Capítulo I: Una mirada a nuestra sociedad y a nuestra cultura
1.1. Una mirada de fe
Lo verdaderamente humano
9. La mirada que dirigimos a la vida, el matrimonio y la familia en nuestra sociedad actual es una mirada de fe por un doble motivo. En primer lugar, porque esa fe nos hace participar de aquella primera mirada de Dios con la que el Creador vio que todo era bueno (cfr. Gén 1, 31) y nos da esos ojos nuevos que nos permiten redescubrir lo bueno, lo verdaderamente humano (cfr. Flp 4, 8)[9]. En segundo lugar, porque mirar el matrimonio y la familia nos lleva a descubrir la necesidad de una fe humana[10]. La familia es el primer lugar donde una persona se confía a otra con una entrega verdadera. Esta fe humana que se vive en la familia nos abre a la fe en el otro, para poder construir una sociedad esperanzada, y a la fe en Dios. La mirada de fe resulta decisiva para descubrir, conocer y vivir la verdad completa de todas las realidades, sobre todo las que se refieren al ser humano, a su vida y a su destino trascendente.
10. Son muchas las ocasiones en que los obispos españoles nos hemos pronunciado sobre la situación de nuestra sociedad, también en lo que afecta a la verdad moral propia del matrimonio, la familia y la vida. No hemos dejado de señalar los logros y las dificultades en estos campos. Uno de los logros que se ha dado en la sociedad española, y que queremos de nuevo poner de manifiesto, es la progresiva maduración de nuestra convivencia democrática[11]. Esto incluye elementos muy positivos en la afirmación de unos valores destinados a la convivencia en un clima de libertad, respeto, pluralismo, tolerancia, con un marco de progreso económico en un Estado de bienestar.
Junto a estos logros, es obligado afirmar también importantes adquisiciones de carácter moral, como una mayor sensibilidad en lo que corresponde a la defensa de las libertades individuales y la igualdad de derechos. Esto supone un rechazo creciente contra las manifestaciones tiránicas, los racismos, las violencias de distinto tipo —también en la familia—, las desigualdades sociales, los clasismos más o menos ocultos, una denuncia sin paliativos contra el terrorismo, una lucha sincera contra diversas manifestaciones inhumanas como son la miseria, la ignorancia o el rechazo a los inmigrantes.
En el ámbito específico de la familia hemos de constatar como elementos de progreso: el mayor reconocimiento de la igualdad de hombre y mujer, la mayor libertad en las relaciones y en la elección del matrimonio, el hecho de que los hijos sean recibidos más conscientemente, etc.
La solidaridad con los desfavorecidos, la preocupación por los desempleados, el crecimiento del voluntariado social, el respeto a los que tienen otra cultura o el cuidado de una conciencia ecológica, son también importantes adquisiciones de nuestra sociedad.
1.2. Ambigüedad de los valores de la cultura dominante
Aceptación de graves distorsiones
11. Pero, como pastores, hemos de advertir que muchos de estos elementos presentes en nuestra vida social sufren ciertas ambigüedades a causa de la cultura dominante, que los desfigura en la tarea de formar integralmente a la persona.
Nos interesa sobre todo destacar la ambigüedad en lo que corresponde al ámbito de la familia y la vida. Se produce ahí la asombrosa situación de que, a pesar de que las encuestas demuestran que es una institución altamente valorada de modo privado por las personas, existe un rechazo manifiesto en su aceptación pública. De tal manera que se llegan a considerar normales en una situación democrática distintas realidades que perturban seriamente la institución familiar y el respeto a la vida humana. Entre otras, podemos citar la extensión del divorcio, con las graves consecuencias personales que genera; de las parejas de hecho, con la inestabilidad que producen en la vida de las personas y de la sociedad; y, cada vez más, la petición de un pretendido matrimonio entre homosexuales, con una grave confusión en la comprensión de la sexualidad[12]. Entre los temas que se refieren a la transmisión de la vida, se encuentran la trágica aceptación social del aborto, la eutanasia, la esterilización, la FIVET, la clonación terapéutica, etc. Muchas de estas cuestiones ya han sido legalizadas, como el divorcio, la despenalización del aborto en algunos supuestos[13] y las Técnicas de reproducción asistida[14]; e incluso han sido aceptadas por sentencias del Tribunal Constitucional[15].
