Perdóname, Señor, por escribir sobre la serie de ficción española revelación y sorpresa de la temporada, por escribir sobre el imaginario colectivo de la ficción española que es el hábito religioso, la toga de la monja, la sotana del cura, el tricornio del Guardia Civil, que hacen al actor, pero no le suplantan. La toga de sor Lucía (Paz Vega), la sotana del sacerdote, anclado en las relaciones con el poder y en lo sacramental-cultual, lugar angosto de oración, y los vaqueros del sacerdote joven, progresista, y responsable del centro de acogida, permiten tratar con gusto el problema de la inmigración y la trata de blancas. Perdóname, Señor, por pensar que los tópicos con aire de culebrón que se esconden detrás de los hábitos religiosos tan efectistas en la televisión, en la realidad y en la ficción, son algo más que argumentos de la narrativa cultural. Funcionan la toga, la sotana y el clériman, ¿funcionan los actores que los llevan y los diálogos sobre el pecado, el perdón, las dudas de fe y de vocación, la experiencia del amor de Dios y la solidaridad para con los hermanos, la responsabilidad personal e institucional? Tranquilos, que no. Aquí estamos para relajarnos y descansar y para seguir, sin complicaciones, el nervio de una serie efectista.
Ojo a los datos y a la imagen de la Iglesia que han visto 2.824.000 espectadores de media, un 19, 1 % de share. Perdóname, Señor, miniserie de Telecinco, producto audiovisual de Mediaset y Goosip Events & Productions, tiene algo más que el placer que le da a su creador, Frank Ariza, regresar a la estética de su pueblo, Barbate (Cádiz), el protagonismo de un pueblo, a las trampas de la infancia como experiencia estética y playas de amores juveniles. Sor Lucía es mujer, madre y monja, y en ese juego anda el drama y la trama. Y los problemas sociales de una España de salve marinera y de paro, de alcoholismo, de cooperativas, de dinero fácil y de bandas de narcotráfico, de dialéctica sentida de ricos y pobres y de una Guardia Civil que institucionalmente siempre encaja bien con la otra institución por excelencia, la Iglesia. Hay quien dice que en esta serie está todo lo que le gusta al espectador. Quizá por eso falta algo más de travelling en la vida interior de sor Lucía, algo menos de maniqueísmo en las crisis espirituales, alguna imagen de oración personal al margen de la habitación de su residencia, o algunas manías no reales de atrezzo religioso. Pero, al fin y al cabo, la clave es que los hábitos religiosos, aun siendo sui generis, funcionan.