Ya se lo advirtió Jesús a los fariseos: «Vuestros padres mataron a los profetas y vosotros edificáis sus sepulcros». Es imposible no recordar este reproche de Jesús ahora que Francisco ha decidido hacer este viaje a Bozzolo y Barbiana, y precisamente porque él no tiene nada de fariseo. Acude en visita privada a las tumbas de dos sacerdotes apedreados no hace mucho por sus superiores: don Primo Mazzolari (Cremona 1890 – Bózzolo 1959) y don Lorenzo Milani (Florencia 1923-1967), fallecido hace ahora 50 años.
Mazzolari, por cierto, publicó los primeros artículos de Milani en su revista Adesso (Ahora). Cada número quincenal era un certero aldabonazo a favor de la justicia social en aquella Italia tan democristiana y anticomunista desde 1948. Lo pagó caro: le prohibieron dirigir y colaborar en su propia revista (que se mantuvo hasta la apertura del Vaticano II) y predicar fuera de su diócesis. Sin embargo, otro Papa valeroso, Juan XXIII, no esperó a su lapidación completa y le recibió el 24 de febrero de 1959 en una audiencia privada, clamorosa en la Iglesia italiana. Nos son más conocidos el exilio de don Milani en Barbiana y el retiro de las librerías de sus Experiencias pastorales (BAC) por orden del Santo Oficio.
No hay que rescatar al profeta, sino a su causa
¿Cómo se las va a arreglar ahora Francisco para no convertir Barbiana, aquel penitenciario eclesiástico, en un monumento póstumo más a otro profeta? ¿Cómo evitar las peregrinaciones devotas, las estampitas y el beaterio? Ya lo ha preparado antes de anunciar su viaje: el 23 de abril recomendó leer sus Obras completas en un videomensaje a la Feria de Milán donde se iban a presentar. Hay que abordarlas enteras, sin expurgar pasajes fuertes, como este en el que don Milani se adelantó 50 años a explicarnos el sentido preciso de esta visita. En una carta a su arzobispo, el cardenal Florit, el 6 de marzo de 1964, deshace cualquier equívoco actual: no hay que rescatar al profeta, sino a sus causas perdidas, en este caso, la escuela de los pobres. «De repente me ha saltado a los ojos que la santidad no es tan sencilla como yo creía. Dejarse pisotear puede ser santo, pero al pisotearme a mí, ustedes pisaban también a mis pobres, los alejaban de la Iglesia y de Dios. Y, además ¿de qué sirve amar y callar, poner la otra mejilla a los abusos y a las calumnias, cuando su autor es el jefe de la Iglesia florentina? Cuanto más santamente me callaba, más escandalosa aparecía la lejanía del obispo respecto de los pobres, de la verdad y de la justicia. He trabajado en la construcción de mi santidad personal y, aunque la hubiera alcanzado, no habría servido (en esta vida) más que para sacar a la luz la abyección de una Curia que exilia a los santos y honra a los aduladores y a los espías. Si ahora no me honra usted con algún acto solemne, todo mi apostolado aparecerá como un hecho privado […]. Durante 17 años he servido a la Iglesia católica en sus pobres y hoy quisiera servirla, al menos una vez, también en sus ministros, que hasta ahora, por desgracia, he descuidado y hasta olvidado. Ahí tiene por qué hoy le tiendo una mano. ¿Quiere heredar mi humilde obra? ¿Quiere recoger donde yo he sembrado? ¿Quiere compartir el abrazo afectuoso de los pobres que tanto me quieren y a los que he tratado de acercar al Señor, y que son tan buenos (casi diría tan estúpidamente buenos) de ser capaces de perdonarle todo, de la noche a la mañana, y acogerle como a uno de ellos, como me han acogido a mí? ¿Quiere borrar de un plumazo 17 años de escándalos de la Curia florentina hacia los dos pueblos que me había confiado? ¿Quiere de un plumazo (obligatorio) incorporar a la ortodoxia católica lo que durante 17 años he mantenido heroicamente en la ortodoxia católica hasta el escrúpulo y que, en cambio, su comportamiento lo ha hecho hasta hoy parecer heterodoxo? […]. No le pido que diga a los seminaristas y a mis dos infelices pueblos que esta mía es la santidad, ni que esta es la receta única del apostolado y, todo lo demás, el error. Le pido solo que les diga que en la casa de Dios mansiones multae sunt [hay muchas moradas] y que una de ellas, generosa y ortodoxa hasta el extremo, ha sido la del cura que usted, hasta hoy, ha insultado implícitamente y ha permitido insultar. Un abrazo fraterno, suyo, Lorenzo Milani».
José Luis Corzo, SchP
Profesor emérito del Instituto Superior de Pastoral
Universidad Pontificia de Salamanca
En 2017 se cumplen 50 años de Cartas a una maestra, que Lorenzo Milani escribió junto con los alumnos de la escuela de Barbiana, fundada por él. Se trata de uno de los documentos más importantes a favor de una educación de calidad para los más pobres. Milani, que falleció meses después de la publicación de las Cartas, fue un cura incómodo al que la Iglesia de la época silenció. El Papa Francisco visitará el 20 de junio su tumba, a 40 kilómetros de Florencia.