12. La gravedad y número de estos problemas está a la vista de todos. Nos encontramos en una situación histórica nueva en nuestra sociedad. Como pastores nos preocupan en la medida en que afectan a las personas en lo más íntimo, mientras que nuestra sociedad parece querer ocultar sus dificultades con soluciones superficiales e ingenuas, que pretenden ignorar la repercusión personal y social que producen. Éste es el drama que se oculta tras la paradoja de una familia (cuna y santuario de la vida) apreciada en su función personal y vilipendiada en su dimensión social. Nos hallamos ante un orden social tremendamente paradójico porque esconde la problemática que padecen muchas personas, queriendo amparar esa problemática humana con unos servicios sociales que aseguren una vida individual sólo materialmente adecuada. Pero, ¿acaso pueden las estructuras frías e impersonales ocuparse verdaderamente de las personas, sobre todo cuando éstas sólo pretenden asegurarles un mínimo de bienestar material?
Nuestra mirada de fe no se queda en las estructuras, nos ayuda a contemplar el corazón del hombre (cfr. 1 Sam 16, 7). Por eso, al entrar en esta cuestión no estamos invadiendo un terreno ajeno, sino que nos hacemos eco de los apremiantes deseos de gran número de personas cuyo principal problema es su propia familia. ¡Cuántos hombres y mujeres no saben qué hacer para tener una mejor convivencia familiar, o ayudar verdaderamente en esto a sus hijos! Querer silenciar esta voz bajo el argumento de una pretendida neutralidad social ante una cuestión meramente privada, supone callar ante el clamor de tantas familias que piden una atención urgente. Hemos de constatar que hoy, por la evolución negativa de los problemas antes apuntados, en España, la familia padece graves males y es hora de afrontar sin complejos sus causas y sus soluciones.
Las raíces de una cultura inadecuada
13. La contradicción interna entre la valoración positiva de la familia como un valor real y su menosprecio como elemento social nos señala una importante incoherencia en la racionalidad que está en la base de la construcción de nuestra sociedad[16]. Incoherencia que pone de manifiesto un modo erróneo de concebir la convivencia social. No le basta al hombre un bienestar material y exterior si fracasa en lo más importante para él. Así nos encontramos con que muchas personas viven un problema dramático, y es la dificultad para realizar un auténtico proyecto de vida y de familia, como pide su corazón, pues tropiezan con una valoración social puramente económica y utilitarista de la persona y de la familia. En estas circunstancias, la ausencia de una ayuda adecuada y cercana sume al hombre en una amarga frustración.
14. Los cristianos debemos denunciar aquellos aspectos de nuestra cultura que no favorecen la personalización de cada hombre y cada mujer, y su llamada a formar una auténtica comunión de personas. Son factores que provocan una fractura íntima, que conduce a la dificultad de concebir la propia vida y, por consiguiente, el matrimonio y la familia, como una auténtica vocación.
Este hecho está más acentuado por la extensión cultural de una determinada censura que relega del ámbito público al privado toda pregunta por Dios y por la trascendencia. Se abre así una profunda ruptura entre la fe y la vida que debilita las convicciones personales.
15. La ambigüedad que destacábamos antes es fruto de un largo proceso cuyo interés se centra en una convivencia fundada, no en convicciones, sino en acuerdos de compromiso. Se da una gran importancia a los procedimientos formales y las cuestiones inmediatamente prácticas, mientras se evita, una y otra vez, todo diálogo sobre las cuestiones fundamentales y los ideales comunes, que se llegan a considerar irrelevantes para la vida social.
