«Mi corazón te canta agradecido» (Salmo 27). María, una novicia de nuestra comunidad de la Conversión, tiene una hermana en Iesu Communio y por ella hemos conocido la alegre noticia de la fundación en Valencia de esta comunidad. Al enterarnos ofrecimos la Eucaristía del día por estas hermanas como alabanza a Dios, acción de gracias y petición desde la unidad y el afecto. ¡Realmente es un signo de vida esta explosión vocacional que se expande ahora a otros lugares de nuestra geografía! Y esto es motivo de alegría para toda la vida religiosa, el ministerio sacerdotal, la vida consagrada…
También, junto a esta alegría sincera levanto mis ojos al Señor para elevar la misma oración por aquellas comunidades ancianas, sin recambio generacional, aún ofreciendo su vida allí donde están. ¡Cuánta entrega cuajada en ellas, cuánta gracia derramada en tantos años de vida a través de su existencia a tantos que han tenido el gozo de conocerlas! Qué arrugas tan dichosas y fecundas. Infinidad de ríos caudalosos o arroyuelos o fuentes desembocan, como hilos de plata, en el rumoroso Misisipi de la Iglesia.
Tengo delante de mí rostros, jóvenes y mayores, que me revelan la ternura de Dios en medio de este mundo: Coral, Loli, Galilea, Mari Luz, Carmen, María Jesús, Lourdes, Victoria… hijas de la caridad, sirviendo a los ancianos de Sotillo, hermanas marianistas, Iesu Communio, mis queridas agustinas misioneras… He pasado por sus vidas y me han hablado de Él, he seguido el surco dejado, la huella anterior, para seguirle a Él. Al final, brotando o entregando los últimos años, lo que queda es el Amor, su Amor, por encima de todo. Y el Amor nunca muere, nunca pasará. Ha sido sembrado. Gracias.