«Elitistas e ideológicas, esas no son universidades» - Alfa y Omega

«Elitistas e ideológicas, esas no son universidades»

Durante décadas fueron la joya de la corona de la Iglesia latinoamericana. Un faro de pensamiento católico. Sostén de los obispos. Instrumento con el cual plasmar la sociedad. Son las universidades de élite en América. Hoy afrontan nuevos desafíos y crecientes dudas. El Papa acaba de lanzarles un toque de atención durante su visita a la más joven de las universidades públicas romanas. En muchas de las universidades católicas, advirtió, «se enseña solo una línea», convirtiéndolas en instituciones «ideológicas». Y añadió: «Eso no es ser universidad»

Andrés Beltramo Álvarez
El Papa, el viernes a su llegada a la Universidad Roma Tre. Foto: CNS

El comentario pasó casi desapercibido, en medio de un discurso improvisado de casi una hora. Francisco recorrió las instalaciones de la Universidad Roma Tre el pasado 17 de febrero. Se concedió un baño de multitud entre estudiantes y personal académico, antes de responder libremente las preguntas de cuatro alumnos.

En una de sus contestaciones, el Pontífice advirtió de que no sabía si el fenómeno se daba en Italia, pero ciertamente sí en América Latina. Se refirió así a las universidades ideológicas: «A la que tú vas, te enseñan solo esta línea de pensamiento, esta línea ideológica, y te preparan para ser un agente de esta ideología». Y ahondó: «Esta no es una universidad: en donde no hay diálogo, en donde no hay confrontación, en donde no hay respeto por cómo piensa el otro, en donde no hay amistad, en donde no existe la alegría del juego, del deporte, no hay universidad». Entonces despertó el aplauso generalizado.

El papel de las universidades católicas

La declaración quedó ahí, pero su significado es más profundo. Incide en uno de los desafíos que afrontan las universidades católicas en la actualidad y que el Papa tiene muy en claro: la aceptación armónica de la diversidad sin perder la propia identidad.

De México hasta Argentina, las instituciones de educación superior fundadas por la Iglesia (o vinculadas a ella) se encuentran entre las mejores. Se cuentan por centenares. Casos emblemáticos son las de Chile, Argentina y Perú. En territorio mexicano destacan la Anáhuac, de los Legionarios de Cristo, y la Iberoamericana, de la Compañía de Jesús. Algo similar ocurre en España. Varias cosas tienen en común todas ellas: cuotas elevadas y excelencia académica, pero también una limitación a la hora de impregnar (seriamente) de valores cristianos a sus alumnos.

Jorge Mario Bergoglio conoce las vicisitudes de gestionar universidades. Durante su periodo como provincial para Argentina de los jesuitas le tocó tener bajo su autoridad dos instituciones: la Universidad Católica de Córdoba (ubicada en el centro del país) y la Universidad del Salvador (en Buenos Aires). Sostener ambas, económica y administrativamente, se volvió tan difícil que el joven superior decidió tomar una de las decisiones más sufridas (y criticadas) de su provincialato. En 1974 cedió el control del Salvador a una asociación civil formada por un grupo de laicos.

Tras concluir su periodo, Bergoglio fue designado como rector del Colegio Máximo de San Miguel, el instituto de formación filosófica y teológica de los jesuitas. En ese tiempo organizó, hacia finales de los 70, el primer congreso latinoamericano de teología. Muchos años después, ya como arzobispo de la capital argentina, ejerció como gran canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires.

«El diálogo acerca»

El Papa habló con conocimiento de causa sobre aquello que debe caracterizar la universidad. En su visita a Roma Tre advirtió que esa institución debe ser «el lugar en donde se puede dialogar». Un papel fundamental, en un mundo cada vez más fragmentado y violento.

«El lenguaje y el tono del lenguaje han aumentado mucho», constató, respondiendo a una estudiante de Economía del Ambiente y Desarrollo que le preguntó cuál era la «medicina» para combatir la violencia.

«Nadie hoy puede negar que estamos en guerra. Y esta es una tercera guerra mundial, en pedacitos. Hay que bajarle un poco al tono, hay que hablar menos y escuchar más. Hay muchas medicinas contra la violencia, pero antes que nada está el corazón, el corazón que sabe recibir lo que piensa el otro. Y antes de discutir, dialogar. Si tú piensas diferente, dialoguemos. El diálogo acerca, no solo acerca a las personas, acerca los corazones, con el diálogo se hace amistad. Y se hace la amistad social. Cuando yo no soy capaz de abrirme a los demás, de respetar a los demás, de hablar con los demás, de dialogar con los demás, allí comienza la guerra», respondió.

El diálogo –precisó– debe conducir a la unidad, que no debe confundirse con la uniformidad. La unidad es la convergencia de las diferencias, mientras la uniformidad es la imposición de un solo pensamiento, por ello «corre el peligro de destruir la unidad». Más adelante el Pontífice criticó a la «economía líquida», que no resuelve los problemas sociales, económicos y culturales concretos.

Además, volvió a dejar en claro su pensamiento sobre la acogida a los refugiados: «Las migraciones no son un peligro, sino un desafío para crecer. Cuando existe el acoger, acompañar, integrar, no hay peligro con la inmigración, se recibe una cultura y se ofrece otra cultura, esta es la respuesta al miedo». Y la universidad «es diálogo en las diferencias», sentenció.