Rechazo de Dios
16. Este proceso comienza con la secularización de la sociedad en la Edad Moderna, a consecuencia de la cual muchas de las realidades humanas, incluida la vida y el proyecto familiar, se piensan como realidades cerradas a la trascendencia y cuyo contenido pasa a ser considerado como meramente terrenal[17]. El desarrollo de los acontecimientos, en cambio, parece insistir en que el intento sistemático de construir una convivencia sin Dios se vuelve siempre contra el hombre. En primer lugar en su corazón, porque, llamado a una comunión con Dios y abierto a lo infinito, queda encerrado en el horizonte estrecho de la vida en este mundo. Las palabras de san Pablo son profundamente reveladoras: Porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció (Rom 1, 21). A esta verdad fundamental, el Apóstol añade (vv. 22-32) toda una serie de males morales que denigran a las personas y hieren la convivencia, algunos de los cuales afectan muy directamente a la familia y la vida.
Razón ofuscada
17. Cuando se produce este fenómeno de oscurecimiento de la presencia de Dios, incluso como horizonte vital que transciende al mundo, se crea en los hombres un ánimo refractario a cualquier realidad que no caiga bajo el control humano. Toda verdad trascendente se llega a mirar, por algunos, con sospecha, o incluso se pretende reinterpretar de modo reductivo. No estamos ante un mero juego intelectual que intente un sistema coherente cerrado a la trascendencia, es —como dice el Apóstol— un auténtico ofuscamiento de la inteligencia humana, que se halla como colapsada en la búsqueda de una verdad plena, que responda a las preguntas fundamentales de la dignidad del hombre y que sea capaz de fundar la convivencia social.
18. Ante los grandes valores e ideales se extiende en muchos sectores un profundo escepticismo, que actualmente afecta gravemente al campo moral. Con esta afirmación no nos referimos al rechazo de la normativa moral propuesta por la Iglesia, sino, sobre todo, a la incapacidad del hombre para construir su vida en la verdad.
Al dejar de creer en la verdad de los valores absolutos, la inteligencia deja de interesarse por la cuestión del sentido para centrarse en una razón instrumental, que sólo resuelve problemas inmediatos por medio del cálculo y la experimentación, pero que permanece cerrada al misterio del hombre, por lo que es incapaz de descubrir el valor personal y la belleza de lo humano[18]. Todo se mide y se valora por su productividad y su utilidad.
Endurecimiento del corazón
Muchos llegan a juzgar imposible conocer con una certeza moral principios firmes en los que asentar la realización del hombre, como son el sentido de la vida de la persona, del matrimonio y de la familia. Son realidades fundadas en una verdad profunda y rica en humanidad. Podemos reconocer en ello el endurecimiento del corazón (cfr. Mt 19, 8), que entenebrece la percepción de la verdad originaria del matrimonio disolviéndola en conveniencias sociológicas.
19. Las consecuencias de este modo de afrontar la vida son muy graves. Al hombre, reducido su horizonte vital a lo que puede dominar, se le valora sobre todo como un homo faber, y todo su trabajo se mide en razón de la sola productividad. A pesar de los adelantos técnicos, se observa paradójicamente cómo el trabajo ahoga muchas veces la vida de las personas con exigencias que no tienen en cuenta la realización de la persona y su vida familiar. Se sacrifican muchas cosas a un sistema de producción impersonal, competitivo y tiránico.
Deformación de la libertad
20. En el plano moral se produce una deformación del valor de la libertad, que pierde así su aspiración interna hacia la plenitud humana. Desarraigada de su finalidad interna, que la dirige a realizar el amor verdadero, la libertad queda reducida a la elección de cosas según un arbitrio personal, al margen de la verdad del hombre.
Cuando esto sucede, los únicos límites que se descubren para la libertad vienen de la presencia de otras personas también libres. La relación entre personas se enmarca así en un conflicto de libertades y límites. Todo es posible con tal de no violentar la libertad ajena. Pero, ¡qué drama se esconde tras esta concepción de la libertad! Cuando la libertad se percibe y se define sólo a través de meros contenidos extrínsecos y negativos, la persona llega a vivir entregada a las emociones, y acaba esclava de sus propias apetencias superficiales. Esta concepción de la libertad produce un profundo conflicto entre las diversas dimensiones de la persona: racional, afectiva e instintiva.
