Un artículo del cardenal Tong sobre las relaciones Iglesia-China suscita «alegría y confusión» - Alfa y Omega

Según un artículo publicado en el boletín diocesano de Hong Kong por el cardenal John Tong Hon, en el futuro el Papa será reconocido como autoridad suprema de la Iglesia, la Asociación Patriótica pasará a ser un organismo voluntario, los 7 obispos ilícitos se podrán reconciliar con la Iglesia y el régimen chino reconocerá a los obispos clandestinos. Sin embargo, según el director de AsiaNews, la información que ofrece el cardenal Tong deja algunos interrogantes abiertos.

Suscita alegría y confusión el nuevo artículo que lleva la firma del cardenal John Tong de Hong Kong, que trata sobre las relaciones entre China y el Vaticano. Luego del artículo publicado en agosto pasado, sobre la Comunión de la Iglesia en China con la Iglesia universal, hoy él ha difundido un nuevo capítulo sobre el diálogo entre China y la Santa Sede, titulado El futuro del diálogo Sino-Vaticano desde el punto de vista de la eclesiología.

La alegría deriva del optimismo, unido a un sentido de pragmatismo (típico de la mentalidad china) que se respira en estas páginas. Según el cardenal Tong, todo podrá volver a su lugar: el Papa será reconocido como autoridad suprema de la Iglesia; el cambio de la Asociación Patriótica (AP) de un instrumento de control al cual es obligatorio inscribirse, pasará a ser un organismo «voluntario»; la reconciliación de los 7 obispos ilícitos (eran 8, pero uno murió el 4 de enero pasado); el reconocimiento a futuro de los obispos subterráneos; la libertad «esencial» que el gobierno habrá de garantizar a la Iglesia católica (que ha de ser vista en forma separada de la libertad religiosa –y en parte política- de los musulmanes de Xinjiang y de los budistas del Tíbet).

La confusión surge cuando se trata de profundizar un poco más, al leer las distintas soluciones en perspectiva ante la difícil existencia de la Iglesia en China. Muy justamente, el cardenal Tong afirma que el nudo de las cuestiones «eclesiológicas» –que se refieren a la naturaleza católica de la Iglesia, sin la cual ésta no puede vivir– es la cuestión del nombramiento de los obispos. Son secundarias las cuestiones referidas a la libertad de abrir escuelas, la restitución de los bienes secuestrados a la Iglesia (aunque esto lo imponga la ley china) y el poder difundir la propia fe. El cardenal Tong denomina a estas cuestiones como expresiones de «una libertad completa», a la cual, por «realismo», se puede renunciar en parte, al menos por ahora.

¿Un cambio de meras palabras?

Pero es precisamente la cuestión crucial del nombramiento de obispos lo que no resulta claro, llegando a ser incluso engañoso. Para el cardenal Tong, «el Papa debe seguir siendo la última y más alta autoridad en lo que se refiere al nombramiento de obispos y la elección [de un candidato] por parte de una Iglesia local dada, resulta solamente un modo de expresar las recomendaciones de la Conferencia episcopal local». Sin embargo, en los hechos está sucediendo que el Consejo de obispos chinos –apuntado por la Asociación Patriótica y por el Ministerio de asuntos religiosos– elige al candidato y al Papa le dejan solamente la tarea de dar su bendición final: lo cual resulta poco para hablar de «la autoridad más alta». Según fuentes chinas de AsiaNews que se encuentran cercanas a la mesa de diálogo, el gobierno incluso querría que el Papa sólo tenga el poder de veto, pero en tanto y en cuanto éste sea «motivado». Y si los motivos no son aceptables, el Consejo de obispos tiene derecho a proceder igualmente a la ordenación del candidato propuesto. No se comprende, por ende, si lo que dice el cardenal Tong es una esperanza o si se trata de una lectura que él hace de la situación presente, en la cual cambian las palabras, al decirse que el Papa elige al candidato, pero la realidad es que los nombramientos se llevan a cabo de manera independiente. ¡Y el mismo cardenal admite que el acuerdo «sobre el nombramiento de obispos no diferirá mucho de los modos prácticos utilizados en la actualidad por las dos partes!».

