«Las misioneras que trabajaban en mi pueblo marcaron mi vocación»
Regina Mumbua Musyoka, de 44 años y natural de Kenia, es una de las 15 hermanas carmelitas del convento de la Asunción de Huesca donde, hace aproximadamente tres años, decidieron innovar y ampliar su actividad económica creando un obrador dentro del convento, eso sí, siempre teniendo presente sus responsabilidades como monjas contemplativas, sin descuidar sus oraciones ni la vida en comunidad.
Desde que llegó a esta comunidad en 1994, Regina no ha dejado de sentir esa llamada de Dios que comenzó desde joven en su corazón, ayudada por el ambiente cristiano en el que creció con su familia en Kenia. Actualmente, a pesar de las dificultades, Regina «abraza el futuro con esperanza», como les animó a hacer el Papa Francisco en la carta apostólica a los consagrados.
Vivimos tiempos difíciles para la vida consagrada.
Estamos afrontando muchas dificultades. No surgen nuevas vocaciones, la edad de los consagrados es muy avanzada, la crisis económica se nota y se están cerrando monasterios por falta de personas. A pesar de ello, el Señor nos invita a poner nuestra esperanza en Él, que es quien lleva la Iglesia. Él mismo nos ha prometido que estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo y me apoyo en esta cita del libro de Nehemías del Antiguo Testamento: «La alegría en el Señor es vuestra fortaleza». La alegría plena para mí como carmelita contemplativa es sentir el gozo de la vocación, que solamente Él me puede conceder. Mi alegría es descubrir el rostro de Dios en mis quehaceres cotidianos y en las personas que me rodean.
¿Cómo descubrió su vocación?
Nací y crecí en un ambiente familiar cristiano, donde desde muy pequeña mis padres me educaron en la fe y temor de Dios. Mi abuela realizó un papel muy importante en mi vida, enseñándome cómo rezar el padrenuestro, el avemaría y otras devociones, y ayudándome a entender mejor el Catecismo de la Iglesia para los niños. En mi etapa de juventud participaba en las distintas actividades en la Iglesia y así iba madurando el deseo de servir al Señor en la vida religiosa. El testimonio de entrega desinteresada de unas monjas (misioneras) que trabajaban en mi pueblo, su cercanía y solidaridad con los necesitados, colmó el vaso. El deseo de convertirme en esposa de Cristo fue aumentando y sentía que el Señor me quería para Él, aunque no sabía dónde.
¿Cómo llegó a España?
Mi párroco era misionero de la Congregación Carmelita de la Inmaculada. En uno de sus viajes a España las monjas le pidieron que mandara alguna joven que tuviera vocación y cuando, en mi último año de estudios, le comuniqué mi deseo de ser religiosa, me acompañó y ayudó a discernir. Me explicó el significado de la vida religiosa y sus dos ramas principales: activa y contemplativa. En ese momento, me propuso venir a esta comunidad donde hoy sirvo al Señor con todo mi corazón.
Fue un gran cambio.
Este paso hacia la misión supuso dejarlo todo, como los apóstoles, y seguirle a Él, que es el único Maestro. «Estimar todo basura» –como dice san Pablo– con tal de ganar a Cristo. Me conciencié de que mi corazón ya no le pertenece a nadie más sino a Él y, desde Él, llegar a toda la humanidad. También somos puentes para que otros lleguen al conocimiento de la verdad y se salven.
Su vida discurre entre la oración y el trabajo, ¿no?
Nuestro carisma carmelita es vivir continuamente en obsequio de Jesucristo. Vivimos la llamada a meditar día y noche en la ley del Señor –silencio, oración, meditación, contemplación–, y eso nos lleva a la fraternidad y servicio. El trabajo contribuye al equilibrio de la mente, a la formación y al desarrollo de la personalidad. Además, es una exigencia de la pobreza religiosa, pero siempre respetamos el horario establecido por la comunidad. El tiempo de oración es sagrado y hay que estar allí con el Amado, pues es allí donde nos alimentamos espiritualmente y recobramos las fuerzas para enfrentarnos al trabajo.
¿En qué consiste el trabajo?
Hace unos tres años que algunas hermanas nos convertimos en reposteras, aunque si necesitamos ayuda, las otras hermanas, que realizan labores de costura y tareas de la casa, nos apoyan, del mismo modo que hacemos nosotras con ellas. Normalmente elaboramos magdalenas, bizcochos, distintas clases de pastas y otros dulces como las rosquillas de san Vicente o turrón de diferentes sabores.
Lara Acerete / Iglesia en Aragón