Un desafío más allá de la indignación - Alfa y Omega

Esta vez no podemos despachar el asunto culpando solo a una minoría ideologizada que pretende desarraigar el cristianismo. Lo ha entendido bien el obispo de Canarias, Francisco Cases, cuando confiesa con dolor que allí veía a su propio pueblo, a miles de personas que coreaban y aplaudían a un espectáculo blasfemo.

¿Qué le ha pasado a nuestro pueblo? Podemos invocar los programas educativos, la miseria de la telebasura y el discurso agresivo de algunas élites contra la tradición cristiana. El elenco puede ampliarse. La banalización social de la blasfemia funciona como una espita para que muchos evacúen su malestar y enmascaren su propio hastío. Es un fenómeno curioso que afecta sobre todo a las sociedades europeas, una especie de odio insensato a su propia raíz, supuestamente desechada. Es una especie de suicidio cultural, ciertamente, pero este argumento es insuficiente para afrontar el fenómeno… y habremos de hacerlo cada vez con mayor frecuencia.

El obispo Cases compara ese espectáculo insensato con la fe recia y sencilla de un pueblo que todavía, en tantos sitios, acompaña a las imágenes de Cristo y de su Madre reconociendo en ellas el fundamento de una vida común que acoge y respeta a todos, sea cual sea su identidad. El dolor limpio y sincero que trasluce su carta me parece la primera perspectiva necesaria: y lo que duele no es tanto el desprecio de unos símbolos que para nosotros son preciosos, sino el vacío de humanidad, el desierto que ese espectáculo desvela. Se comprueba de nuevo que cuando Dios sale de escena, la vida se vuelve violenta y sombría.

Don Francisco ha invitado a pedir perdón por todos: por la ignorancia de unos, por la malicia de otros, quizás los menos; y porque nuestro testimonio no ha sido suficientemente incisivo en la vida común, no ha sabido mostrar la potencia y la belleza del cristianismo como respuesta a la búsqueda, a veces desesperada, de nuestros contemporáneos. Quizás porque nos asusta entrar en la noche que su fatua rebeldía trata de encubrir.

Es justo reclamar la tutela jurídica de la experiencia religiosa y de sus expresiones en el marco de una sociedad plural, y es necesario entrar sin complejos en el debate cultural con el nihilismo. Pero una circunstancia como la de hace unos días en Canarias reclama sobre todo la presencia de un cristianismo que ni se asusta, ni se engalla, sino que sorprende, ofreciéndose a pecho descubierto, como verdadera vida.