Comienza el proceso de canonización del primer cura villero uruguayo - Alfa y Omega

Comienza el proceso de canonización del primer cura villero uruguayo

Isidro Alonso, el padre Cacho ya es Siervo de Dios. Comienza así el proceso para declarar santo al primer cura villero uruguayo

Cristina Sánchez Aguilar

«Queridos amigos, tengo una muy buena noticia que darles. A nuestro querido padre Cacho, a partir de ahora, lo podremos llamar Siervo de Dios». Lo anunció el domingo el cardenal uruguayo Daniel Sturla, quien en septiembre de 2014 le presentó al Pontífice la propuesta de canonización de su compatriota.

El padre Cacho murió con fama de santidad hace casi 25 años. «Un sacerdote entregado, un sacerdote que fue a encontrar a Dios entre los más pobres», dijo Sturla de él.

El sacerdote Rubén Isidro Alonso, nacido en Montevideo en 1929 y fallecido en 1992, decidió en 1978 decidió ir a vivir a una casa de lata y madera en un cantegril –nombre por el que se conoce en Uruguay a las villas miseria argentinas o las favelas brasileñas–. El conocido como cura de los cantegriles se empeñó en ofrecer una vida, una vivienda digna y un trabajo estable a los habitantes, en su mayoría clasificadores de residuos.

Enfermo de cáncer, sus últimos meses los dedicó a expresar sus vivencias en escritos, pinturas y charlas con amigos. Cuando falleció, sus restos fueron transportados por un carrito de clasificadores de residuos hasta el cementerio. Diez años después de su muerte, la urna con sus restos fue llevada en procesión por distintos barrios pobres de Montevideo. Unos días después el parlamento uruguayo le rindió homenaje.

La opción del sacerdote quedó documentada en una carta que escribió cuando tomó la decisión de abandonar su parroquia y vivir en las mismas casas precarias de los barrios en las que trabajaba: «Siento la imperiosa necesidad de ir a vivir en un barrio de pobres y hacerlo como lo hacen ellos. No como táctica de infiltración, de camuflaje o demagogia, ni siquiera como gesto profético de nada, sino para encontrarlo de nuevo a Él porque sé que vive allí, que habla su idioma, que se sienta a su mesa, que participa de sus angustias y esperanzas. Tampoco como un padre despachador de sacramentos, sino como alguien que va a hacer junto a ellos una vivencia de fe, un camino compartido. Tal vez pueda decirles en su idioma de dolor y frustración, que allí, en medio de ellos, esta Él. Él, que puede cambiar la muerte en vida, la negación en esperanza».