En la muerte de Michael Novak - Alfa y Omega

En la muerte de Michael Novak

José María Ballester Esquivias

«La América de Michael Novak era el país del libre mercado en el que cada uno estaba capacitado, a través de sus esfuerzos, para ganarse la vida e incluso, tal vez, para fundar un imperio industrial». Así saludó L’Osservatore Romano la memoria del pensador católico norteamericano Michael Novak, fallecido el pasado 17 de febrero a la edad de 83 años.

Gustase o no, la publicación, en 1982, de El espíritu del capitalismo democrático marcó un antes y un después en el debate católico contemporáneo. En este ensayo, Novak avisa de que el capitalismo democrático «no es el Reino de Dios ni está exento de pecado»; sin embargo, a la postre, su eficacia es mayor que la del resto de modelos políticos y económicos. De ahí que sea el más propicio para reducir la pobreza. Un planteamiento a la vez intelectual y empírico –basado en las lecciones de la historia–, y sin pretensiones de convertirse en magisterio oficial.

Pero cumplió con creces su objetivo de alimentar la sana polémica: hubo quienes acogieron la obra como una bocanada de aire fresco, pues consideraban imprescindible la aparición de un trabajo que intentase reconciliar los postulados de la doctrina social de la Iglesia con el rumbo que iba tomando la economía mundial. Como era de esperar, los defensores de la teología de la liberación –que por entonces se encontraba en la cima de su apogeo– lo censuraron de forma implacable. Una tercera corriente acusó a Novak de querer «protestantizar» la doctrina católica.

Sea como fuere, el teólogo norteamericano fue escuchado por san Juan Pablo II, que incorporó su visión del «capitalismo sano» en el apartado 42 de la encíclica Centesimius annus. Donde tal vez los libros de Novak hicieron el mayor bien fue en los entonces países comunistas del Este europeo: en 1985, el sindicato Solidaridad publicó clandestinamente su libro Pensamiento social católico e instituciones liberales y, en la entonces Checoslovaquia, Vaclav Havel hizo lo propio con El espíritu del capitalismo democrático.

Inmenso honor para quien empezó su trayectoria en los terrenos intelectuales de la izquierda, llegando incluso a promover protestas en contra de la Guerra de Vietnam o a alinearse, durante los años 60, con sectores de la contestación eclesial. Poco a poco fue abandonando esos derroteros y llegó a ser embajador del presidente Ronald Reagan en la ONU (sede de Ginebra). Diplomático, pero sobre todo agitador intelectual. La Iglesia los necesita.