21. Podemos hablar entonces de un concepto perverso de la libertad[19]. No nos estamos refiriendo sólo a un error antropológico, sino a una forma de entender la existencia humana con unas consecuencias profundamente negativas en la vida personal y social. Por una parte, una libertad sin dirección aboca al hombre a un nihilismo corrosivo, en la medida en que pierde el contacto más profundo con los valores e ideales verdaderos: todo sería válido, incluso los comportamientos destructivos[20]. Mientras que los deseos más profundos —de sentido, de paz, de horizontes trascendentes, de amar y ser amado, etc.— permanecen insatisfechos, se debilitan y empobrecen las relaciones interpersonales. Si la libertad del hombre no le conduce a amar con todo el corazón, se convierte en algo nocivo y frustrante del sentido de su existencia.
Utilitarismo e individualismo
22. En el ámbito público esto se plasma en la adopción de una ética utilitaria dominada por los intereses individuales; en cambio, en el ámbito privado, el juicio moral se deja al arbitrio de un sentido moral subjetivo, que se traduce en una concepción ética a la carta. En ambos casos, se desemboca en una tendencia individualista en la que la figura del otro aparece como un rival potencial y como un competidor en el intercambio de bienes materiales. Así entendemos que la propia libertad tienda a afirmarse como dominio sobre los demás. Uno de los efectos más claros de esta concepción es el intento de justificación de actos intrínsecamente nocivos[21]. Todo tipo de aberraciones, incluido el aborto, el suicidio, la pederastia, el turismo sexual, etc., llegan a aparecer incluso como derechos de la libertad individual. ¿Acaso no se ha perdido el sentido de la libertad, deformando a la persona?
1.3. Deformación del sujeto personal
Renuncia a la búsqueda de sentido
23. Ya desde la antigüedad la búsqueda de la verdad se expresaba en la frase del oráculo de Delfos: ¡Conócete a ti mismo![22] ¡Qué drama ocurre en el hombre cuando pierde el anhelo de la búsqueda del sentido de su existencia! Como decía Sócrates, una vida sin búsqueda no es digna de ser vivida[23]. Entonces, deja de conocer la verdad de sí mismo y se encuentra perdido en la tarea de construir su vida.
Ante todo, deja de reconocerse en su plenitud personal, esto es, dotado de una naturaleza racional capaz de conocer la verdad y una apertura a las relaciones personales, a la comunicación y enriquecimiento con otras personas. Sobre todo, la dirección y construcción de la vida se separan de la búsqueda de una verdad completa, de una vocación, y queda a merced de los sentimientos e impulsos irracionales, dominada por los instintos ciegos o por los diversos manipuladores, que llevan a la desintegración de la persona.
Dualismo antropológico
24. La razón última de ello es la existencia de un planteamiento dualista, que separa como mundos distintos el del cuerpo y el del espíritu[24]. El primero se considera como un material bruto, sin significado personal intrínseco y dominado absolutamente por el determinismo de las leyes biológicas y psicológicas. El segundo sería el mundo de la libertad sin condicionante alguno, abierto a la elección del hombre para que le marque sus fines en relación a sus intereses y deseos. La persona experimenta entonces dramáticamente dos fuerzas opuestas dentro de sí, sin saber conciliar sus deseos y su razón. Este hecho dificulta el conocimiento propio, sobre todo cuando, por un ritmo acelerado de actividades, es incapaz de ordenar su propia intimidad que queda a merced de la multitud de impresiones con la que es bombardeada. La persona se comprende a sí misma de modo fragmentado, caótico, en un entrecruzarse de fuerzas biológicas, emociones, opiniones en medio de deseos encontrados, que llega a confundir con su libertad.
25. La persona se separa así del sustrato vital que la hace crecer, a veces seducida por la apariencia de un hombre que se hace a sí mismo de modo autónomo y autosuficiente. El resultado es, en cambio, un hombre débil, sin fuerza de voluntad para comprometerse, celoso de su independencia, pero que considera difíciles las relaciones humanas básicas como la amistad, la confianza, la fidelidad a los vínculos personales.
