No hace muchos días, Carlos Herrera, en la presentación del libro de Gloria Lomana, se refirió a las P del supuesto eje del mal que padecemos en nuestros días: políticos, periodistas y policías. No hay más que leer el Juegos de poder de Lomana para descubrir que el príncipe de las sombras existe y se manifiesta. Y ya que estamos con el número tres y lo nuestro ahora son las series de ficción sobre política, recuperemos Borgen (Movistar+), serie creada por Adam Price (Anna Pihl) acerca de los entresijos del poder en Dinamarca durante el Gobierno de Birgitte Nyborg, un edredón nórdico, vamos. Ya sé que es de hace unos años, pero lo clásico nunca pasa. Borgen como antídoto de la interrupta House of cards y complemento de El ala oeste de la Casa Blanca. De paso, arco temporal que nos permite descubrir la evolución de las formas estéticas de la acción política, lo global y local, porque desde Aristóteles ha llovido mucho. Por cierto, el Estagirita fue el primero que habló de las relaciones entre ética, política y narrativa, retórica y poética. Pero volvamos a Borgen, que traspasa el género de ficción para convertirse en una necesaria clase de ética en el terreno de juego de las relaciones nada fáciles entre gobierno, prensa y familia.
Tres temporadas desiguales, con una primera brillante, una tensionada segunda y una intimista tercera, de las que se aprenden las siguientes lecciones, entre otras: cuando no hay mayorías claras en unas elecciones, no quiere decir que sea obligado el bloqueo a la hora de formar gobierno; lo primero y principal de la política es el horizonte del bien común, que se traduce en lo necesario para hacer que la sociedad sea mejor, y de paso, que las personas se aprovechen algo de esta práctica; una buena política está empeñada en incluir en vez de excluir, los buenos políticos aglutinan, no disgregan; hay que fabricar consensos antes que bloqueos y muros; la política es el arte del entendimiento entre quienes, aparentemente, no se reconocen; frente al cinismo, candor, que no inocencia, y trabajo duro; todo en lo local de la política es global, y lo global, local; el mensaje también cuenta; la integridad teórica es coherencia, la práctica es responsabilidad; el idealismo es una forma eficaz de dar sentido a lo que hacemos; la inteligencia política es una mezcla de experiencia más cautela, y, sobre todo, proyecto. Por cierto, ¿cuándo sustituiremos el palacio de Christianborg en Copenhague por La Moncloa? En televisión, me refiero.