Sociedad civil y religiosa - Alfa y Omega

Sociedad civil y religiosa

Este fin de semana, la Asociación Eucarística del Caballero de Gracia cumple su IV Centenario. Para celebrarlo, el sábado 14, a las 19 horas, organiza una mesa redonda, presidida por Esperanza Aguirre, sobre La Asociación Eucarística en el transcurso del tiempo. Y el domingo, el arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco, presidirá la Eucaristía, a las 12:15 h. en el Oratorio (calle Gran Vía, 17). Ofrece una semblanza de aquella época y una mirada sobre el presente el Presidente de la Asociación Amigos de la Gran Vía

Alfredo Amestoy
Imagen de la tumba del Caballero de Gracia, situada en el oratorio de la Gran Vía. Foto: Oratorio del Caballero de Gracia.

En 400 años, los hombres hemos cambiado menos que las ciudades. Los cuatro siglos transcurridos desde que Jacobo Gratii, el Caballero de Gracia, fundara la Asociación Eucarística, hacen irreconocible el paisaje de Madrid que fue familiar para los madrileños del Siglo de Oro. Porque el Madrid de Felipe II que encuentra Jacobo a su llegada a esta ciudad y en la que viven Tirso, Lope, Quevedo o el propio Miguel de Cervantes, que perteneció también a la Congregación, apenas difiere del actual, si nos ceñimos a la extensión que encerraba la tercera de sus murallas, desde el Alcázar y la Almudena, a Atocha, y de Sol, a la morería y a la Puerta de Toledo. Pero esta demarcación que es la que ahora nos sitúa en la Red de San Luis, la Gran Vía y Callao hasta alcanzar Santo Domingo y la Plaza de la Encarnación, era la frontera, los extramuros, las afueras del ejido, por donde se movió el Caballero y su paisano Jacome Trezo, escultor de Felipe II, que tendría su estudio por encima de la Plaza del Carmen. Andurriales que adquirieron los italianos, como luego franceses y alemanes, para construir sus casas, a modo de quintas y villas rodeadas de jardines. Con estas edificaciones, y el decoro que así se concedió al altozano donde luego se levantaría la Telefónica, no se detuvo en la estética, ya que el Caballero, al igual que con sus monasterios y hospitales en Atocha y en la carrera de San Jerónimo, prestaba una dignidad a la colina, que luego se perdería cuando la calle de San Miguel, que discurría por el centro de lo que hoy es Gran Vía, se extravió y se dedicó a albergar mesones y casas de trato y de lenocinio.

El Caballero de Gracia, en esta deriva del barrio en el siglo XIX, nada pudo hacer por su redención, tal y como tuvo a gala realizar, a finales del XVI, cuando, para fundar el convento de Nuestra Señora del Carmen, hoy entre Sol, Abada y Montera, hubo de comprar, y demoler, la mayor Casa de Mujeres Públicas de la Villa, que estaba en los entonces arrabales de Madrid. Sirva esta exposición para recordar el papel que durante casi cincuenta años desempeñó el Caballero de Gracia en Madrid, como fundador de cofradías y congregaciones, al tiempo que construía, saneaba y ordenaba la ciudad, recabando ayuda y licencias del propio rey, a quien se dirigía sin valedores cuando lo necesitaba o creía era de justicia. Es decir, comportábase como un buen ciudadano para mejorar la vida de la Villa y Corte, alentando la actividad de la ahora llamada sociedad civil, al modo como se hacía en su Módena natal.

Sería injusto no reconocer que esta sociedad civil adquiría sentido y cobraba trascendencia porque no dejaba de ser también religiosa. Merced al aniversario de la Asociación Eucarística, es oportuno evocar estos arquetipos, cuyo ejemplo no tiene correlato en nuestro tiempo. Ante tanto desvarío producido por gran parte, casi la mayoría —que la mayoría es la ínsula barataria con la que sueñan quienes se dedican al mester de gobernar y administrar a sus conciudadanos—, tórnase clamor la necesidad de que la voz y la voluntad adquiera protagonismo, y la llamada sociedad civil comience a tomar iniciativas. Vuelve ahora a cobrar sentido el adagio galaico de que «luego vendrá quien bueno te hará». Y buenos hacen a los soldados que nos tuvieron que gobernar en tiempos excepcionales, esta generación de políticos que quizás nos merezcamos y por nuestras grandísimas culpas constituyen nuestra penitencia.

Jacobo Gratii, el Caballero de Gracia.

Por vez primera en muchos siglos, la sociedad, en aras de esa entelequia llamada libertad, ha querido emanciparse y renunciar a la vigilancia protectora de la Iglesia. Aspira no sólo a secularizarse, sino a disfrutar del laicismo que en este país irredento, y con revoluciones pendientes, suele desembocar en utopías trasnochadas, en sueños enciclopedistas, delirios anarquistas, pesadillas jacobinas y en despertares con resacas tremendas. El laicismo ha invadido los espectáculos, la cultura, la educación y la familia. La calle —a diferencia de lo que pretendía el Caballero de Gracia— quiere ser profana y expulsa de sus aceras cualquier signo o manifestación de fe y de piedad, como el tradicional Viático a cuyo paso —lo he visto— la gente se arrodillaba, o al menos se descubría o se persignaba. Hoy, las campanas brillan por su silencio y, a diferencia de lo que ocurre en las calles de las ciudades islámicas, en España no llega a la calle el eco de las oraciones del templo.

Las calles, y no las del arrabal, sino las más céntricas e importantes, no religan, religiosamente, a la población; prefieren ser profanas. O sea, profanar su uso y, por ejemplo, dar cabida y asiento a la prostitución y a las mafias que utilizan la vía pública para la explotación de la mendicidad, en medio de la actitud pasiva e indiferente de los regidores que están necesitados de un corregidor.

Como representante de una asociación que pertenece a la sociedad civil, agradecí la invitación del rector del Oratorio del Caballero de Gracia a acompañarle en el sencillo pero importante acto de colocación y bendición de una cruz en la fachada del número 17 de la Gran Vía de Madrid, que corresponde al ábside del templo; única cruz que existe en la calle más importante de la capital de la católica España, donde, como vestigio de otras calendas, sí se puede contemplar, en el número del 65 de la Gran Vía, un Sagrado Corazón sobre el mismo portal de la finca. Hay que quitarlo. ¿Qué te parece, Jacobo? O tempora, o mores