El sacerdote que ayuda a los refugiados a alcanzar la libertad
El sacerdote francés Philippe Blot, miembro de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París, tiene una doble vida: además de su trabajo ordinario con jóvenes en la diócesis de Gwachon (Corea del Sur), dos veces al año viaja a China para ayudar refugiados norcoreanos a pasar a países como Laos, Camboya, o la propia Corea del Sur. «He escuchado historias tan insoportables que se me saltaban las lágrimas de sufrimiento y vergüenza», compartió hace unas semanas, durante una visita a Francia para participar en la Noche de los Testimonios organizada en el país galo por Ayuda a la Iglesia Necesitada (en la imagen).
Sabe que se está jugando la vida: el año pasado, un pastor evangélico que trabajaba con refugiados norcoreanos en China fue asesinado. Pero, después de escuchar las historias de algunos refugiados sobre las condiciones en las que viven en este país, supo que no podía abandonarlos a su suerte. «La mayoría lleva encima cuchillas de afeitar para suicidarse si son atrapados —comparte—. Cada vez que voy a China no encuentro a cerca de un 10 % de los norcoreanos que conocía allí [de viajes anteriores]: han sido asesinados o se han suicidado».
Durante los últimos siete años el padre Blot ha ido creando toda una red con «traficantes de confianza, gente que cobra pero que son de fiar». En cada visita pone en contacto con ellos a cerca de una veintena de refugiados. Durante diez o 15 días, estos peculiares guías los acompañan desde el noreste del país hasta la frontera sur, y de ahí a su país de destino. Entre su sueldo y el dinero necesario para pagar a la gente que los acoge por el camino y para sobornar a policías y guardias fronterizos, el coste por refugiado es de entre 4.000 y 5.000 euros. El padre Blot recauda todo ese dinero entre amigos y conocidos.