«Venid y veréis»
II Domingo del tiempo ordinario
Tras concluir la Navidad, comenzamos el tiempo ordinario. Puesto que hay un cambio de tiempo litúrgico, podemos pensar que las lecturas también cambian radicalmente. Y no es así. El Evangelio de hoy comienza hablando de Juan Bautista, personaje familiar para nosotros desde hace un mes. Su presencia ha sido clave en el Adviento, en la Navidad y también ahora, al inicio del tiempo ordinario. Su aparición sirve tanto para anunciar la llegada del Reino de Dios, como hemos constatado en el Adviento y Navidad, como para acompañar los primeros pasos del ministerio público del Salvador. En realidad, este segundo domingo del año litúrgico, tras la celebración del Bautismo del Señor, prolonga, en cierto sentido, las manifestaciones del Señor a los habitantes de Belén (Navidad), a los pueblos gentiles (Epifanía), como Hijo amado del Padre (Bautismo del Señor). La afirmación del Bautista «este es el Cordero de Dios» es muestra de ello.
La llamada del Señor
Comenzamos con la llamada de los primeros apóstoles. El Evangelio nos describe los diversos modos a través de los cuales el Señor llama a sus discípulos y la riqueza de los matices que rodean esta llamada. Todas las variantes pretenden indicarnos la centralidad del encuentro con el Señor. Por lo tanto, es siempre Jesús el que llama. No existe llamamiento por decisión de terceros ni a distancia. La presencia del Señor, su palabra y su rostro son determinantes para conformar la vocación. Esto no impide, como vemos en el Evangelio de san Juan, que Jesús se sirviera de intermediarios para que los discípulos llegaran hasta él. En efecto, hoy la persona que sirve de enlace entre los dos discípulos y Jesús es Juan Bautista. En este pasaje encontramos a dos discípulos de Juan Bautista: uno es Andrés, el hermano de Simón Pedro; del segundo no se nos dice el nombre. Pero sabemos que ambos oyeron las palabras de Jesús y lo siguieron. Es aquí donde comienza el diálogo. Al preguntarles Jesús «¿qué buscáis?» está señalando que junto a su palabra hay una búsqueda por parte del hombre que ha descubierto una novedad en su vida. Obviamente, estos dos discípulos habrían oído no pocas predicaciones del Bautista y, posiblemente, de otros maestros de aquella época. Con todo, aquí hay algo distinto, que les lleva a preguntar por la vida –«¿dónde vives?»– de este rabí (maestro).
La riqueza de una vida
Lo primero que llama la atención es que parece que Jesús no responde a la cuestión que le plantean. El Señor podría haberles descrito el lugar de su morada, el tipo de vida que llevaba o las personas con las que compartía su día a día. Pero Jesús, que sabe leer su interior, conoce que no se trata de una simple curiosidad, sino de un profundo deseo en el corazón de los discípulos, que solo puede ser satisfecho ofreciendo una compañía de vida. «Venid y veréis» supone la invitación más profunda que puede hacer el Señor e implica una vida que a partir de entonces adquirirá una densidad nueva en quien acepta esta llamada. Es más, el Evangelio de hoy nos muestra igualmente que el seguimiento del Señor produce nuevos discípulos, dado que Simón Pedro será llamado ahora por la mediación de su hermano Andrés.
Jesús nos ofrece una compañía
Así pues, cuando nosotros escuchamos y entendemos dirigidas a nosotros las palabras «venid y veréis», comprendemos inmediatamente que el Señor nos sigue ofreciendo una compañía. Pero también podemos tener la tentación de pensar que se trata de una compañía que ya ha perdido calidad, puesto que nosotros no vemos físicamente a Jesús ni podemos ir a su casa, como Andrés, Simón o el otro discípulo. Por eso es necesario que identifiquemos esa compañía que Jesucristo nos ofrece con la vida de la Iglesia. Es en ella donde podemos ser testigos de las mismas palabras, las mismas acciones salvíficas, las mismas enseñanzas y las mismas obras de misericordia y caridad que Jesús realizaba en presencia de quienes se sintieron tocados por las palabras y el modo de vivir del Mesías.
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)».