Su novia lo dejó para entrar en Iesu Communio y él asistió a su ingreso: «Fue un día de paz»
Pablo Sada tiene 21 años y parece haber seguido al salmista cuando este se pregunta cómo puede el joven guardar su camino si no es obedeciendo la palabra de Dios. Así lo hizo Pablo cuando se fue al seminario siendo apenas un niño, también cuando salió de él. Obedeció a Dios al empezar sus estudios de empresa y derecho, cuando se fue a EE. UU., a Etiopía y a tantos lugares de misión. Así lo hizo cuando dijo sí a Ángela y cuando tuvo que dejarla marchar. Todo en su vida ha sido un sí, a regañadientes a veces, pero como él dice, con el nombre de Dios tatuado siempre en su corazón. Lo mejor es que su nombre también está tatuado en las palmas de la mano de Aquel del que se ha fiado
Los que sostienen el mundo son aquellos que cualquier circunstancia la viven como posibilidad de diálogo con Dios. Esto les permite vivir con intensidad cada acontecimiento, no dándose por satisfechos hasta encontrar la huella de un Padre bueno en todo. Esta es la sabiduría de Pablo. Escucharle es escuchar a un hijo que ama. «Hace tres años —cuenta— yo era un joven que tenía una fe de niño. Anhelaba profundamente tener una novia. Veía a mis padres que eran felices porque se querían entre ellos y querían a sus hijos sin más y eso es lo que yo quería».
¿Cómo fue el camino?
Un momento crucial son las misiones a Etiopía con mi universidad, la Francisco de Vitoria. En principio yo me iba a ir a otro lugar que me apetecía más…, pero fue una llamada tremenda. Así que fui a la aventura y ese viaje cambió mi vida. La pobreza es sobrecogedora. Pero para mí fue un grito de Dios que me decía: «El que eres pobre eres tú. Lo tienes todo pero eres pobre». Fue una crisis. Ese momento marca el resto de lo que ocurrirá ese año.
¿Y qué ocurre?
Después de eso experimenté una llamada a ser sujeto activo del Regnum Christi, movimiento al que pertenecía ya pero en el que sentía que siempre era el que recibía y no daba. Eso dio paso para ir a un retiro de Effetá. Llegué con mucha inquietud. Y en esos días Dios hizo una vida entera conmigo. Al final conocí a Ángela. Fue un flechazo. Me dijo cómo se llamaba y pensé: «Sé perfectamente quién eres». Las semanas de después fui el hombre más feliz del mundo. Todo giraba entorno a ella.
¿Y dejó de hacerlo?
Al cabo de unos meses sentí que algo no iba bien. Hasta que me dijo que necesitaba tiempo. Empecé así una crisis tremenda. Era un suplicio pensar que iba a perder a Ángela, porque para mí era la promesa de Dios a mi vida. En ese momento Ángela se fue a un retiro a la comunidad de Iesu Communio y a la vuelta me contó su llamada. Me quise morir. No podía entender que Dios la encandilara de esa manera en un momento.
Pero Ángela sigue su llamada y esa, a priori, parece incompatible con la tuya. ¿Cómo es posible escuchar a Dios con voces tan distintas?
Lo descubrí el día de su ingreso en el convento. Tuve fuerzas para acompañarla. Pensé que sería el día más triste de mi vida y fue todo lo contrario. Fue un día de paz, de encajar en el corazón cosas que no terminaba de encajar. Yo lo había visto como una renuncia que Dios me pedía, aunque fuese de buenas, y no me quedaba otra que aceptarla. Pero ese día vi clarísimo que había sido un regalo. Entendí que somos libres de decidir cómo mirar a Dios.
¿Dios es un ladrón en la noche?
¿Somos acreedores o administradores? Yo había idolatrado a Ángela. Dios estaba presente en mi vida, pero Ángela era el centro. Creo que con ella podría haber prescindido de Dios. Me di cuenta de que Ángela no era mía, que no era algo que Dios me había dado para que yo me la quedase. Como pasa con los hijos, cuando los tenga no serán míos, serán regalos de Dios que yo debo administrar. Si Dios es un Dios cruel es imposible solucionar el problema del ladrón que viene por la noche.
¿Cuál es su medicina?
El tiempo. Parece que cuando hablamos del tiempo hablamos de ecuaciones y de algo muy humano, pero Dios, que es eterno, da las lecciones en el tiempo. Yo quería dejar de sufrir instantáneamente. Pero hace falta tiempo. El tiempo pasa muy despacito cuando se sufre.
¿Qué has aprendido?
Que la vida va en serio, que mi relación con Dios se juega día a día, te vaya bien o mal, y que el amor implica sufrimiento, y yo siento una llamada muy profunda a dar a conocer ese amor.