«Padres sí, pero no a cualquier precio» - Alfa y Omega

«Padres sí, pero no a cualquier precio»

«La paternidad responsable implica estar abierto a la fecundidad, pero no a cualquier precio; nuestros hijos son un regalo, no un derecho»: así lo dicen Manel y Eugenia, padres de dos hijos adoptivos que rechazaron la fecundación artificial

José Antonio Méndez
Manel y Eugenia, con sus hijos, Javier y Juan Pablo

Manel y Eugenia se conocieron durante un verano misionero –uno de tantos– en República Dominicana. Tras varios años de noviazgo cristiano, se casaron en 2004 «con el deseo de poner nuestra familia al servicio de Dios y de la Iglesia, y también al servicio de la vida, porque teníamos claro que las tres cosas van unidas», cuentan. Además, «a los dos nos gustan mucho los niños (los dos son profesores) y yo me imaginaba con un montón de chicos correteando por casa», explica Manel.

Desde el inicio de su matrimonio, «estábamos dispuestos a recibir los hijos que Dios nos diese»; sin embargo, el tiempo pasaba y los niños no llegaban. Así que, «tras pasar por las consultas de varios médicos –cuenta Eugenia–, un día el doctor me planteó la fecundación artificial. Me quedé un poco sorprendida, pero él me explicó que, llegados hasta este punto, no había otra alternativa que la inseminación artificial, o la fecundación in vitro. En ese momento, y con mucha paz, le expliqué que nosotros no estábamos dispuestos a eso, y me fui».

No son para suplir carencias

La imposibilidad de tener niños de forma natural es para muchos matrimonios «un motivo de frustración o de sufrimiento, quizás por entender que uno se casa y tiene derecho a tener hijos, o porque los niños tienen que suplir alguna carencia, o porque se rompen los planes que uno lleva años haciéndose», pero, en su caso, «lo vivimos con mucha paz, porque siempre hemos tenido claro que los hijos son un regalo que no se puede exigir, y que no necesitábamos suplir nada en nuestra familia, porque nuestra vocación es el matrimonio, y los hijos son fruto del amor, no su causa», dice Eugenia. A fin de cuentas, «la paternidad responsable implica que uno está abierto a la fecundidad como un don, no como un capricho, y por eso no se trata de ser padres a cualquier precio, jugando con la vida humana», matiza Manel.

Y como «sabíamos que los padres no tenemos derecho a tener hijos, pero los niños sí tienen derecho a tener padres», comenzaron un proceso de adopción que les llevó hasta Polonia, siguiendo los pasos de Juan Pablo II («a quien le debemos mucho en nuestra historia»), para encontrar no un hijo, sino «un grupo de hermanos, pues para ellos iba a ser mejor, y aunque fuese algo más complicado para nosotros, se trataba de estar abiertos a la vida lo máximo posible». Fue así como sus hijos Javier y Juan Pablo llegaron a la familia.

Casi cinco años después de aquello, mientras Manel y Eugenia hablan con Alfa y Omega, Javi susurra un Mami, ¿puedo comer otro bombón?, y Juan Pablo desliza un Papi, no quiero más leche, y dibujan, sin saberlo, un cuadro de feliz normalidad que es la mejor antesala para la conclusión que lanza su madre: «Esto es lo mejor que hemos hecho. El día a día no es fácil, pero dudo mucho de que pudiéramos querer más a un hijo nacido de mi vientre que como queremos a Javi y a Juan Pablo. Nuestros hijos son un regalo, no un derecho, y son la prueba de que buscar y respetar el plan de Dios es lo que da vida, y una vida feliz».