Capellán de un convento de clausura en Ágreda (Soria): «Dios no lo necesita, pero se merece que le adoremos» - Alfa y Omega

Capellán de un convento de clausura en Ágreda (Soria): «Dios no lo necesita, pero se merece que le adoremos»

Ágreda tiene 3.000 habitantes, pertenece a la diócesis de Osma-Soria, y está en un cruce de caminos entre Zaragoza, Navarra, Soria y La Rioja. Su nombre está asociado al convento de concepcionistas franciscanas que fundó la madre María de Jesús de Ágreda, una monja del siglo XVII que alcanzó enorme fama de santidad, y cuya causa se ha vuelto a abrir recientemente. La madre Ágreda tenía, según cuentan, el don de la bilocación. Un don que «me vendría muy bien, sobre todo los domingos», dice Pedro, que tiene 27 años y se estrenó como cura hace uno y medio directamente como párroco del pueblo y capellán del convento. Asegura que «en la Iglesia todos necesitamos convertirnos. También las monjas de clausura»

José Antonio Méndez
Foto: Archivo personal de Pedro Luis Andaluz Andrés

Predicar a unas monjas de clausura es como jugar al fútbol en tu estadio. ¿De verdad les hace falta que le hablen de Dios?
¡Todos necesitamos la conversión! Continuamente, día a día. Tú imagina una vida en comunidad, 24 horas juntas. Lógicamente, siempre pueden salir cosillas. Por eso necesitan convertirse a Dios para amar más a las hermanas, para vivir su apostolado como vida contemplativa de oración continua, para buscar lo que Dios les va pidiendo cada día, para sostenernos con su oración…

En una diócesis tan escasa de sacerdotes, ¿no es un desperdicio qué un cura tan joven esté dedicándole horas a unas monjas de clausura?
Los contemplativos son muy necesarios, son el pulmón de la Iglesia. Los que estamos dando guerra en otros apostolados necesitamos que nos sostengan. Ellas han entregado su vida por la Iglesia de forma continua, y por eso son tan necesarias para sostenernos. Nos van abriendo camino con la oración. De verdad que son misioneras: se entregan a Dios por toda la humanidad y se preocupan por nosotros. Son un carisma muy necesario, sobre todo en este momento en el que está la Iglesia.

Foto: Archivo personal de Pedro Luis Andaluz Andrés

¿Por qué más en este momento?
Porque son un testimonio impresionante de que Dios se sigue preocupando por nosotros, y sigue llamándonos a seguirle. Una mujer que decide entregar su vida por completo al Señor, para estar con Él día y noche, da un enorme testimonio de la gracia de Dios.

¿Qué le enseñan nueve monjas mayores a un cura joven?
La radicalidad con la que viven. Es una comunidad mayor, pero tienen una ilusión y un entusiasmo enormes para vivir su vocación. Verlas me lleva a plantearme la ilusión, la generosidad y la fidelidad a la vocación que he recibido. Y eso vale para cualquiera.

¿Qué quieres decir con lo de vivir con radicalidad?
Que no podemos ser cristianos a medias ni ser solo cristianos de nombre. Se tiene que manifestar en nuestras obras, en nuestro día a día; con naturalidad, pero también con fidelidad radical.

Unas religiosas con tanta trayectoria espiritual, ¿aceptan bien los consejos de un capellán jovencito, o piensan que te pueden dar sopas con hondas?
[Risas] ¡Si lo piensan, no me lo dicen! Son una comunidad extraordinaria, de gran humildad y sabiduría, que entregan su vida al Señor con alegría y sencillez, adorando a Dios y dándose por toda la humanidad. Además de celebrar la Misa cada día y pasar bastante rato en el confesionario, tengo una atención más personal por si necesitan algo: acompañarlas al médico, ir con ellas si tienen que hacer alguna salida, visitarlas si están en el hospital… En el seminario quería que me mandaran a cualquier destino, menos ser capellán de monjas. Hoy doy gracias a Dios porque tener a estas mujeres en mi vida es una gracia.

¿Dios necesita que le adoremos?
Dios no necesita nada, porque Él ya es Dios. Somos nosotros los que necesitamos adorarle a Él. A nosotros nos ayuda ponernos en su presencia, darle honor y gloria, no porque le hagamos más grande, sino porque Él nos engrandece al entregarnos su espíritu. Dios no lo necesita, pero se merece que le adoremos.