Incapaces de construir una auténtica comunión
26. Quizá la mejor comprobación de la pobreza humana que comporta esta concepción es el individualismo al que conduce, y que condena a muchas personas a una terrible soledad, que es uno de los mayores males de nuestro tiempo[25]. Es cierto, no es bueno que el hombre esté solo (Gén 2, 18), pero ni la abundancia económica, ni el prestigio profesional, ni una emoción pasajera podrán sacarle de su soledad; sólo un amor que compromete la vida hasta la entrega (cfr. Gén 2, 24).El ideal de vida entendido como una autorrealización que no es capaz de construir una auténtica comunión de personas, es una falsa apariencia que engendra profundos desengaños. En muchos contemporáneos nuestros observamos la tremenda incapacidad de establecer vínculos profundos que fortalezcan su vida personal. Si las relaciones personales se consideran exteriores a la propia identidad, corren el peligro de acabar siendo meramente utilitarias, sobre todo cuando el valor principal que mueve la sociedad parece ser el económico medido en datos de consumo.
27. Estos factores culturales ambiguos están exacerbados en el ámbito de la educación. Aquí se aplica de modo infundado un falso concepto de autonomía que engendra un vacío profundo en la transmisión de los valores y la educación de las virtudes. Los adolescentes, presuntamente amparados en su naciente intimidad, quedan solos, sin dirección ni ayuda en las dimensiones principales de su existencia. A veces, entendiendo por libertad el mero cumplimiento de su espontaneidad quedan desconcertados por la variedad de llamadas y presiones que sufren y que no saben integrar. Se alejan entonces, casi sin saberlo, de lo que verdaderamente desean y los hace crecer como personas.
El experimento de la revolución sexual y sus consecuencias
28. Todas estas realidades sostenidas socialmente por la absolutización de una tolerancia sin límites e, individualmente, por la exacerbación de la libertad de elección sin sentido, han encontrado su caldo de cultivo en la llamada revolución sexual iniciada en los años sesenta. En ella, con la pretensión fallida de construir una nueva cultura, se ha producido una serie de rupturas en la construcción de la persona cuyas consecuencias padecemos[26].
Ruptura entre la sexualidad y el matrimonio
29. La primera fue: la ruptura entre la sexualidad y el matrimonio con el pretendido amor libre, sin compromiso institucional alguno. Si con ello se pretendía una normalización de la vida sexual, que se había vivido, según algunos, bajo una represión que conducía a la neurosis, la realidad nos ha mostrado actualmente que la obsesión por el sexo ha crecido hasta límites insospechados. El deseo sexual, promovido por los medios de comunicación y los organismos culturales, se ha desbordado hasta convertirse en un verdadero poder al servicio de intereses económicos.
Ruptura entre la sexualidad y la procreación
30. Para la extensión de esta sexualidad sin represión social era necesaria una segunda ruptura: la «liberación» del vínculo entre la sexualidad y la procreación. Es una fractura que estaba en germen en una mentalidad dualista que reduce la procreación a una mera reproducción biológica sin valor personal, una función natural separada del sentido personal de la sexualidad. La sexualidad podía centrarse entonces en la unión físico-afectiva, sin más perspectiva de futuro. Esta concepción se presentó hábilmente como la victoria del imperio del hombre en pro de una libertad mayor: la de elegir los propios significados en el ejercicio de la sexualidad.
La misma procreación, separada del amor sexual que la sostiene, quedaba en manos de la propia elección. Desde tal sexualidad sin procreación se entiende muy bien una procreación sin sexualidad. Incluso el reclamarla como el derecho de una pareja a tener un hijo como sea, por el hecho de desearlo vivamente.
El sexo, objeto de uso y comercialización
31. Estas rupturas dejan a la sexualidad humana sin un punto claro de referencia, sometida a una confusión social sin precedentes. Nuestro hombre de hoy se encuentra sin un fin adecuado por el concepto perverso de libertad del que hemos hablado antes, y sin un apoyo suficiente por un individualismo muy fuerte que evita todo compromiso estable con otra persona, mucho más si se presenta con un carácter irrevocable. En esta situación la entrega de la propia vida por amor aparece muy lejos del horizonte vital del hombre.
