Fernando Fueyo, capellán del Sporting de Gijón: «No me gusta ir al palco porque ahí no se puede gritar»
Fernando Fueyo dice que primero es párroco de San Nicolás y después capellán del Sporting. Pero al cura Fueyo se le conoce en Gijón sobre todo por su labor en el club. No en vano, de sus 80 años de vida y 55 de sacerdocio, más de 20 los ha pasado como capellán del club. Y sigue al pie del cañón. A mediados de temporada, el entrenador, prohibió que antes de los partidos entrasen al vestuario los médicos, los delegados… y el capellán. Pero él sigue rezando el padrenuestro cada domingo, como solía hacer con los jugadores, todos abrazados antes de cada partido. «¡Claro que rezo para que el equipo gane! —dice—. Lo que pasa es que a veces los del otro equipo rezan más que yo…»
Los capellanes en el fútbol antes eran una figura presente incluso en grandes clubes…
Ahora estamos en peligro de extinción, porque los clubes no lo piden. Y es una tarea guapa, porque entre los jugadores y los técnicos de todas las categorías hay gente muy creyente. Yo quiero morir siendo capellán, y de Primera. Un compañero dice que como acierto siempre, si desciende el Sporting, tengo asegurado al menos un año más de vida hasta que suba.
Y, ¿qué hace un cura en un club de fútbol?
Lo primero, ir al fútbol, porque no se puede ser capellán a distancia. Yo en Gijón voy siempre, y cuando van fuera, si me lo permite la parroquia, que es muy grande y muy viva, a veces los acompaño.
¿Va al palco?
Muy raras veces, porque es muy desagradable: no puedes gritar, llevar la bufanda, tienes que guardar las formas porque están los del equipo rival… Voy a la grada con amigos de una peña, que tenemos muy buen ambiente, a no ser que vaya el arzobispo al palco.
¿Y además de ir al fútbol?
Tener una relación con los chavales lo más cariñosa posible. Son todos de veintitantos años y soy como su abuelo. Los acompaño antes de casarse, celebro sus bodas, bautizo a sus hijos, vienen a verme a la parroquia, algunos se confiesan, celebramos una Misa en Covadonga al inicio de la temporada, cuando se concentraba el equipo celebraba la Misa con ellos… También cuando pintan bastos: si muere un familiar o un socio antiguo celebro el funeral; cuando hay lesiones, el primero que llega al hospital soy yo…
¿Y no lo ven como un bicho raro?
No. Nos hacemos bromas y se crea una cordialidad muy pastoral, que les ayuda a descubrir que los curas no somos cocos y que la Iglesia se preocupa todas las cosas humanas. A Dios le importa el fútbol porque le importa todo lo nuestro. Y les animo a jugar con deportividad, a ser buenos compañeros, a acercarse a Dios. Hasta hace poco, rezábamos el padrenuestro abrazados antes de cada partido. Y fuera, que yo no suelo ir, un jugador o uno del cuerpo técnico rezaba con ellos igual, porque hay cosas que se van asentando.
Hacemos esta entrevista antes de saber si el Sporting desciende o no. Si lo hace, ¿le dejarán entrar de nuevo al vestuario?
Eso son decisiones del entrenador, con quien me llevo muy bien, por cierto. Y si bajamos, Dios no lo quiera, hay que seguir peleando, prosperar, crecer y aprender, porque lo más importante no es ganar siempre.
¿El fútbol no es una nueva idolatría?
Yo odio con toda mi alma la diferencia tan grande que hay entre los equipos, y que haya estrellas que se crean dioses y ganen más dinero que todos los jugadores del Sporting juntos. El fútbol está totalmente desmadrado y mucha gente absolutamente dominada por él; a veces hasta quiero dejarlo. Hay muchas cosas más importantes que el fútbol y si no lo dejo es por los jugadores, a los que les digo: dentro de unos años ya no jugaréis, muchos os olvidarán, pero seguiréis siendo personas y, entonces, ¿qué valores queréis vivir? No podéis olvidar los valores que un cristiano debe tener en alza. Ni tampoco podéis olvidar a Dios. Y eso vale también para fuera del fútbol, ¿eh?