Mª Ángeles y José Luis han acompañado a su hija Sole en la enfermedad y la muerte: «Nuestra hija fue un don de Dios» - Alfa y Omega

Mª Ángeles y José Luis han acompañado a su hija Sole en la enfermedad y la muerte: «Nuestra hija fue un don de Dios»

Si nos preguntásemos cuál es el sufrimiento más grande seguramente podríamos escuchar una voz al unísono atravesando todas las épocas y geografías: la pérdida de un hijo. Mª Ángeles y José Luis tuvieron que entregar a su hija Sole al Cielo hace seis febreros

Rocío Solís Cobo
Mª Ángeles y José Luis con su nieta Sol. Foto: Rocío Solís

¿Cómo es la fe que hay que tener para despedir a un hijo que se adelanta a los padres en su destino?
Yo nunca creí que se iba a morir. Ella solo nos daba las buenas noticias. El 21 de enero de 2011 su padre cumplía 80 años. Habíamos organizado un festejo. Ella contrató a la tuna y compuso una canción para él, pero no pudo venir. La ingresaron esa tarde. En ese momento supimos que era el final. Lo hemos pasado muy mal por la pérdida de la hija, pero también por los nietos. Eran tres y tan solo tenían 12, 10 y 7 años. La pequeña ha llorado durante muchos años, todas las noches, y cuando a mí me decían que seguía llorando… ¡qué sufrimiento! Pero nos hemos agarrado a su fe.

Unos padres que pueden beber de la fe de sus hijos es toda una misión cumplida…
La fe de nuestra hija ha sido un don de Dios. Nosotros no hemos hecho nada. Dios la ha elegido. Para ella fue muy importante el colegio Mater Salvatoris y su relación con la congregación mariana. Y todo ha venido sin que yo hiciera nada. Hemos educado a nuestros hijos lo mejor que hemos podido, pero este nivel de entrega y de fe le ha venido a ella directamente. No hemos sido nosotros, no he sido yo.

[Mª Ángeles solo se pone solemne para dejar claro su no autoría. A su vez José Luis apunta a su mujer como responsable de todo bien. Y ambos hablan agradeciendo y subrayando el bien de los demás como muletilla constante. Escuchándoles uno se puede hacer idea de dónde sale Sole].

Mª Ángeles y José Luis con Sole, en una imagen de 1990. Foto: Archivo personal de la familia Pérez de Ayala Becerril

¿Cómo era?
José Luis: Lo que más admiraba de ella era su profundidad teológica y su sonrisa dulce. Su fe siempre me impresionó. Era una mujer con mucha serenidad. Los cinco años de enfermedad fueron un ejemplo para todos. Yo hacía mucha vida en común con ella en verano. El resto de la familia tenía tardes ajetreadas pero nosotros nos quedábamos hablando largas y profundas conversaciones. Tenía planteamientos firmes, pero una enorme flexibilidad para acoger a los demás. Recuerdo una tarde que hablamos de El hombre invisible del padre Brown. Cuando murió, leímos sus diarios y en una agenda, entre sus anotaciones de los quehaceres, había un apunte que solo decía «el hombre invisible» de Chesterton. La fecha apuntaba a un día de agosto… Ella era esa mujer invisible que escribía «hacer la compra» al lado de una cita literaria o una súplica a la Virgen. Logró esta cosa tan increíble de ser extraordinaria en lo ordinario.

Mª Ángeles: Nuestra hija escribió: «En enero de 2006, cuando yo cada vez buscaba ser más de Cristo, tuve la convicción de que iba a tener una enfermedad para bien de mi alma y salvación de otras personas que me rodeaban». Nos dijo que lo había escrito en un avión. Así era Sole.

Pero en el duelo os ha llegado una noticia que no todos los padres pueden recibir: el reconocimiento de lo que ya sabéis, su santidad.
En el mes de octubre me llamo mi hija María y me dijo: «Mamá, siéntate. Me ha llamado la madre Clara, del colegio Mater Salvatoris, y van a iniciar el proceso». Nosotros no hemos hecho ni dicho nada, han sido los que la conocieron. Para mí, que seguía con tanta pena, que cada día lloraba, a partir de ese momento, la pena se apaciguó porque pensé: ¡Está en manos de Dios! Las cosas van a ser distintas.

¿Y lo han sido?
El 80 % de las cartas que hemos recibido afirman que ella era santa. Todos nuestros amigos la rezan. Pero lo más importante es su fe y la paz que tuvo hasta el final. Dios se la ha llevado porque era la mejor de todos. Pero es tan duro que se muera un hijo antes que los padres… Yo espero que seamos nosotros los siguientes. Y mientras tanto, que ella nos espere allí.

Sole murió en Madrid el 13 de febrero de 2011. Lo último que escribió fue el 8 de febrero: «Aún sigo aquí». Mater Salvatoris, donde fue congregrante mariana, tiene la misma certeza, e invita a quienes quieran testimoniar que Soledad Pérez de Ayala Becerril fue una persona excepcional en su amistad con Cristo y en su amor a los demás a que escriban al correo sole@matersalvatoris.org.