El Papa actualiza y depura Fátima
El amor y la ternura están en el centro de nuestra relación con Dios, no «el miedo y el temor»
El Papa ha actualizado el mensaje de la Virgen en Fátima, muy vinculado a las calamidades del siglo XX, con sus guerras y una persecución religiosa sin precedentes. Rezar por la paz sigue siendo necesario, desde la conciencia de que el camino pasa por la conversión del corazón, puesto que es el pecado lo que siembra conflicto, como cualquiera experimenta en su propia vida, y advierte la Biblia desde el primer capítulo del Génesis. Otra de las constantes de Fátima es la afirmación de que Dios no se desentiende de la historia. Francisco, sin embargo, no solo subraya los grandes sucesos, sino también las luchas diarias de cada pueblo y persona, sobre todo los pobres, a quienes la Virgen muestra igualmente predilección. El afecto es correspondido, cosa que Francisco valora mucho y que entronca con su visión de la Iglesia como Pueblo de Dios llamado a parecerse a una familia.
A la vez, esta peregrinación a Fátima ha servido para depurar la devoción mariana de elementos impropios o esotéricos. La Virgen no es «la encargada de una oficina de telégrafos» que envía continuamente mensajes ni «una santita a la que se acude para conseguir gracias baratas». O, peor aún, la madre bondadosa que detiene «el brazo justiciero» de un Dios implacable.
La Iglesia no niega algunas apariciones marianas, pero las considera «revelaciones privadas», como afirma el Catecismo. La revelación quedó completada con los apóstoles, lo cual no contradice que, en plena sintonía con el Evangelio, María ofrezca un camino seguro hacia Jesús, como enseñan el Concilio Vaticano II y el magisterio posterior de los Papas. Mirar a Cristo con los ojos de su Madre nos ayuda en particular a entender que el amor y la ternura están en el centro de nuestra relación con Dios, no «el miedo y el temor», como explicaba el Papa en la noche del viernes durante la bendición de las velas. De esta forma también la Virgen nos impulsa a ser «signo y sacramento de la misericordia de Dios» en el mundo, especialmente allí donde la gente sufre, añadía Francisco, previniendo implícitamente contra una religiosidad meramente intimista o de tipo espiritualista y descarnado.