Primero y siempre, sacerdote - Alfa y Omega

Ha muerto don Pablo Domínguez, Decano de la Facultad de Teología San Dámaso, de Madrid, y sobre todo «sacerdote muy querido en la archidiócesis», como destacaba la Nota que difundía el lunes la Oficina de Información del Arzobispado. Tenía 42 años, y un currículo que daba vértigo leer. Pero la talla intelectual de este sacerdote quedaba incluso lejos de su bondad. Resulta inevitable establecer paralelismos con don Eugenio Romero Pose, obispo auxiliar de Madrid hasta su muerte, hará dos años el próximo 25 de marzo. Don Manuel María Bru, Director del Área Sociorreligiosa de la Cadena COPE, une en su recuerdo, desde su blog, a estas dos personalidades de la Iglesia en Madrid. También don José Francisco Serrano, que titula su artículo, en Análisis Digital, Querido Pablo, que estás… con don Eugenio.

El martes de la semana pasada -cuenta-, a las cinco de la tarde, «nos dijiste que salías zumbando para Tarazona a impartir un curso a los seminaristas y a dar unas conferencias». Continúa el relato el obispo de esta diócesis, monseñor Demetrio Fernández, que ha hecho pública una Nota En la muerte de Pablo Domínguez: «Yo no me voy a Madrid sin subir al Moncayo, nos dijo al despedirse. Todos los amigos conocen esta fuerte y noble afición de Pablo, que le ha costado la vida. Con un grupo de amigos, chicos y chicas, desde muy jóvenes, han coronado los picos más importantes de nuestra geografía…» Sara de Jesús, «una joven médico de la pandilla de montañeros», profesora de la Universidad Francisco de Vitoria, «fue la única que podía acoger la propuesta, y acudió en tren desde Madrid hasta Tudela en la mañana del domingo para acompañar a Pablo, como lo había hecho tantas veces un grupo más numeroso de chicos y chicas». Una vez en la cumbre, llamaron por teléfono a sus amigos y familiares. Seguramente celebraron la Eucaristía, como solía hacer el sacerdote. Pero en el descenso, «algo debió fallar…». La muerte de ambos fue instantánea.

«Un accidente, y no me explico cómo un accidente puede ser sustancia de lo eterno, te ha llevado a ese encuentro definitivo con el Padre», escribe Serrano. Es imposible que fuera casual. Dios tiene sus razones y sus instrumentos, aunque a veces nos cueste comprenderlos. Pablo Domínguez era muy consciente de Su mano, siempre, cada día. Lo contaba en una entrevista, hace unos meses, en El Espejo de la Iglesia en Madrid, de la Cadena COPE, disponible en la página web del Arzobispado. La llamada de Dios, «lejos de ser algo que queda en la Historia, se repite constantemente», cada día. «Y puedo decir que cada día estoy más contento, más entusiasmado con esta misión a la que Dios me envía».

Le preguntaban, en esa entrevista, Mario Alcudia y Sandra Madrid por qué orden se consideraba teólogo, filósofo y sacerdote. «Primero, sacerdote -respondía-; segundo, sacerdote; y tercero, sacerdote… Jamás he podido separar mi vocación de estudio e investigación con la pasión de anunciar al Señor con la fe y la razón, inseparablemente unidas». No puede sorprender su definición acerca de lo que debe ser una Facultad de Teología: un «lugar donde se hace presente la belleza del misterio de Cristo». Como también en el Moncayo.