturas.
Lo hizo después de mencionar a los pueblos indígenas en aislamiento voluntario, los pequeños grupos que quedaron dispersos y se separaron del resto. El Papa decía que son los más vulnerables y pedía a los demás indígenas que no dejen de protegerlos, porque son su propia gente. Y nos decía también que no los consideremos una pieza de museo, restos que preservar. Se refería a no idealizar su cultura, pensando que están viviendo en el estado del buen salvaje. Tampoco se puede caer en el otro extremo, el de decir que «hay que sacarlos de su estado de salvajismo y civilizarlos».