Por eso, la última fragmentación producida por la revolución sexual es la separación de sexualidad y amor. La primera pasa a ser un modo de experimentar la satisfacción de un deseo, y sus reglas serían las propias de un juego. El amor aparece entonces como algo ajeno que, en algunos casos, se puede unir a la sexualidad, pero que no la informa desde dentro. Sería necesario probarse sexualmente antes de saber si se puede amar de verdad a otra persona. En todo caso, no cabría un amor sin condiciones.
32. Las consecuencias sociales de esta revolución sexual están a la vista de todos. Una visión utilitaria se demuestra débil ante el impulso del deseo y no sabe dirigirlo. La pornografía, también infantil, nos señala hasta dónde llega la comercialización de la sexualidad humana. Las violencias sexuales se multiplican en medio de una sociedad que se escandaliza de los efectos cuando alienta hipócritamente las causas de estos males.
1.4. Un concepto ideológico del género
Rechazo de la identidad y de la armonía sexuales
33. La revolución sexual, fracasada en sus ideales originarios, pervive en nuestra sociedad por medio de dos realidades fuertemente presentes en la misma. La primera es la aceptación de una línea política que presenta en el campo jurídico —especialmente en los foros internacionales— toda una serie de nuevos derechos que, en el fondo, no son más que la pretensión de una «libertad sexual» sin límites: derecho a la anticoncepción, a la salud reproductiva, al libre diseño de la sexualidad, a la elección del modelo de familia, a la institucionalización de las uniones homosexuales, etc. Es necesario denunciar esta falacia. No se puede elevar sin más el deseo subjetivo a la categoría de derecho social. Una sana concepción de la persona impide confundir la libertad con la simple ausencia de límites. Nos encontramos ante una verdadera manipulación del lenguaje que presenta con palabras políticamente correctas realidades éticamente rechazables.
34. La segunda realidad a la que nos referimos es la ideología del género, esto es, el intento de presentar el mismo género sexual —masculino-femenino— como un producto meramente cultural. Es un modo propuesto tanto por los grupos de presión homosexuales como por un cierto feminismo radical. El modo de propagarlo exige una consideración de la sexualidad como algo ajeno a su identidad personal. De este modo, la liberación de la mujer consistiría en un ideal de vida separado de los significados de su sexualidad, que se entenderían como un peso esclavizante. La sociedad ideal debería entonces conducir a una indiferenciación sexual, para que cada persona modelara su propia sexualidad a su gusto. En el caso de un cierto feminismo, la relación hombre-mujer se llega a presentar como una especie de lucha de sexos en una dialéctica de confrontación.
Esta ideología dificulta a muchos adolescentes alcanzar su verdadera identidad sexual, en un momento difícil para ellos. La ambigüedad sexual de nuestra sociedad les hace plantearse problemas que no saben resolver en la soledad en la que se encuentran. Una verdadera educación sexual y una adecuada madurez en este tema debe tener una repercusión social que favorezca la integración de la propia sexualidad en el proyecto de vida personal. La confrontación de sexos ha producido también un debilitamiento de la complementariedad hombre-mujer, y se ha perdido la dirección para encontrar su necesario equilibrio. De ello se deriva que algunos padres no encuentran su puesto en la familia, inhibiéndose de sus responsabilidades. En consecuencia, es necesario descubrir un auténtico feminismo que reconozca los valores de la mujer en una armonización de los sexos que construya a las personas.
1.5. Desprestigio de la familia
Supravaloración del bienestar material
35. La influencia de todos estos factores en la consideración del matrimonio y la familia es inmensa. Ambas instituciones, al no ser entendidas desde sí mismas, quedan sumidas en la confusión. Por una parte, está la persona con la que se comparte la vida como una esperanza; por otra, la idea de que es esclavizante e imposible comprometerse para siempre. Esto significa en definitiva la dificultad de creer en el amor. En una sociedad en la que el ideal de vida es la independencia, las relaciones conyugales y familiares serían una pesada carga, que quita libertad, causa de sufrimiento e infelicidad.
