Un maestro constructor de puentes - Alfa y Omega

Un maestro constructor de puentes

Una jornada reivindicará el sábado la figura de monseñor Alberto Iniesta por encima de banderías ideológicas

Ricardo Benjumea
Monseñor Alberto Iniesta, en una imagen de 2002. Foto: Javier Prieto

Ha llegado el momento de hacer justicia al que quizá haya sido el obispo auxiliar de Madrid más célebre pero también el más incomprendido. La idea surgió de forma sencilla. Algunos amigos de Alberto Iniesta (1923-2016) estaban convencidos de que «su vida fue un testimonio para la Iglesia que no debemos perder», pensando sobre todo en las nuevas generaciones para quienes esos años finales de la dictadura son solo un apunte en los libros de historia, explica una de las organizadoras del homenaje, la coordinadora de la Fundación Proconcil, Emilia Robles, que acaba de publicar Alberto Iniesta, la caricia de Dios en las periferias (Herder). La presentación de este libro, con la participación de Nicolás Castellanos (obispo emérito de Palencia y misionero en Bolivia) pondrá el sábado, a partir de las 18 horas, el broche final a una jornada que se desarrollará desde las diez de la mañana en el colegio Ciudad de los Muchachos de Vallecas, el barrio al que el cardenal Tarancón envió a su auxiliar.

«Más allá del recuerdo agradecido», la idea era poner el foco sobre una personalidad que, «en la línea del Concilio Vaticano II, es un ejemplo de alguien que viene a servir y no a ser servido; un pastor sencillo y cercano a la gente, que hablaba un lenguaje que todo el mundo podía comprender», resalta Robles.

No será un ejercicio de nostalgia. «Ya no hay una dictadura y Vallecas ha cambiado mucho. La situación es hoy muy distinta», si bien existen importantes analogías, como una «sociedad fracturada» en medio de la cual «Alberto no condenaba a nadie; él no decía: “estos son los buenos, estos son los malos”, sino que pensaba que todos debemos convertirnos».

Ni mucho menos distinguía entre buenos y malos dentro de la Iglesia. Se le ha puesto la etiqueta de el obispo rojo por su sensibilidad social y su cercanía a los movimientos y a los curas obreros, pero «él siempre buscaba la comunión, aceptaba y valoraba la diversidad». Con frecuencia se refería a la Iglesia como comunidad de comunidades, «para hacer ver que somos distintos, que cada uno utiliza lenguajes propios, pero nos sentimos unidos en lo esencial y con la Iglesia de Roma», recuerda la coordinadora de Proconcil.

El lugar del homenaje está lleno de simbolismo. En el Colegio Ciudad de los Muchachos estaba prevista la celebración de la I Asamblea Cristiana de Vallecas en marzo de 1974. La Policía impidió el acto. Pero esa asamblea que nunca se celebró quedó como referente de una sinodalidad en la que «la gente no se limita a repetir lo mismo, ni va a escuchar solo determinadas cosas y no otras». Para que hubiera auténtica participación, «Alberto impulsó más de 200 grupos cristianos durante un año y medio, y pidió a todos hablar de lo que vivían, de la experiencia en sus barrios y parroquias. Eso sí que era un sínodo». Entre los invitados había también personas no cristianas involucradas en los barrios. «A Alberto no podían decirle que no, por lo cercano que lo veían», afirma Emilia Robles. «Así es como nos enseñaba a tender puentes», concluye. «Cuesta dar pasos, pero yo creo que ese mensaje suyo se va comprendiendo».