Por el retrovisor - Alfa y Omega

Por el retrovisor

Maica Rivera

La novela ganadora del Premio Café Gijón 2016 es la crónica de una familia destruida a raíz del trágico fallecimiento del hijo menor, de 6 años. El padre focaliza su frustración ciega sobre la hija mayor y practica el escapismo a través de la infidelidad, despojada de todo sentimiento, con una jovencita; la madre queda atrapada entre la neurosis y la abulia; y el mismo trauma estanca a la hermana en una inmadurez que le hace renunciar a la maternidad futura posiblemente por miedo al sentimiento de pérdida de lo amado y, sobre todo, por las que son para ella sus inasumibles consecuencias. Ninguno de los tres afronta el dolor, y su cobardía los condena a sufrir una suerte de duelo perpetuo, en absoluta soledad, con la cotidianidad casera estrangulada por el peso de culpabilidades y reproches, estériles y a destiempo. Sobre cada movimiento de los protagonistas que se registra en variadas peripecias, siempre intrascendentes, sobrevuela una pena sorda estirada a veces hacia lo grotesco. No es baladí la cita del existencialista francés Albert Camus que en un momento dado se incorpora a la historia, ni tampoco lo son las perlas relacionadas con lo espiritual y que, aun con una posible intención irónica, dejan sin embargo de fondo un poso de signo contrario: «Mamá. ¿Qué? ¿Te imaginas qué suerte si fuésemos creyentes?».

Campa a sus anchas la desesperanza en el seno de este hogar en ruinas, acelerando progresivamente un lento caer en picado de todo vestigio de amor y, con él, de vitalidad. Vemos a los protagonistas deambular por estas páginas siendo unos zombis más aterradores que los del famoso cómic y serie de moda The Walking Dead. Se miran entre ellos y miran a los otros, como se cita literalmente en el texto, a través de espejos retrovisores. A veces, al leer algunos pasajes, el ritmo se ralentiza, los personajes parecen quedar aislados y suspendidos en una atmósfera enrarecida que hace patente su condena a la incomunicación, algo casi visual como los grandes cuadros del pintor Edward Hopper. Y así, en esta línea incisiva, se suceden, descritas con una prosa verdaderamente magnífica y certera, las estampas cotidianas, de casa, de cocina, de corrientes trayectos diarios en tren de cercanías (más bien, de lejanías)… Se trata de meras anécdotas en apariencia, que, sin embargo, se hallan siempre amenazadas por una sordidez que se crece magistralmente en el detalle, y en lo doméstico. Cada cual alimenta el vacío interior en sendos procesos interiores que llegan a alcanzar el odio –tremendo, en el caso del padre, hacia su propia hija–. El lector asiste a este desolador devenir de lo íntimo desde primera línea de fuego, porque la autora permite su acceso directo al fluir libre, sin filtro, de las conciencias (llega a recordar el personaje de la madre a la mezquina Menchu de Cinco horas con Mario de Delibes). Por eso es este un relato descarnado que duele desde lo más profundo. ¿Y cuál es efecto más impactante de la narración? Que al dejarse el odio descontextualizado, por estar retratado en impresiones fugaces, es genuino el reflejo de su naturaleza: entre lo deshumanizado y lo absurdo.

Una casa en Bleturge
Autor:

Isabel Bono

Editorial:

Siruela