36. Socialmente, además, no se tiene en cuenta a la familia en la organización laboral. La familia vive con una presión económica muy grande que comienza con la adquisición de la vivienda, cuestión dominada en muchas partes por una fuerte especulación. No se tiene en cuenta la dimensión familiar del salario[27] , y existe con frecuencia una penalización contra ella en la contribución fiscal, más grave si la familia es numerosa. Por otra parte, como en gran medida el prestigio social actual depende del tener y de una vida profesional aparente, el esfuerzo y la dedicación a la atención familiar de muchas mujeres como amas de casa no está suficientemente valorado.
37. La evidencia de que, afortunadamente, se están superando muchas de las discriminaciones laborales que pesaban sobre la mujer, no oculta el hecho de que la incorporación femenina al mercado de trabajo supone, en muchos casos, trabajar todo el día fuera del hogar. Esto puede suponer para la mujer una elección de vida: renunciar a la maternidad o reducir al mínimo el número de hijos. De modo práctico ocurre que la igualdad de condiciones laborales sólo es posible para la mujer que renuncie a la maternidad y a la familia. Esto no se debe muchas veces a la voluntad de la mujer, sino a la imposición de unas determinadas condiciones laborales, que no concilian su doble condición de mujer trabajadora y de madre. Esta tarea de la madre es especialmente importante en los primeros años del hijo. Hay que esforzarse por la revalorización social de las funciones maternas, por la fatiga unida a ellas y la necesidad que tienen los hijos de cuidado, de amor y de afecto para poderse desarrollar como personas responsables, moral y religiosamente maduras y psicológicamente equilibradas[28].
38. El resultado de estas condiciones de vida es una escasa comunicación familiar. Existe una falta evidente del tiempo necesario para la convivencia en el hogar, con lo que se debilita la fuerza interna de las relaciones personales. Las cuestiones de fondo no se dialogan y se desliza sutilmente la auténtica convivencia familiar hacia una mera coexistencia pacífica que no dé problemas.
En vez de la presencia de los padres y su papel educador en su relación personal con los hijos, muchas veces quedan como educador principal los medios de comunicación, en especial la televisión. Ésta tiene una gran influencia en la mentalidad de las personas, se dedica a ella excesivas horas y se usa sin criterio alguno. Ofrece así muy a menudo unos programas de consumo que viven de la audiencia del momento, de muy escasa calidad e, incluso, claramente perniciosos.
Las familias estructuradas amortiguan los problemas sociales
39. A pesar de todo esto, las familias españolas han sabido responder en gran medida a los problemas de paro, enfermedad y drogadicción padecidos por alguno de sus miembros, por lo que merecen un gran reconocimiento y son motivo de esperanza en la superación de los problemas ante los que se enfrentan. Por el contrario, cuando no se ha dado el amparo de la familia, o cuando estos problemas han sucedido en familias desestructuradas, las personas se han visto en situaciones enormemente difíciles. Hoy en día, la ausencia de familias o su desestructuración se muestra como un grave peligro para el hombre. Este hecho es el que conduce a algunos a una gran miseria, a la marginación de la sociedad.
Esto nos conduce a pedir un apoyo decidido de los organismos públicos a esta institución que tantos bienes reporta al tejido social. No se pueden reducir estos apoyos a medidas de tipo técnico utilitario, sino que deben consistir en el reconocimiento de su papel en la tarea de educar personas.
1.6. Desvalorización de la vida
El hijo como problema y no como esperanza
40. La influencia del individualismo alcanza, en su nivel social, también a la valoración de la vida humana. Podemos constatar que el tema de la vida humana, cuando se debate en ámbitos sociales, se hace casi siempre con criterios utilitarios, de cálculo de bienes. La vida humana, en una sociedad de consumo, queda valorada por el modo en que contribuye a un aumento del bienestar general y no como un bien a desarrollar en vista de la propia vocación personal.
