«La alegría es una forma de apostolado»
El cardenal Luis Antonio Tagle, arzobispo de Manila y presidente de Caritas Internationalis, visita con su familia el pueblo cántabro del que procede su apellido
¿Un cardenal filipino de antepasados chinos con raíces cántabras? Tagle, un pueblo de apenas 450 habitantes, se volcó en la acogida del arzobispo de Manila, acompañado por sus padres, su hermano Manuel y otra veintena de familiares, entre cuñados y sobrinos. Con algo de retraso (su maleta se había extraviado al venir de Lourdes), hacía entrada en el pueblo en la tarde del sábado una alta personalidad del que «se dice por ahí» que podría ser el próximo Papa, contaba una vecina. Lo que encontró la gente fue a «un hombre de Dios», a un obispo extremadamente sencillo y siempre sonriente que «va dejando a su paso un rastro de paz y buen humor», según las impresiones recogidas por el párroco, Baldomero Maza. Mientras el cardenal de Manila conversaba con un grupo de niños, en un castellano cada día más fluido, su madre, Milagros (Mila), bromeaba sobre sus orígenes asiáticos, llevándose las manos a los ojos para acentuar sus rasgos chinos.
Con la ayuda de su amigo el cardenal Carlos Osoro, Maza convenció a Luis Antonio Tagle para animarse a visitar Cantabria. Un sacerdote ya fallecido de la localidad, José Luis Saiz, escribió un libro sobre los orígenes del pueblo. El párroco se lo envió a Tagle, junto a estudios genealógicos que podrían emparentarlo con un antiguo gobernador español en Filipinas. A don Manuel, el padre del cardenal, le interesó el asunto. Todo se dispuso para el viaje. El hermano del arzobispo de Manila, de nombre también Manuel, acudiría desde Estados Unidos, donde reside. Herederos de una tradición donde la familia extensa conserva una gran importancia, los Tagle abrieron la convocatoria a otros parientes. Tal vez algún día —bromeó el purpurado en conversación con Alfa y Omega— puedan repetir una expedición familiar a China, en busca de los orígenes del apellido de su madre, Gokim.
La visita incluyó en la mañana del domingo un desplazamiento al monasterio de Santo Toribio de Liébana, que celebra Año Santo, en compañía del obispo de Santander, monseñor Manuel Sánchez Monge, y del cardenal Osoro. Luis Antonio Tagle, presidente también de Federación Bíblica Católica, pronunció unas palabras sobre la Cruz de Cristo tomando en sus manos el Lignum Crucis, considerado el mayor fragmento del madero. Fue un impulso al Año Lebaniego, todavía «poco conocido», decía a la salida el obispo de Santander. El cardenal Osoro destacó la «profunda experiencia de catolicidad» que supuso esta visita a un lugar donde se venera «la Cruz de nuestro Señor, que nos une a todos los cristianos, y es donde encontramos la verdadera salvación y la manera de vivir y estar en el mundo, que es la entrega y el servicio».
De la dimensión práctica de este servicio habló el cardenal Tagle en un encuentro con sacerdotes cántabros, algunos antiguos alumnos de Carlos Osoro en sus tiempos de rector del seminario. «La alegría —les dijo el presidente de Caritas Internationalis— es una forma de evangelización. Con el buen humor sembramos esperanza en la gente». Un presbítero le dijo: «Háblenos de los refugiados». Y el arzobispo de Manila, por momentos con lágrimas en los ojos, contó algunas experiencias personales, pero «a pesar de toda la miseria y todo el sufrimiento —dijo—, siembre hay signos de esperanzas. Encontrarlos debe ser nuestro trabajo de pastores».
A la mañana siguiente, el lunes, el cardenal Tagle partía con su familia rumbo a Zaragoza para visitar con su arzobispo la basílica de la Virgen del Pilar. La última parada es Barcelona, de donde el purpurado volará con sus padres hacia Manila, mientras su hermano Manuel regresa a los Estados Unidos.
Cardenal Tagle, ¿qué hace usted para estar siempre alegre? ¿Cómo consigue pasar tan fácilmente del llanto a la risa? Le vemos hablar de los refugiados muy conmovido, se le saltan incluso las lágrimas a los ojos, pero en seguida recupera usted el buen humor.
