A Raíña: un proyecto para volver a la fe
Un sacerdote de la archidiócesis de Santiago acompaña y ayuda a grupos de alejados de la Iglesia a través de la lectio divina en una pequeña finca en el municipio coruñés de Mesía. ¿El objetivo? Acercar a las personas a Dios y animarles a volver a sus parroquias
Principio de curso del año 2015, en un encuentro de curas de toda Galicia, uno de la archidiócesis de Santiago de Compostela toma la palabra y hace una propuesta para acercarse a aquellos que han abandonado la Iglesia. La intervención, que le pidió su arzobispo, Julián Barrio, se convirtió en una arenga, una inyección de moral para los sacerdotes allí presentes, que se quedaron asombrados. De lo que habló aquel día Víctor Manuel Blanco Naveira –así se llama el sacerdote– fue de futuro, de que hay futuro para la Iglesia y que está, en gran parte, en las ovejas descarriadas. «La gente tiene fe, pero está cansada de nosotros. No es tarde, pero es urgente hacer algo. Abrámosles una vía, Dios no abandona a su Iglesia».
Ese camino del que hablaba Víctor, él insiste siempre que desde «la humildad», es el de A Raíña (La Reina, en español), un proyecto pastoral que pone el foco en aquellos que estuvieron y ya no están en la Iglesia, pero sin descartar a nadie. Un sueño hecho realidad que pone sus cimientos en la oración, en la reflexión, el debate y la acción, y que se ha establecido en una pequeña finca de la parroquia de San Martín Cabrui, en el municipio coruñés de Mesía. Porque el lugar es un pilar en esta aventura.
Entrar en A Raíña es como ponerse delante del icono de la Trinidad de Rublev. Llaman la atención los tres laureles gigantes que, entrelazados, se hacen uno; también hay una casa de oración, como la de Abraham, una encina y fuentes. «Yo vivo en ese lugar», cuenta Víctor. El silencio y la naturaleza neutralizan la cobertura móvil, ya de por sí baja, mientras que parecieran no existir el asfalto ni el rugido de los coches.
Oración y acción
Cada sábado a las diez en punto de la noche, el tiempo se para. «Nos sentamos, invocamos a la Trinidad y hacemos unos 20 minutos de silencio», comenta el sacerdote. Luego se leen las lecturas del domingo, pero de un modo muy pausado; Víctor explica la Palabra de Dios, hace su propio eco y luego intervienen los demás, que a viva voz hablan sobre lo que han escuchado u oran. Se reza el padrenuestro muy despacio –dura unos diez minutos–, cantan a la Virgen y reciben la bendición.
La velada continúa en la casa principal de la finca y, allí, con una comida sencilla –caldo, patatas o unas sardinas en lata– y en torno al fuego, surge el debate. No de fútbol ni de televisión, sino de cuestiones eclesiales y vitales. De doctrina social, de problemas que ven en la Iglesia o del Sínodo de la familia… Víctor les ha propuesto el modelo de «ver, juzgar y actuar» de Acción Católica y, de hecho, utiliza estos materiales en estos encuentros. «Vibran con ellos, los ven muy palpables», explica.
En la actualidad, son muchas las personas, de entre 40 y 50 años y de toda la comunidad gallega, que asisten a lo largo del año a las reuniones de los sábados. Unos van todas las semanas; otros, una vez al mes o con otra periodicidad. Eso sí, Víctor nunca ha estado solo desde que empezó.
De la oración y la reflexión de algunos de estos alejados, nació una asociación de agricultura ecológica, llamada Raíña Paraíso, para ofrecer trabajo a personas en riesgo de exclusión social y para hacerlo como Iglesia. «Decían que el Evangelio les exigía hacer algo por los demás», apunta Víctor. En un año, consiguieron en torno a diez hectáreas con cinco invernaderos. Y en estos momentos gestionan una antigua escuela ecológica, que había sido pionera en Galicia, a seis kilómetros de A Raíña. Estaba infrautilizada y solicitaron al Ayuntamiento permiso para utilizarla. Se hizo un concurso público y solo se presentó la asociación. Tienen a tres personas en nómina y van a contratar a dos más, parados o personas con algún tipo de discapacidad. «Siento esto como algo de la Iglesia. De hecho, sería impensable si no fuese por la ayuda de nuestro bendito obispo», añade Víctor.
Una casa abierta
A Raíña no quiere ser «un gueto», sino «una casa abierta a cualquier espiritualidad, carisma o condición religiosa, un lugar para vivir la fe de otro modo y, sobre todo, para los alejados». La idea, repite, es que si alguien no se encuentra bien en su parroquia, pueda venir aquí, pero con el reto de volver a su comunidad de origen. «Me gustaría que este lugar fuera una fuente más dentro de la Iglesia, distinta, donde la gente pueda venir y beber y volver a su casa, a su familia, a su parroquia y dar allí testimonio de la fe. No se trata de estar aquí porque el cura te cae mejor; no, ve a tu parroquia y da testimonio. Tengo claro que si esta aventura sirve para que una sola persona se acerque a Dios y vuelva a confiar en Él, ya tiene sentido», señala.
