En torno al 10 de octubre, Día Internacional de la Salud Mental, se celebran múltiples iniciativas centradas en la relación entre espiritualidad y salud mental. Hace solo unas semanas se publicaba en Francia un libro en el que el Papa confiesa haber visitado durante seis meses la consulta de una psiquiatra, hecho que pudiera parecer anecdótico, pero que rompe con los prejuicios que desde la Iglesia ha existido hacia la psiquiatría y la psicología, prejuicios que a menudo han sido mutuos. Pero igual que muchos expertos en salud mental llevan años insistiendo en que no es posible ignorar la dimensión espiritual de la persona, era hora también de perderle el miedo en la Iglesia a estas disciplinas, de entrada para no estigmatizar a quien padece dolencias como una depresión como si fuera el resultado de una falta de fe. Pero además hay todo un caudal de conocimiento acerca de la persona que, sin absolutizarlo, la Iglesia no puede ignorar. Esa es una de las grandes aportaciones de la Amoris laetitia, que asume que no puede haber buena reflexión teológica y pastoral de espaldas a las ciencias.