La Iglesia no depende de la política - Alfa y Omega

La Iglesia no depende de la política

El 29 de diciembre de 1926, un decreto del Santo Oficio puso en el Índice de libros prohibidos el diario L’Action française y la mayor parte de las obras –claramente agnósticas– de su principal inspirador, Charles Maurras. El principal reproche que hacía Roma era la subordinación de la religión a la política y al nacionalismo

José María Ballester Esquivias
Charles Maurras, principal referente de la Acción Francesa. Foto: dissidenceresistance.files.wordpress.com

La Acción francesa nació en 1899, en pleno caso Dreyfus, y pronto conoció el éxito: supo captar a los cientos de miles de franceses que no terminaban de aceptar una República liberal, que se consolidaba de modo irreversible. Su programa consistía en restablecer una monarquía tradicional, católica, antidemocrática y antiparlamentaria. Sus enemigos declarados, a los que tenía por responsables de la decadencia moral de Francia eran los judíos, los protestantes, los masones y los metecas. En suma, un rechazo de toda la historia gala desde la Revolución de 1789.

Esta iniciativa político-ideológica, pese a que sus fundadores fueron Henri Vaugeois y Maurice Pujo, era ante todo el vehículo del pensamiento de Maurras, cuya brillantez intelectual solo era igualada por la complejidad que hunde sus raíces en un triste episodio de su infancia: fue un niño piadoso hasta que perdió la fe por haber perdido el oído en plena adolescencia.

Como subraya el historiador Jacques Prévotât, riguroso historiador de la Acción francesa, desde ese momento Maurras «odió en el Cristo Redentor un Dios que toleraba el sufrimiento». No hizo falta más para que de los escritos del filósofo provenzal se desprendiera un paganismo que atribuye la primacía a lo político y a lo estético y en el que se percibe cierta hostilidad al cristianismo. Sin ir más lejos, en el prólogo de Chemin du paradis, Maurras se refiere a las Sagradas Escrituras como «esas turbulentas escrituras orientales».

Pío XI, en su despacho, hacia 1930. Foto: ABC

En la misma obra, da rienda suelta a su esteticismo y a su predilección por una religión sin contenido: «Fue un honor para la Iglesia haber agregado a los versículos del magníficat una música que atenúa su veneno». Esta atracción por las formas de Iglesia al tiempo que rechaza el sentido auténtico de su misión y enseñanza se percibe en una carta en la que escribe: «Adoro a las carmelitas de Lisieux, pero tampoco les voy a dar las gracias diciendo que creo en Dios».

Estos y otros antecedentes no fueron óbice para que la audiencia de la Acción francesa fuera en aumento entre un sector importante del catolicismo francés, seducido por su «nacionalismo integral», pero que ignoraba que la invocación de la fe y de sus valores era una mera estratagema para lograr su auténtico objetivo: el poder político. En Roma eran conscientes de todo lo que ocurría, pero durante un tiempo el Santo Oficio prefirió no intervenir para no fisurar al mundo católico galo. Hasta que la situación se hizo insostenible.

Maurras y los suyos no se arredraron ante la condena y llevaron la insolencia y la soberbia hasta contestar pocos días después con un editorial titulado Non Possumus, expresión sacada de una escena de los Actos de los Apóstoles en la que Pedro y Juan, tras notificarles el Sanedrín la prohibición de hablar en nombre de Cristo, contestan: «No podemos». Se comparaban, pues, con los discípulos para rechazar la condena papal.

Gérard Leclerc, en Rome et les lefebvristes, pone los puntos sobre las íes: «Si Pío XI censuró a Maurras, no fue por su tradicionalismo, sino por su positivismo, es decir, su modernismo». Un Pío XI al que no se podía acusar de debilidad doctrinal ni de relativismo. El año anterior había publicado la encíclica Quas primas en la que afirmaba el Reinado Social de Cristo.

No podía, sin embargo, permitir que se invocase la Tradición para proyectar una ideología política para, según la acertada expresión del filósofo Étienne Gilson, bendecir una dinámica «cuyas afinidades intelectuales se asemejaban más a Roma que a Jerusalén», entendiendo la Ciudad Eterna en su dimensión imperial y no espiritual.

Tres meses después de la condena, el 8 de marzo de 1927 –hace exactamente 90 años–, el Santo Oficio prohibió a los militantes de la Acción francesa recibir los sacramentos. La dureza surtió sus efectos y el movimiento empezó a perder predicamento y el diario a miles de lectores. En 1939, Pío XII, tras una nueva evaluación del escenario, levantó la condena.

El cardenal que renunció al birrete

La condena a la Acción francesa tuvo muchos efectos colaterales. Tal vez el más espectacular repercutió en el cardenal y teólogo jesuita Louis Billot, cuya obra y pensamiento influyeron en el joven seminarista Marcel Lefebvre. En desacuerdo con la decisión tomada por el Santo Oficio sobre el movimiento de Maurras, Billot fue a ver a Pío XI y en su mismo despacho se despojó de sus insignias cardenalicias. La explicación que dio: «Hay que saber sacrificar las ideas particulares para conformarse a las órdenes del Santo Padre».