Protección para la «protección» - Alfa y Omega

Definitivamente el sexo se ha ideologizado y, por lo tanto, politizado. Quienes nos dedicamos a la educación sufrimos lo mismo desde hace tantos años que conocemos bien las nefastas consecuencias. Cuando los problemas reales, primero se ideologizan, después se politizan y, finalmente, se mediatizan, ocurre lo peor; la tremenda polvareda levantada por tal pelotón impide apreciar la realidad objetiva, necesaria para solucionar el problema.

El conocido sistema heterogamético XX y XY define el sexo en la especie humana, en la que no existe un tercero. Es falso.

Dicho lo cual, no es menos cierto que, en el proceso de formación de un nuevo ser pueden producirse alteraciones genéticas con consecuencias en la persona. En concreto, y en el caso que aplica, alteraciones sexuales pueden originar problemas de correlación entre sexo y género.

Aún asumiendo que quienes tienden a separar sexo y género lo hagan por una cuestión biológica, genética —lo cual no se correspondería con la realidad— la incidencia de la transexualidad en la mayoría de los países donde se ha medido oscila entre el 0,14 y el 0,26 por cada 100.00 habitantes, según los datos que esos mismos colectivos utilizan en sus documentos. De manera que, siguiendo sus propias estadísticas, haría falta reunir a medio millón de personas para encontrar un transexual.

Es mucho más grande, sin embargo, la proporción de niños que sufren en la preadolescencia lo que antes se denominaba trastorno de identidad sexual y que ahora en políticamente correcto se llama «disforia de género». Según la American Psychiatric Association en su Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, cuando un ser humano genéticamente normal, siente que su género no corresponde con su sexo no tiene un origen biológico sino psicológico.

Una vez que la polvareda se haya diluido, esta sería una primera distinción importante a tener en cuenta a la hora de abordar cada caso particular. Sean cuales sean las causas, biológicas o psicológicas, hay que atender con máxima delicadeza y cuidado a cualquier persona que se encuentre en esta situación y mucho más si lo es en edades tempranas.

Por otro lado, no es necesario recurrir a estadísticas para saber que, en las edades de la preadolescencia y la adolescencia, es habitual que se pueda llegar a tener cierta confusión sobre la propia identidad sexual.

Sin embargo, según el citado estudio, el 98 por ciento de los niños que sufren disforia de género y el 88 por ciento de las niñas, acaban aceptando sin ningún tipo de problema el género que corresponde con su sexo.

Entonces, si para encontrar un niño transexual hace falta reunir a medio millón de niños, perdón por utilizar el neutro… ¿es razonable reunir una clase de 25 ó 30 niños para hablarles de la transexualidad, en muchos casos sin permiso expreso de sus padres?, ¿es conveniente traer «transexuales expertos» a las aulas de primaria y secundaria para hablarles de su experiencia precisamente en esas edades de definición?, ¿es sensato generar de manera artificial un sufrimiento del todo innecesario en muchos de esos niños y sus familias?

De obrar así, ¿no estaremos creando un problema mucho mayor que el que pretendemos abordar?, ¿por qué cuando se legisla para proteger a las minorías, se hace en contra del resto de la sociedad?, ¿no hay detrás un proyecto de ingeniería social?

Todos los niños tienen derechos, todos. Protejamos también el normal desarrollo de la sexualidad de esa inmensa mayoría de niños que nunca tendrán un problema de identidad sexual si se les deja en paz.

Juan Carlos Corvera / ABC