Valiente testigo de Cristo
El próximo domingo, la basílica de Santa María de Mataró, será testigo de la beatificación del mártir Josep Samsó i Elías, primera en la archidiócesis de Barcelona, que fue rector de la misma hasta su fusilamiento, en el año 1936
Era cariñoso y comprensivo con los demás, al mismo tiempo que exigente con su trabajo y consigo mismo. Supo vivir el presente con el punto de vista fijo en Dios («Dios, sobre todo», les decía a sus compañeros de prisión), tanto en sus labores pastorales, aprovechando cada instante para llevar las almas a Cristo, como cuando estuvo encarcelado, hasta en el momento mismo de su muerte.
Se trata del sacerdote Josep Samsó i Elías, declarado mártir, y que será beatificado este próximo sábado, 23 de enero, en la basílica de Santa María de Mataró, de la que él mismo fue rector. Se trata de la primera beatificación que tendrá lugar en la archidiócesis de Barcelona, tras la disposición de Benedicto XVI de que las ceremonias de beatificación tuvieran lugar en las Iglesias locales de donde procedan las personas beatificadas, mientras que las canonizaciones tendrán lugar en Roma.
¿Qué hacía del doctor Samsó -como era conocido localmente- un hombre diferente? Algo peculiar habría, cuando los que le conocieron fueron marcados con su huella para siempre. Así lo afirma el sacerdote y Delegado de Catequesis del Arzobispado de Barcelona, don Enric Termes, que, durante unos años, además, ocupó el mismo cargo que Joseph Samsó en Mataró: «Conocí a bastantes personas que le habían tratado, personas ya mayores, que habían coincidido con él en Congregaciones Marianas, o en las catequesis de la parroquia. Se notaba claramente que habían quedado profundamente marcadas, tanto a nivel personal como religioso, por el trato y el acompañamiento que les había dado. Y es que don Josep Samsó era un gran organizador de grupos de catequesis y otras actividades, pero también valoraba mucho el trato personal con las personas, tanto en la dirección espiritual como en las simples conversaciones».
Una preocupación especial
El doctor Samsó nació en Castellbisbal el 17 de enero de 1887, y en el año 1900 ingresó en el Seminario de Barcelona. Tras servir en las parroquias de Argentona (Maresma) y de Mediona (Alto Penedés), fue designado, en el año 1923, rector de la parroquia de Santa María de Mataró, en la que permaneció hasta su muerte.
De él llegó a decir el entonces obispo de Barcelona, monseñor Irurita, que era «el primer catequista de la diócesis». Y es que, desde los tiempos del Seminario, destacó en este sacerdote una preocupación especial por la educación en la fe, tanto de los niños como de los adultos. «Fue un autodidacta -explica don Enric Termes-. No realiza estudios sobre la catequesis, sino que se preocupa personalmente de conocer un poco las corrientes de renovación que hay en este ámbito. Su aportación reside, no tanto en el contenido (pues sigue fielmente el Catecismo de Pío X), sino en la metodología».
Sus biógrafos afirman de él que nunca participó en actos políticos, ni exteriorizó de ninguna manera sus ideas en este ámbito. No sólo eso, sino que, tal y como relata el arzobispo de Barcelona, el cardenal Martínez Sistach, perdonó y ayudó a personas que realmente habían atentado contra la Iglesia: «La mañana del 6 de octubre de 1934 -explica el cardenal, en una carta escrita para Catalunya Cristiana-, un grupo de hombres armados entró en la Rectoría de Santa María. Con amenazas obligaron al párroco a ir a la nave central de la basílica, a amontonar sillas en ella, y le mandaron que las encendiera. El doctor Samsó se negó, a pesar de las amenazas. Aquellos hombres incendiaron un altar y otros objetos de culto, pero, al llegar algunos feligreses, el fuego pudo ser apagado. El doctor Samsó perdonó a aquellos hombres, y no quiso revelar su identidad cuando fue invitado a hacerlo por la autoridad judicial».
En la mañana del 30 de julio, fue detenido. Durante un mes, el doctor Samsó permaneció en prisión, sin hundirse, con el ánimo alto y buscando compartir y vivir esos terribles momentos a la luz de la fe con todos sus compañeros. «Estableció una relación muy humana, compartiendo, con todos los presos, lo que le traían las visitas, y les ayudó a establecer un clima de oración. Esto nos ha llegado por los testimonios de quienes estuvieron con él en la prisión», explica don Enric Termes.
Finalmente, el 1 de septiembre de 1936, fueron a buscarle, y se despidió de todos sus compañeros con su Dios, sobre todo. Dos jóvenes que le vieron salir en dirección al cementerio, con sus ejecutores, decidieron seguirles, y, escondidos, pudieron ver cómo tuvo lugar su martirio. Gracias a ellos se ha podido saber que el sacerdote Josep Samsó murió perdonando (y abrazando antes) a sus ejecutores.