El tiempo impone lecciones magnificas sobre las personas, sobre todo con las que suman. Y Joaquín Navarro-Valls es una de ellas. Contorneado en una ciudad con puerto de mar, su vida quedó anclada para siempre junto a la de un Papa santo, que confió en él para revolucionar la comunicación vaticana. Hay personas que irrumpen en la vida sin convocarse, y en el caso del Papa y de su portavoz fue recíproco. Entró a formar parte del círculo cercano de Juan Pablo II junto a don Stanislaw Dziwisz, hoy cardenal arzobispo emérito de Cracovia, porque los Papas también necesitan tener amigos cerca. Personas de corazón y de inteligencia intuitiva, capaces de presentarse ante el Papa polaco con una nariz roja de payaso para arrancarle una sonrisa cuando el párkinson paralizaba su rostro. Lo ha recordado con cariño estos días Juan Vicente Boo en ABC. En esto del periodismo o de la medicina, o de los trabajos que se conciben como misión, que en el fondo pueden ser todos, no se trata solo de haber realizado cosas interesantes, sino de saber que antes de llegar al momento de la muerte uno tiene que haber dejado poso en algo. Si no, para qué. Navarro Valls, como buen deportista, sabía que al escalar aquella gran montaña a lo largo de 22 años, tenía que abrir nuevas vías que facilitaran el camino de los que vendrían detrás. Y lo consiguió con esa forma tan suya de hacer las cosas, callando y hablando en el tono que marcaba su sonrisa y administraba los silencios. Como portavoz del Vaticano, Quico, como le llamaban sus íntimos, ha sido una lotería en la que los números salen premiados. Un hombre, además, atravesado de Dios, que nos ha regalado ráfagas de elegancia para mantener cierta dignidad en la labor periodística. Detrás de esa impecable apariencia de galán de Hollywood ocultaba un alijo de libertad que jamás podrá ser decomisado. Navarro Valls es de los que siempre querrías tener cerca. En la homilía de su funeral, el vicario general del Opus Dei, Mariano Fazio, destacaba tres virtudes: lealtad, profesionalidad y don sincero de sí. Cuando uno sabe que la vida puede desflecarse en cualquier momento, este legado del portavoz del Papa santo, lo hace aún más admirable. O mejor: más incalculable.