La vía francesa de la Amoris laetitia
Varias diócesis de Francia, lideradas por sus obispos, entre ellos el cardenal de Lyon, Philippe Barbarin, han comenzado un camino de encuentro con las personas que han sufrido rupturas conyugales a través del acompañamiento, el discernimiento y la integración. «Es la primera vez que podemos hablar de esto en la Iglesia», confiesan algunos de los participantes
A menos de 60 días del segundo aniversario de la publicación del exhortación Amoris laetitia del Papa Francisco, su aplicación va cogiendo forma por todo el orbe católico. Y nuestros vecinos de Francia han tomado la delantera en la apertura a una de las realidades más controvertidas que aborda el documento papal en el capítulo ocho: la situación de las personas tras la ruptura conyugal, los separados, divorciados, y divorciados vueltos a casar. Dice Francisco, recogiendo las consideraciones de los padres sinodales, que estas personas «deben ser más integradas en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles», que la lógica de la integración es «la clave de su acompañamiento pastoral» y que «no solo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que los acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio».
Es precisamente esta lógica la que ha guiado a las diócesis de Ruan, El Havre y Lyon a abrirse a las personas que viven este tipo de situación, comenzando en todos los casos con encuentros con los obispos. Dominique Lebrun, arzobispo de Ruan, convocó primero a personas que sufrieron algún tipo de ruptura a participar unas vísperas el 1 de noviembre de 2016, día de Todos los Santos. Fue la primera vez que una celebración así se hacía pública en el país galo. El modo que Lebrun eligió para publicar esta iniciativa fue también inédito, pues en la carta que se distribuyó a través de sacerdotes, parroquias y familias pidió perdón a las personas que viven en una situación de ruptura por todo lo que ello conlleva y les mostró el deseo de toda la Iglesia de atenderlas bajo la lógica de la integración y del discernimiento propuesta por el Papa Francisco.
Para realizar este camino, Lebrun ha puesto a disposición de estas personas a un grupo de sacerdotes –siete en total–, misioneros de la misericordia todos ellos, para acompañarlas en su camino y discernir cuál debe ser su lugar: «Sería bueno que haya dos o tres encuentros con uno de estos misioneros para empezar el proceso. Luego, con él, podéis acordar el camino que seguir con vuestra comunidad parroquial. Cada caso es particular, dice el Papa».
Muy cerca de Ruan, en el norte de Francia, está la diócesis de El Havre, que en el último año también se ha acercado a las personas que han sufrido rupturas en el ámbito matrimonial, aunque allí lo han planteado de otra manera. En esta pequeña diócesis, su obispo, Jean-Luc Brunin, envió una carta a principios de 2017 invitando a las personas en estas situaciones –separados, divorciados y divorciados vueltos a casar– a participar en una jornada de encuentro y fraternidad. La primera tuvo lugar el 23 de abril. Hubo tiempo para la oración y la presentación, también para compartir la propia experiencia en grupos pequeños, una meditación con la Amoris laetitia como protagonista y, finalmente, una celebración de la Palabra.
Una primera vez
«Muchos me confesaron que era la primera vez que podían hablar de esto en la Iglesia», explica a este semanario Brunin, que el pasado 26 de noviembre volvió a participar en un nuevo encuentro de estas características. «Esta segunda jornada se realizó a propuesta de aquellos que habían venido a la primera. Además, fueron ellos quienes tomaron la iniciativa y escribieron una carta de invitación», continúa el prelado. En esa misiva, decían: «En el marco del Sínodo de la Familia y de la exhortación Amoris laetitia, nos hemos reencontrado juntos con la comunidad para compartir un tiempo de camino interior y de oración. A los que vivís también esta dificultad y el dolor de la separación, os invitamos a que viváis esta misma experiencia».
En estos encuentros, Brunin ha podido encontrar a gente que tras la ruptura de su matrimonio no volvió a la Iglesia, bien por sentimiento de culpabilidad, bien porque sabían que su situación es irregular y pensaban que no tenían sitio. «Pero el camino con Cristo puede continuar y, por eso, en la primera jornada presenté lo que Amoris laetitia dice sobre el discernimiento, de modo que cada persona pueda decidir en conciencia cómo integrarse en la comunidad cristiana. Una integración que podría culminar con la reconciliación y con el acceso a la Eucaristía». Del mismo modo, recuerda que se trata de un camino de discernimiento y misericordia exigente y nada permisivo: «El Papa no cambia la doctrina sobre el matrimonio, pero nos dice que debemos acompañar a la gente con misericordia, que no es más que la lógica del Evangelio».
Por eso, valora mucho la exhortación del Papa, que ha colocado a la pastoral familiar en clave de misericordia y pone en valor tres actitudes fundamentales: acompañar, discernir e integrar. «Porque la pastoral familiar no es solo la preparación al matrimonio, sino acompañar y entender a las familias en todas las situaciones, también cuando se producen rupturas».
