«La revolución cristiana», según Francisco - Alfa y Omega

«La revolución cristiana», según Francisco

Durante el rezo del Ángelus, el Papa expresa su «profundo dolor por las víctimas» en los últimos enfrentamientos del Congo, y denuncia la «tragedia» de «tantos niños arrebatados de sus familias y de la escuela para ser usados como soldados»

Ricardo Benjumea

Ante las «noticias de enfrentamientos violentos y brutales» en la República Democrática del Congo, el Papa expresó este domingo su «profundo dolor por las víctimas, en especial por tantos niños arrebatados de sus familias y de la escuela para ser usados como soldados. ¡Ésta es una tragedia: niños soldados!», clamó el Pontífice, que, a través del Vídeo del Papa, ha apoyado recientemente la campaña de Entreculturas y el Servicio Jesuita a Refugiados a favor de estos niños. Las dos organizaciones han lanzado una campaña de recogida de firmas en la web menoressoldado.entreculturas.org.

Francisco expresó su «cercanía» y «oración» al «personal religioso y humanitario que trabaja en esa difícil región» del Congo, e hizo un «apremiante llamamiento a la conciencia y a la responsabilidad de las autoridades nacionales y de la comunidad internacional, con el fin de que se tomen pronto decisiones adecuadas para socorrer a estos nuestros hermanos y hermanas».

Francisco pidió extender esas oraciones «por todas las poblaciones que, en otros lugares del continente africano y del mundo, sufren a causa de la violencia y de la guerra», y recordó «en particular a los queridos pueblos de Paquistán y de Irak, golpeados por crueles actos terroristas en días pasados».

«Jesús no propone un nuevo orden civil»

Antes del rezo del Ángelus, Francisco comentó el pasaje evangélico del día, en el que, frente a la antigua ley del «ojo por ojo», Jesús pide devolver mal por bien, porque «solo así se rompe la cadena del mal».

«Para Jesús –añadió Francisco– el rechazo de la violencia puede comportar también la renuncia a un legítimo derecho», como cuando aconseja «poner la otra mejilla». «Pero esta renuncia no quiere decir que las exigencias de la justicia sean ignoradas o rebatidas; no, al contrario, el amor cristiano, que se manifiesta de modo especial en la misericordia, representa una realización superior de la justicia. Aquello que Jesús nos quiere enseñar es la neta distinción que debemos hacer entre la justicia y la venganza». Porque «la venganza no es jamás justa».

Con estas enseñanzas, «Jesús no quiere proponer un nuevo orden civil», sino hacer efectivo «el mandamiento del amor al prójimo, que comprende también el amor a los enemigos». «Esta palabra no se debe entender como aprobación del mal realizado por el enemigo, sino como invitación a una perspectiva superior, a una perspectiva magnánima, semejante a aquella del Padre celestial, quien –dice Jesús– “hace salir el sol sobre malos y buenos”». «Cuantas enemistades en la familia, ¡cuántas!», prosiguió. «Pensemos en esto. Enemigos son también aquellos que hablan mal de nosotros, que nos calumnian y nos hacen daño. Y no es fácil digerir esto. A todos aquellos estamos llamados a responder con el bien, que también esto tiene sus estrategias, inspiradas en el amor».

Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de este domingo (Mt 5,38-48) –una de esas páginas que mejor expresa la «revolución» cristiana– Jesús muestra la vía de la verdadera justicia mediante la ley del amor que supera aquella del talión, es decir, «ojo por ojo y diente por diente». Esta antigua regla imponía aplicar a los transgresores penas equivalentes a los daños causados: la muerte a quién había asesinado, la amputación a quién había herido a alguien, y cosas así. Jesús no pide a sus discípulos de padecer el mal, al contrario, pide reaccionar, pero no con otro mal, sino con el bien. Solo así se rompe la cadena del mal: un mal lleva a otro mal, y otro trae otro mal… Se rompe esta cadena de mal, y cambian verdaderamente las cosas. El mal de hecho es un “vacío”, un vacío de bien, y un vacío no se puede llenar con otro vacío, sino sólo con un “pleno”, es decir, con el bien. La represalia no lleva jamás a la solución de los conflictos. «Tú me lo has hecho, yo te lo haré», esto jamás resuelve un conflicto, ni siquiera es cristiano.

Para Jesús el rechazo de la violencia puede comportar también la renuncia a un legítimo derecho; y pone algunos ejemplos: poner la otra mejilla, dar el propio vestuario o el propio dinero, aceptar otros sacrificios (Cfr. vv. 39-42). Pero esta renuncia no quiere decir que las exigencias de la justicia sean ignoradas o rebatidas; no, al contrario, el amor cristiano, que se manifiesta de modo especial en la misericordia, representa una realización superior de la justicia. Aquello que Jesús nos quiere enseñar es la neta distinción que debemos hacer entre la justicia y la venganza. Distinguir entre justicia y venganza. La venganza no es jamás justa. Nos es consentido pedir justicia; es nuestro deber practicar la justicia. En cambio, nos es prohibido vengarnos o fomentar de cualquier modo la venganza, en cuanto es expresión del odio y de la violencia.

Jesús no quiere proponer un nuevo orden civil, sino en cambio, el mandamiento del amor al prójimo, que comprende también el amor a los enemigos: «Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores» (v. 44). Y esto no es fácil. Esta palabra no se debe entender como aprobación del mal realizado por el enemigo, sino como invitación a una perspectiva superior, a una perspectiva magnánima, semejante a aquella del Padre celestial, quien –dice Jesús– «hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos» (v. 45). También el enemigo, de hecho, es una persona humana, creada como tal a imagen de Dios, si bien en el presente esta imagen se haya ofuscado por una conducta indigna.

Cuando hablamos de «enemigos» no debemos pensar a quien sabe cuáles personas diversas y lejanas de nosotros; hablamos también de nosotros mismos, que podemos entrar en conflicto con nuestro prójimo, a veces con nuestros familiares. Cuantas enemistades en la familia, ¡cuántas! Pensemos en esto. Enemigos son también aquellos que hablan mal de nosotros, que nos calumnian y nos hacen daño. Y no es fácil digerir esto. A todos aquellos estamos llamados a responder con el bien, que también esto tiene sus estrategias, inspiradas en el amor.

La Virgen María nos ayude a seguir a Jesús en este camino exigente, que de verdad exalta la dignidad humana y nos hace vivir como hijos de nuestro Padre que está en los cielos. Nos ayude a practicar la paciencia, el diálogo, el perdón, y a así ser artesanos de comunión, artesanos de fraternidad en nuestra vida cotidiana, sobre todo en nuestra familia.