Cuando un escritor se hace necesario - Alfa y Omega

Cuando un escritor se hace necesario

Javier Alonso Sandoica

Si aún no conoces La leyenda del santo bebedor, una de las novelas cortas más profundas del siglo XX, abandona la lectura de estas líneas y ve a por ella, es una sugerencia del corazón que dictaría a cualquier amigo. Allí está el Joseph Roth que mejor conoce al ser humano. Con Izquierda y derecha, título que la editorial Pasos Perdidos acaba de regalarnos a los acérrimos del escritor austríaco, Roth aborda un período tristísimo de nuestra historia: el Berlín de entreguerras, el de la República de Weimar y las canciones de Kurt Weill, el que Grosz y Kirchner retrataron de forma delirante en sus cuadros, con sus gentes perdidas de rostros muertos que buscan guarida en el Metro para encontrar algo de calor.

Roth describe el arranque de la devastación moral de un período que puso los cimientos del edificio nazi. La corrupción económica no fue la partera de la decadencia que vendría, sino más bien la criatura que nació tras quedar arramblada la tradición cultural y espiritual de Occidente.

«Eran unos tiempos en los que había que tomar decisiones rápidas y arriesgadas, en los que el comercio, por influencia de la guerra, se había convertido en una cuestión de estrategia, hasta el punto en que se empezó a llamar operaciones a las transacciones comerciales».

El protagonista, un hijo de su tiempo, está convencido de que la economía determina la política y toda la vida nacional, incluso la europea. Por eso, abandona sus inclinaciones literarias y artísticas. Hay una conversación entre hermanos muy clarificadora sobre el cerrojazo a la gran tradición europea: «¡Siempre igual con la cultura, es lo único que sabéis decir! Habéis perdido la guerra gracias a esa cultura vuestra. ¡Nosotros llevaremos a Alemania hacia una nueva era en la que vuestra cultura no será más que mierda!».

En la célebre biografía de san Juan Pablo II escrita por George Weigel, Testigo de esperanza, hay muchos pasajes dedicados al sacerdote, y luego obispo, Wojtyla, en los que se ejemplifica su decisión de no enfrentarse directamente al comunismo, cogiéndole, por así decirlo, de las solapas. Su iniciativa fue la de crear sólidas redes de resistencia educativas para mantener el gran legado cultural y religioso de Polonia. Y así, la carcasa del comunismo cedió y Polonia mantuvo su fisonomía, cosa que en la Alemania de entreguerras no ocurrió.