¿Cómo es mi respuesta a Dios? - Alfa y Omega

¿Cómo es mi respuesta a Dios?

XXVIII Domingo del tiempo ordinario

Carlos Escribano Subías
Parábola de la boda del hijo del rey, de Abel Grimmer. Museo del Prado, Madrid

Conmueve ver el interés, por parte de Dios, de invitarnos a participar del banquete de las bodas del Hijo. Cuestiona, a su vez, la actitud de aquellos hombres que rechazan la invitación, mostrándose indiferentes ante un corazón generoso que les hace partícipes, de manera gratuita y desinteresada, de un gran don. La sentencia definitiva con la que concluye el Evangelio que se proclama este domingo: «Muchos son los llamados y pocos los escogidos», resume perfectamente el contenido del mensaje de Jesús.

La imagen del banquete es muy sugerente para los contemporáneos de Jesús. Isaías lo utiliza para profetizar la era mesiánica (Isaías 25,6). La Iglesia naciente lo recogerá también en el libro del Apocalipsis al describir la boda del Cordero (Ap. 19, 7). Podemos decir que la invitación original que recibió el pueblo elegido se perpetúa en la historia de la Iglesia y en nuestra historia personal.

Observando las respuestas que describe Jesús, puede resultar interesante detenernos por un momento a analizar la nuestra. La primera cuestión es ver si hemos desairado la invitación. Analizando nuestra relación con Dios, podemos encontrarnos con actitudes semejantes a las de los personajes de la parábola que, como a ellos, nos conduce a no acoger al Señor plenamente en nuestra vida, ni a participar con determinación en los trabajos de su Reino. Seguro que son muchas nuestras obligaciones y ocupaciones y el tiempo es escaso. Una atenta observación de las prioridades de nuestra jornada, nos llevará a descubrir qué es en realidad importante en nuestra vida y qué lugar ocupa Dios en ella.

El final de la parábola también nos resulta sugerente. Aquel hombre que se encuentra en la sala del banquete vestido de manera inapropiada, enseguida descubre su falta de cortesía, pues, ante la indicación del anfitrión, no abrió la boca. La hospitalidad oriental mandaba facilitar ropa adecuada para los invitados. No utilizarla suponía un desaire hacia quien la ofrecía. El Señor nos ofrece revestirnos de Cristo como propuesta segura a la hora de andar nuestro camino en la vida. Es lo propio de quien ha recibido el Bautismo convirtiéndose, por la acción de la gracia, en evangelizador. Quizá nosotros, como el invitado del Evangelio, preferimos revestirnos de nosotros mismos, manteniendo vigente al hombre viejo como expresión de un Bautismo olvidado y un Evangelio no asumido.

Revestirse de Cristo, del traje apropiado que nos ofrece nuestro anfitrión para participar del banquete, sugiere el revestirnos del hombre nuevo que, en expresión paulina, supone revestirse de «entrañas de misericordia, de bondad, de humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro…; y, por encima de todo esto, revestíos de amor, que es el vínculo de la unidad perfecta».

El Señor nos convida con una generosidad desbordada y desbordante. Ver si acudimos a su llamada y cómo lo estamos haciendo, supone para nosotros un gran reto. El Señor desea, de corazón, escogernos definitivamente. Por eso nos ha llamado.

Evangelio / Mateo 22, 1-14

En aquel tiempo, volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo:

«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisara a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda.

Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: La boda está preparada, pero los invitados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales.

Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta, y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta? El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos».