Acabo de leer el último informe anual de SOS Racismo en el Estado español y me ha llamado preocupantemente la atención el incremento del racismo y la islamofobia en nuestro país y el discurso de la discriminación con que se viene alimentando. Me he detenido especialmente en el capítulo que aborda la discriminación laboral. Las situaciones recogidas se parecen a muchas otras similares que también conozco, que afectan a hombres y mujeres de mi barrio y que en su momento se organizaron con otras personas y colectivos para denunciarlo.
Como Tania, a la que, durante los ocho meses que trabajó como ayudante de cocina, su jefe aplazaba permanentemente el pago con el pretexto de que tenía que pagar unas deudas del local y que al mes siguiente le pagaría sin falta, sumándole todo lo que le debía. Sin embargo nunca llegó a hacerlo, hasta que Tania descubrió que ni siquiera le había dado de alta en la Seguridad Social y, apoyada por una asociación de mujeres, le puso una denuncia en la Inspección de Trabajo bajo la perplejidad de su jefe, que nunca imaginó que una mujer con pañuelo se iba a atrever a ello.
O como Basirou, que firmó un contrato como camarero de 20 horas pero trabajaba el doble y le obligaban a hacerlo de forma itinerante en todas las terrazas de los siete bares que tenía su jefe, además de aguantar sus comentarios y bromas racistas… y que, cuando un día decidió encarar los comentarios de su jefe sobre su color de piel y exigió que su trabajo se ajustara a las condiciones de su contrato, fue despedido sin aviso previo y sin finiquito. Pero Basirou había aprendido en unos talleres de información laboral impartidos en un centro de acogida a inmigrantes dos palabras que ahora repite sin cesar como si fueran mágicas: «No conforme». Gracias a eso pudo ganar la demanda de despido improcedente a su jefe.
Todos siempre somos mucho más que un estereotipo y, sobre todo, como dice Basirou, lo que se lucha se gana; por lo menos la dignidad de intentarlo y de no perder el respeto hacia uno mismo.