Próxima parada: las parroquias
Ahora, esta experiencia a nivel diocesano tendrá su réplica a nivel parroquial con la creación de grupos locales, animados por personas, creyentes que están en esta misma situación. Según explica el responsable de la pastoral familiar de El Havre, Dominique Charpentier, actualmente son tres los grupos constituidos. Ahí comparten su experiencia y reciben un acompañamiento individual, que es un camino de discernimiento sobre su lugar en la comunidad parroquial. Para ello, se han elaborado materiales, distribuidos entre las parroquias, donde se explica cómo acompañar a personas en esta situación y se proponen varias iniciativas.
«Todos los que han participado en el encuentro no reclamaban el acceso a la comunión, sino encontrar su lugar en la Iglesia donde puedan continuar con su vida de fe. No se trata de una reivindicación», concluye Brunin.
La última en sumarse a este acercamiento a las personas que viven una situación irregular en materia matrimonial fue la diócesis de Lyon, a propuesta de su cardenal arzobispo, Philippe Barbarin. Fue el 15 de octubre pasado, con una catedral repleta de personas de la diócesis pero también de otras partes de Francia e incluso del extranjero. El objetivo fundamental era, en palabras de Barbarin a Alfa y Omega, decirles que «estaban en casa, que la Iglesia es su familia» y que el juicio, la exclusión y la incomprensión habían quedado atrás. «Esto, que era lo esencial, lo entendieron. Al final del encuentro, había previsto un pequeño picoteo en una escuela vecina, pero yo me quedé al final del templo. Muchos vinieron llorando diciéndome que se sentían en casa, que reconocían a su obispos y que veían en la Iglesia una familia que, además, esperaba cosas de ellos», explica. El objetivo se había logrado, pues se trataba de pasar del adjetivo al nombre de las personas; de hablar de divorciado, separado… a preguntar el nombre o por lo que vive.
El purpurado francés confiesa, sin embargo, varias dificultades. Y todas tienen que ver con la mentalidad del reglamento. «Una ley civil, un código de circulación o una directiva sobre impuestos se aplica a todos sin excepción, pero una norma pastoral o moral no puede aplicarse a todos los casos particulares. A la inversa, el discernimiento para juzgar una situación personal no puede convertirse en norma general», dijo Barbarin a los que acudieron al encuentro de octubre. Y lo explica a Alfa y Omega: «El problema fundamental es saber lo que significa Torá. Los judíos lo han traducido por ley, pero no es una buena traducción. Es la enseñanza paternal de la Palabra de Dios. Sería algo así como un padre que va enseñando a sus hijos, que les habla y enseña la verdad sobre la vida, que son mandamientos, consejos… Algunos, tras el encuentro, lo tomaron como una victoria, como que se acababan los reglamentos anteriores, pero no se trata de eso. La doctrina no cambia».
En este sentido, lamentó la contestación al Papa Francisco por parte de algunos sectores en la Iglesia por la Amoris laetitia: «La queja es fuerte porque no se dan cuenta de que el Papa ama la Palabra de Dios tanto como ellos, pero como dicen que no ha mostrado de forma clara la ley, el reglamento, ya no confían en él». Y añade: «El Papa muestra que la enseñanza moral de la Iglesia no puede ser como un reglamento del Estado, ni ser reducida a un permiso o a prohibiciones. Lo justifica con el pensamiento de santo Tomás de Aquino, que valora los principios de una ley o norma general y, al mismo tiempo, subraya la extraordinaria variedad de las situaciones particulares».
Su conclusión tras esta primera toma de contacto es positiva, principalmente por el contacto con la gente, aunque ve dificultades, sobre todo, en la presencia fuerte de la lógica del reglamento. Mirando al futuro, Barbarin quiere que algunas de las personas que han participado en este encuentro se animen a tomar algún tipo de responsabilidad en la Iglesia para seguir transitando «en el camino de la acogida, la atención y la caridad» con las personas que viven situaciones de ruptura.
Durante el encuentro mantuvo con separados, divorciados y divorciados vueltos a casar en la catedral de Lyon, el cardenal arzobispo Philippe Barbarin habló del discernimiento y del testimonio de las personas que, tras un proceso y dada su situación irregular, no se acercan a recibir el sacramento de la Eucaristía. Personas, dijo, «que nos dan un bello testimonio» y con las que Dios «tendrá gran generosidad». «Uno puede vivir con sufrimiento el no poder comulgar, pero no le faltará la gracia de Dios que, viendo su fidelidad, le dará todo lo que necesita para seguir su camino».
Y citó en concreto la experiencia del escritor francés Charles Péguy, que en un momento de su vida descubre de nuevo la fe católica que había abandonado y le dice a su esposa que quiere recibir el sacramento del Matrimonio, a lo que esta se opone firmemente. «Cada domingo iba a Misa, se quedaba al fondo, cerca de una columna y no comulgaba: “La gente –escribía– piensa que estoy excomulgado, pero sé bien que no estoy descristianizado”».
Una vez iniciada la Primera Guerra Mundial se acercó a un capellán y le explicó su caso. «Es la guerra, confiésese y comulgue», le dijo. Y lo hizo hasta el fin de sus días.