Las acrobacias en torno a la Asociación Patriótica «voluntaria»

La acrobacia de las palabras también se hace evidente en lo referido a la AP, a la cual, se afirma, le sería quitado el poder de «elección y ordenación democrática» de los obispos, y que por ende, se convertiría en «aquello que su nombre significa literalmente, es decir, una verdadera Asociación Patriótica; una institución voluntaria, que une al clero y a los fieles que aman a su patria y a la Iglesia en los servicios sociales». No queda muy claro si estas palabras son la expresión de un deseo, un sueño, una realidad o una mera ficción lingüística. Hasta ahora, la AP es, en virtud de su estatuto, una asociación «voluntaria», pero todos los obispos oficiales son obligados a inscribirse en ella. Quien ha osado renunciar a ella –como monseñor Tadeo Ma Daqin, de Shanghái- fue inmediatamente sometido al arresto domiciliario. E incluso ahora que ha sido re-inscripto, sigue obligado al aislamiento en el seminario de Sheshan, habiéndosele quitado el título de «obispo», puesto que cuando se lo menciona, es identificado exclusivamente como el «padre Ma».

Es más, estas palabras del cardenal Tong no eliminan la realidad de que existe un dominio de la AP sobre la vida y la pastoral de los obispos. Prueben a reunirse con el obispo de Beijing y los despedirán, puesto que él no puede reunirse con un cura extranjero sin contar con el debido permiso. Traten de hablar con un obispo de la AP, y él tratará de reunirse fuera de su oficina, al aire libre, para no ser escuchado por las «chinches» (micrófonos ocultos) colocadas por doquier.

Los obispos «subterráneos»

Desde este punto de vista, el problema de la libertad de los obispos subterráneos es similar al de los obispos oficiales. Siendo muy justo, el cardenal Tong dice que «la actitud del gobierno en relación a las comunidades no oficiales ha cambiado notablemente, si se la compara con la asumida en los años ochenta», pero esto no significa que no haya un control, que no hay arrestos, que no haya sospechas infundadas de «anti-patriotismo». Y esto, incluso en el caso de obispos «subterráneos» como Mos. Julio Jia Zhiguo, que se han dedicado durante décadas al cuidado de la gente, de los enfermos, de los niños abandonados, desarrollando un trabajo a favor de la población y de un modo ciertamente patriótico, absolutamente no violento. El punto es que justamente este compromiso es lo que impulsa a guardar «sospechas». Tal como fue declarado por el profesor Richard Madsen, sociólogo de las religiones, el gobierno alimenta sospechas de que haya «demasiados actores no-estatales» en las obras de bien que se llevan adelante, puesto que de esta manera «el gobierno podría sentirse defraudado en su posibilidad de «ayudar a la gente» y de «controlar a la gente» y eso hace surgir un potencial conflicto»: puesto que el gobierno exige patriotismo, pero el Partido comunista exige una sumisión total, y no quiere que su totalitarismo sea aplacado por nadie.

Por otro lado, hace años que los obispos «subterráneos» (y oficiales) proponen al gobierno ser registrados en el Ministerio de asuntos religiosos, pero no en la AP, que quiere construir una Iglesia nacional «independiente» de la Santa Sede, pero sometida totalmente al poder del Partido. El mismo pedido es expresado por el cardenal Tong en su capítulo referido al «reconocimiento por parte del gobierno de los Obispos no oficiales», pero la respuesta en todos estos años siempre ha sido un «no» rotundo. Si hubiera un «sí» ante este pedido, realmente sería el inicio de una nueva era en las relaciones entre China y el Vaticano.

«Libertad completa» y «libertad necesaria»

El último capítulo es uno de los más intrigantes. En éste, el cardenal Tong afirma que en comparación a la cuestión del nombramiento papal de los obispos, todos los demás problemas son secundarios. Eso es cierto, porque en el nombramiento de obispos se toca el elemento dogmático y sacramental del ministerio de la Iglesia católica. El problema surge por el hecho de que el cardenal Tong presenta la «sanatio» del método de nombramiento y elección como un hecho consumado, «este acuerdo –dice él– es un notable avance». Más arriba hemos expuesto nuestra perplejidad con respecto a este método, que nos parece un mero cambio nominal, de palabras, que no muda en nada la sustancia de la cuestión y reduce la función papal a una mera bendición de algo que ya fue decidido por otros y en otra parte.