El nacimiento de un hijo se plantea como un problema social, como una carga económica que acarrea una serie de dificultades en el futuro, especialmente educativas. Ya no se ve socialmente al hijo como una esperanza para el rejuvenecimiento social y como un don precioso para la familia. Asistimos así a una verdadera presión social que se ejerce contra la familia numerosa. Vivimos en una sociedad, cada día más vieja y esclerótica, que tiene cada vez menos niños y jóvenes y, por tanto, menos futuro.
Igualmente, existe una desvalorización del anciano y el minusválido, cuya atención no es económicamente rentable: cuestan mucho dinero y tiempo. Son una carga importante en la vida familiar; por eso, cada vez son más los que ya no están en el hogar familiar, aunque algunas veces esto se debe a la necesidad de cuidados especiales. Pero parece, lamentablemente, que, en algunos casos, sólo se piensa en estas personas por su rendimiento electoral.
Cultura anti-vida
41. Esta desvalorización social tiene una trágica consecuencia en la legislación de nuestro país. Si el inicio de ello fue la despenalización del aborto, un ejemplo patético es el caso de los embriones sobrantes de la FIVET considerados material de deshecho[29]. Detrás de esta legislación vacilante, se halla una preferencia por la defensa de los pretendidos derechos de la libertad individual de los votantes por encima de la vida de los débiles, como los no nacidos, o, incluso, de la valoración de los minusválidos físicos y psíquicos. No son hechos aislados, pertenecen a una determinada cultura que se puede calificar de anti-vida.
42. La última consecuencia de esta situación es quizá la más terrible y la más reveladora de la pobreza humana que esto engendra: se trata de la pérdida de la esperanza. Sin el horizonte de una vida cumplida, sin la fe en un amor al que entregarse, la esperanza queda reducida a la previsión meramente material del porvenir. Esta falta de esperanza se vive de modo dramático en el miedo al menor sufrimiento, pues éste ha perdido todo su sentido. Y el último de los temores, la muerte, se oculta de la vida diaria y llega a ser un nuevo tema tabú. Es una forma de restringir la verdad del hombre a lo que éste puede dominar y manipular.
Es el recorrido de nuestra mirada a una sociedad que ha suprimido a Dios del horizonte existencial[30]. La pobreza humana que se evidencia es una triste realidad en tantos hombres de nuestro tiempo, y es el gran problema que hemos de afrontar. Y deseamos afrontarlo, con lucidez y valentía, basados en la única luz y la única vida capaces de iluminar y regenerar el corazón y la conciencia del ser humano.
1.7. La mirada de Jesucristo
Amor que salva
43. Sintió compasión de ellos (Mc 6, 34; cfr. Mt 9, 36). Se trata de una mirada de misericordia ante el estado de sufrimiento, abandono y soledad del hombre, a veces en una apariencia de normalidad. Pero Cristo conoce lo que hay en el corazón de los hombres (cfr. Jn 2, 25) y en el corazón de las familias. Su mirada de misericordia nace de su mismo misterio de plenitud humana y divina. La mirada compasiva de Cristo es la máxima revelación del amor del Padre. La esperanza vuelve a asomar en el corazón herido de tantos hombres de hoy.
44. La mirada de Jesucristo nos remite al misterio de un amor eterno. Un amor que se introduce en nuestro mundo y en la historia de cada hombre. Es ese amor el que nos llama, nos ilumina, nos transforma. Ese amor que puede llegar a lo íntimo de nuestro corazón, puede sanar al hombre completamente, porque le renueva y vivifica. Por eso Jesucristo es nuestro Salvador: no sólo da respuesta a nuestros problemas, sino que da sentido al sufrimiento y a la muerte en el misterio pascual.
Devuelve la esperanza porque guarda la memoria de las maravillas obradas por el Señor en nuestro favor. Enseña a vivir el presente con sentido de providencia, de confianza en las manos amorosas y todopoderosas del Padre; con empeño apasionado por cooperar a la extensión del Reino de Dios. Bajo el impulso de su mirada misericordiosa se recupera la esperanza de que es posible el designio de Dios sobre la vida humana, el matrimonio y la familia. Cristo presenta el futuro escatológico como horizonte existencial del camino de la vida terrena.
Su juicio de misericordia es nuestra eterna felicidad.