Yo siempre digo que quien ha visto el sufrimiento y cree que Dios ha vencido en Jesucristo (que sigue padeciendo), puede estar alegre, feliz, y al mismo tiempo triste. No tiene por qué ser contradictorio. El Papa tituló su exhortación apostólica Evangelii gaudium, la alegría del Evangelio, y el Evangelio contiene la cruz de Cristo, que nos mueve a las lágrimas. Pero las lágrimas de tristeza se pueden convertir en lágrimas de alegría si creemos que el amor de Dios ha triunfado sobre el sufrimiento. Por eso lloramos con la gente y a la vez nos alegramos con la gente.
Una biografía suya se titula He aprendido de los pobres. Esto es más que justicia social.
Porque veo que nuestros maestros, no solo en asuntos sociales, sino también en la fe, son principalmente los pobres y la gente sencilla. Recuerdo el pasaje del Evangelio en el que Jesús, con alegría, agradece al Padre por revelar las verdades del cielo a la gente sencilla, no a los que piensan que son inteligentes y lo saben todo. Esto es algo que he podido comprobar en mi experiencia personal. En los pobres he visto genuina generosidad; es algo sorprendente cómo los que no tienen nada piensan en los demás y están dispuestos a compartir, mientras que los que son ricos e inteligentes encuentran modos para acumular y no compartir. Quienes viven en la miseria saben esperar en Dios. Y los que tenemos acceso a tantas cosas, en cambio, ponemos las esperanzas en nosotros mismos.
¿Qué nos dice de esos pobres que además son refugiados?
La historia de la humanidad es la historia de movimientos, de migraciones. La migración es un derecho humano. Cada persona tiene el derecho a cambiar de lugar de residencia. Pero hay un fenómeno de migración impuesto, no decidido por la persona. Impuesto por las situaciones de conflicto y guerra, por los desastres naturales y el hambre, por falta de instituciones y estructuras que permitan una vida con dignidad… Hay 65 millones de refugiados en el mundo, y 20 millones de víctimas de trata, y al mismo tiempo hay mucho temor a abrir las fronteras, las casas y las puertas para acoger a los refugiados y los inmigrantes. La nueva campaña de Caritas Internationalis, Compartiendo el viaje, recoge una de las preocupaciones del Papa, que es la cultura del encuentro humano. Los refugiados y migrantes no son números, son personas. El Papa y Cáritas nos invitan a abrir las manos y los oídos para escuchar sus historias; a abrir los ojos, no solo los biológicos, sino también los del corazón, para encontrarnos con la humanidad de estas personas.
Cáritas Internacional está muy comprometida también con el problema de la trata a las mujeres.
Es un escándalo para la humanidad que, después de tantas declaraciones de derechos humanos, siga existiendo la trata de mujeres. Es necesario afrontar esto con coraje y también con humildad. Tenemos que convencernos todos de que la mujer no es un objeto, es una persona. Las leyes, los contratos universales, las declaraciones… no valen nada si la cultura y el pensamiento no cambian.
Visita usted España en un momento de dificultades políticas. Tampoco en Filipinas la situación es tranquila. ¿Cómo cree que debe responder la Iglesia ante este tipo de situaciones?
¡No solo en España y Filipinas, dificultades hay en todo el mundo! Las administraciones políticas cambian: a veces cada cuatro años, a veces se alargan un poco más, pero tarde o temprano cambiarán. Y la misión de la Iglesia permanece. Nuestro mensaje, el Evangelio de Jesús, no cambia, sin importar qué partido político esté en el Gobierno. Lo que sí hacemos es ayudar a buscar caminos, sin convertirnos nosotros en un partido, para contribuir a la solución de los problemas. La Iglesia no pretende tener todas las respuestas. Los problemas del mundo necesitan colaboración y la Iglesia debe colaborar como una voz religiosa, moral y ética. Nosotros ponemos nuestra pequeña parte. E invitamos a los empresarios a hacer su parte. Y a los medios, al mundo académico, a los políticos…