Nancy tiene a toda su familia en Colombia... y otras tres familias en España - Alfa y Omega

Nancy tiene a toda su familia en Colombia... y otras tres familias en España

«No te sientas sola. Te voy a mandar a un sitio donde te van a acoger». En un momento muy duro de su vida, Nancy sintió que Dios le enviaba este mensaje. Y así ha sido: en sus 16 años en España, no le han faltado «familias»: un matrimonio con dos hijos ya mayores para los que trabajó toda una década y a cuya casa sigue yendo; la amiga con la que comparte piso, y el grupo Interguadalupe de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús

María Martínez López

«No me puedo quejar porque todo me ha ido bien». Esta afirmación de Nancy, colombiana, puede sorprender a quien sepa algunos detalles de su vida: lleva 16 años separada de su familia, trabaja de ocho y media de la mañana a diez de la noche y vive en una habitación alquilada. Pero, según cuenta ella misma, «vine a España de la mano del Señor de la Misericordia», y Él la ha ayudado en todo.

Nancy llegó a España en 2001 desde su Cali natal. De joven había trabajado de secretaria comercial, y después de tener a sus niñas y separarse había emprendido con una amiga dos pequeños negocios: primero un taller de confección de uniformes, y luego una pequeña cafetería. Pero «la situación económica de Colombia se fue complicando por la guerrilla y el narcotráfico», los negocios empezaron a ir mal, y esta madre decidió aceptar una oportunidad que se le presentó de venir a España.

Para ello, dejó a sus hijas, ya adolescentes –la menor tenía 13 años, «una edad mala»– a cargo de sus padres. «Es muy duro, me vine con el corazón partido –reconoce–. Tengo que dar muchas gracias a Dios porque sin el apoyo de mis padres no hubiera podido viajar», afirma. No es ni mucho menos la única vez que, durante la conversación con Alfa y Omega, subraya su agradecimiento a Dios.

«En cuanto se lo pedí me ayudaron con los papeles»

Por ejemplo, por haber podido trabajar siempre con niños, «que me encantan». Su primer trabajo, durante dos años, fue como interna, cuidando a dos niños de 4 años y uno y medio. «La pequeña estaba siempre en la guardería, no sabía lo que era estar en casa», y los padres vieron que necesitaba otro ambiente. «Estaba todo el tiempo conmigo, y se encariñó muchísimo. Los padres eran encantadores. En todos los sitios donde he estado me han tratado muy bien». Por ejemplo, «en cuanto les comenté que necesitaba regularizar mis papeles me dijeron que me ayudarían con muchísimo gusto».

Después empezó a trabajar en una empresa de limpieza, con un horario que le permitía simultanearlo con un trabajo a tiempo parcial con otra familia. «Con ellos duré diez años, ahora sus hijos están en la universidad. Son como mi segunda familia, a día de hoy sigo yendo a su casa». Ahora, Nancy entra a trabajar a las ocho y media en casa de otra familia. Prepara a las niñas para el colegio y hace las tareas de la casa. Por la tarde, limpia en un centro comercial hasta las diez de la noche. Envía casi todo lo que gana a su país para ayudar a mantener a su madre y para pagar la carrera de su hija menor. Aquí, vive con su «segunda familia española»: una amiga peruana y su hijo.

Esta colombiana es consciente de que ella y muchas de sus amigas han tenido suerte en sus trabajos. «A veces escuchas comentarios de personas de las que se abusa: no les pagan lo debido o les cargan de mucho trabajo». Prefiere no contarlos porque «intento hacerme un criterio solo de lo que veo yo misma». Por otro lado, también reconoce que «a otras personas al principio las tratan con respeto pero ellas luego se aprovechan, a veces no tienen responsabilidad».

Asidua a los locutorios

A pesar de su optimismo, Nancy reconoce que el estar separada de sus hijas –y, ahora, de sus nietos– «es una tristeza constante. Al principio era la clienta número uno de los locutorios, estaba allí todos los fines de semana, sábado y domingo»; es decir, los días que libraba. «Si había alguna causa de fuerza mayor, llamaba otras dos o tres veces a la semana. Era mi manera de estar presente en medio de la ausencia. Pero aun así sientes el vacío».

La menor de sus hijas pasó con ella cuatro años en España. Había estudiado un grado de Educación Infantil en Colombia, y Nancy tenía la esperanza de que pudiera sacarse el título superior y encontrar trabajo aquí. Sin embargo, diversas causas hicieron que terminara regresando a Colombia. Allí, está estudiando la carrera superior de Educación Infantil, y Nancy espera poder hacer coincidir su próximo viaje a Colombia –va cada dos o tres años– con su graduación, el próximo otoño.

«Creo que haber estado conmigo aquí la ha ayudado a madurar –opina–. Se dio cuenta del ritmo que llevo, de que cuando los fines de semana poníamos una película con toda la ilusión estaba frita a los diez minutos, y ahora es muy considerada. Ya entiende por qué su mamá se fue, que no es una vida fácil y que cuando quieres algo tienes que esforzarte».

Malas noticias… y una mano amiga

Sin embargo, la distancia siempre es la distancia, y se nota especialmente en los momentos difíciles. Por ejemplo, hace tres años, cuando en el transcurso de pocos meses el padre de Nancy murió de cáncer y su hermano fue asesinado en Cartagena de Indias. «Eso me deprimió muchísimo. Una compañera de trabajo» de la empresa de limpieza, «que es de Ecuador, me dijo un día: «Te veo muy mal, y me gustaría ayudarte»».

La ayuda que le ofreció fue ir a una reunión de la comunidad Interguadalupe, un grupo de inmigrantes que se reúne los domingos en la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, compuesto sobre todo por empleadas de hogar. «Pedí al padre Giancarlo, el responsable, que me atendiera. Me habló con mucho cariño. Ha sido un gran apoyo. En ese momento malo, Dios me dijo: «No te sientas sola, te voy a mandar a un sitio donde te van a acoger»».

En esa época, el grupo no vivía sus mejores momentos. «Por la crisis, muchas personas se fueron a otras ciudades o regresaron a sus países». Sin embargo, la parroquia ha seguido apostando por él. Otro problema es que «todos tenemos horarios de trabajo complicados que no nos permiten reunirnos entre semana, y los sábados algunas chicas aprovechan para estudiar». Sus reuniones son los domingos, pero «nos daba pena no poder ir a ninguna de las otras cosas que se hacían en la parroquia. Alguna vez sí hemos podido participar en algún retiro al que nos han dejado sumarnos el sábado».

El único día libre, a la parroquia

Para integrar al grupo en la parroquia, el padre Giancarlo organizó una reunión «con otra comunidad, que se llama Tamar. Fue muy gratificante: nos dijeron que habían aprendido mucho de nosotros por el hecho de que dedicábamos al grupo el único tiempo que teníamos disponible, en vez de por ejemplo irnos al cine o descansar. Eso nos levantó mucho». Además, casi ninguno de los miembros vive cerca de la parroquia, por lo que tienen que cruzar Madrid para acudir a las reuniones.

La ayuda de la parroquia también se ha manifestado para Nancy de otra forma en el último año. «Tuve artritis reumatoide, se me hincharon mucho las manos y los pies. El padre Giancarlo me puso en contacto con una persona de la parroquia que es doctora y se hizo cargo de mi caso como si me conociera de toda la vida. Buscó ayuda entre sus colegas para que me atendieran antes. Ha sido una bendición de Dios».