Fernando Berani, uno de esos alejados que encontró A Raíña, afirma que este es un lugar donde «uno se siente bien y nadie es forastero, donde las puertas están siempre abiertas, donde puedes ser tú mismo, donde no existen etiquetas, donde todos somos útiles, valiosos y valorados». «Te arropará si te sientes desvalido, te hará crecer como persona, como seguidor de Jesús, te hará crecer…».
Paralelamente a la reunión con los alejados, A Raíña también se ha convertido en lugar de encuentro, una vez al mes, para los sacerdotes. Con el mismo formato: lectio divina, cena y debate, este de carácter más pastoral. «Si hay algo que agradezco es que mucho curas vibren con esto. Hay tres que incluso se han involucrado en la asociación. Me hace muy feliz que vengan y que sean parte. Es muy enriquecedor para todos, sobre todo, para mí», asegura.
A raíz de estas iniciativas, el eco de A Raíña se fue extendiendo hasta el punto de que pronto empezaron a llegar excursiones desde colegios, organizadas por los profesores de Religión; visitas de centros de menores atendidos por religiosas; grupos de congregaciones religiosas y encuentros diocesanos… Solo este verano, han pasado por allí más 2.000 personas.
Un sueño desde niño
Para entender A Raíña –dedicada a la Virgen, aunque el nombre es heredado– hay que darse la vuelta y mirar décadas atrás, cuando Víctor Naveira era solo un niño. «Me dolía que mis colegas de Pontevedra, donde estudiaba, y los de la aldea dejaran de ir a Misa después de la Primera Comunión… Plenamente confiado, le pedí a Dios, con todo mi corazón, que algún día pudiera tener un sitio donde juntar a esos golfillos para rezar, cantar y reflexionar juntos», cuenta.
Con ese deseo, no sabe muy bien cómo, entró en el seminario menor y luego en el mayor. Y dos años antes de ordenarse sacerdote, la idea de la casa para los alejados recobró fuerza. «Lo escribí y se lo presenté a mi arzobispo Julián Barrio. Le pedí una cita para decirle que si yo fuera obispo abriría una casa para este tipo de encuentros. Me dijo que no tuviese prisa, que confiase en Dios y que, quizás, con el tiempo, el sueño se pudiese cumplir».
Esperó casi 20 años: «Me desesperé, pensé que Dios me había abandonado… Cuando me negaron una rectoral para el proyecto, llegué a desfallecer. Y, en el último momento, todo surgió». Aparecieron una casa, la gente, el dinero, los materiales y la mano de obra… La Providencia. «Cuando encontramos A Raíña vivía con un matrimonio muy especial –José y Mari–, que me insistieron en intentarlo de nuevo. Se la pedí al dueño y me la dejó; luego la compramos. Quien me dio el dinero no iba a Misa desde niño, pero es una personas con una inquietud, bondad y en búsqueda. No conocía el Evangelio y ahora vibra con una fuerza…, porque encuentra vida en él», explica.
Cuando la visitó el arzobispo, al ver lo que allí había surgido, dijo que veía «muchas casualidades». «Al escribir el proyecto, lo titulé Obasileia, que significa ¡Oh, Reino! Y es curioso que aparezca una casa que se llama A Raíña. Pero es que, además, estaba dedicada a granja de ovejas y el proyecto es para ovejas descarriadas. Y donde había un pesebre, hoy es la casa de oración», concluye.
Si eres capaz de imaginar un lugar donde sientas la fuerza del Amor y sus derivados en los poros de tu piel y en la alegría de tu corazón, ese lugar es A Raíña, y si, además, tienes la fortuna de percibir con claridad la coherencia entre lo que se predica y lo que luego se hace, entonces es inevitable quedar cautivado por la presencia de Alguien muy beneficioso para la vida de quienes simplemente buscamos acercarnos a vivir en coherencia entre lo que pensamos y lo que hacemos en un mundo cada vez más hostil con esos principios.
Del influjo del Espíritu y de los beneficiosos mensajes extraídos del Evangelio nace la necesidad de poner en práctica un hermoso proyecto como es la Asociación Raíña Paraíso. Una asociación sin ánimo de lucro, cuyos miembros son todas las personas que quieran colaborar aportando lo que buenamente puedan. Dinero, trabajo, etc. El objetivo primero y fundamental es el de colaborar a dignificar la vida de personas que realmente lo necesitan, dando trabajo en un proyecto social de agricultura ecológica. Como nuestra voluntad es la de conseguir un mundo mejor aportando lo mejor de nosotros mismos, estamos convencidos de que ese influjo calará en nuestros vecinos y conseguiremos modificar sus condiciones de vida, en un mundo rural tan abandonado.
Es muy gratificante sentir que somos unos simples instrumentos al servicio de una causa mayor y dejarnos llevar para conseguir el objetivo. Esta es la humilde visión de una persona que estaba alejada desgraciadamente de las útiles enseñanzas de Jesús y tuvo la fortuna de encontrarse con ese Alguien que lo recondujo a una vida de valores.