Otra perplejidad cabe al reducir la «libertad esencial» al nombramiento de obispos, sin preocuparse por el ejercicio de su función. Es verdad que los «modos de difundir la fe y de gestionar instituciones educativas, la restitución limitada de las propiedades no son una amenaza ni infligen un daño a la naturaleza de la Iglesia católica en China».

¿Pero es también así cuando un obispo debe pedir permiso para reunirse con huéspedes de la Iglesia universal? ¿O si un pastor es obligado a ausentarse de su diócesis durante meses, para sufrir un lavado de cerebro sobre política religiosa del gobierno-partido? ¿Si un obispo es obligado a participar en una ordenación episcopal ilícita, la cual carece del mandato papal? ¿Si por encontrarse con un co-hermano suyo de la Iglesia subterránea arriesga sufrir un boicot y a que se le impongan obstáculos a su ministerio?

Quizás esta «libertad esencial» debiera ser un poco más amplia, de otra manera no se entiende cuál es la diferencia entre una situación con acuerdo y una situación sin acuerdo. Y entonces –como suelen decir los sacerdotes y obispos oficiales y subterráneos– «más vale postergar cualquier acuerdo hasta tanto no se nos garantice una verdadera libertad religiosa».

Bernardo Cervecera / AsiaNews

Texto completo del cardenal Tong

Doy gracias al Señor porque mi último artículo sobre la Comunión de la Iglesia de China con la Iglesia universal, que fue publicado por semanarios diocesanos de Hong Kong en agosto de 2016, ha recibido muchas reacciones positivas. El hecho me ha impulsado, como consecuencia, a recoger opiniones de expertos internacionales interesados en la Iglesia de China, tanto en Hong Kong como en otras partes, de modo de continuar con la discusión teológica. Tras meses de oración y de reflexión, ahora ofrezco algunas de mis reflexiones sobre instancias importantes en lo que se refiere al diálogo entre China y el Vaticano, partiendo desde una perspectiva teológica. Suplico a todos que continúen rezando por este diálogo.

El problema central: el Nombramiento de Obispos

Por lo que publicaron varias fuentes de noticias, el año pasado hubo contactos frecuentes entre los representantes de China y de la Santa Sede. Se formó un grupo de trabajo, a través del cual las partes han tratado de resolver problemas que se han ido acumulando. El problema central por resolver es el nombramiento de los obispos.

Después de varios encuentros, se informó el logro de resultados preliminares, que hacen esperar por un eventual acuerdo sobre la modalidad para llevar a cabo el nombramiento de obispos. Según la doctrina católica, el Papa debe permanecer como la autoridad última y más alta a la hora de nombrar obispos. Si el Papa tiene la última palabra en lo que se refiere a la dignidad e idoneidad de un candidato episcopal, la elección que pueda hacer una Iglesia local resulta sólo un modo de expresar recomendaciones de la Conferencia episcopal local.

Según se dice, la principal preocupación del gobierno es que el candidato episcopal sea patriótico, y no tanto si ama a la Iglesia y si es fiel a ella: por lo tanto, creo que el acuerdo en cuestión, referido al nombramiento de obispos, no diferirá mucho de los modos prácticos utilizados en la actualidad por las dos partes.

Problemas que siguen en consecuencia

El Acuerdo Sino-Vaticano referido al nombramiento de obispos resultará clave en el proceso, y una piedra fundamental en el camino rumbo a la normalización de las relaciones entre China y el Vaticano. Pero de ningún modo resulta ser la meta final. Ambas partes deberán continuar este diálogo asentados sobre la base de la confianza recíproca y, pacientemente, resolver los otros obstáculos que subsisten. Estos problemas se han ido acumulando por décadas, por lo cual no es realista, sino imposible, esperar que éstos sean resueltos de un día para otro. Algunos de los problemas que están pendientes de resolver pueden ser subdivididos de la siguiente manera: el primero, es cómo resolver el problema de la Asociación patriótica católica china (APCC); el segundo es cómo tratar a los siete Obispos ilegítimos que fueron nombrados y ordenados democráticamente, violando el Derecho Canónico; el tercer problema es cómo favorecer un reconocimiento de los más de 30 obispos de la comunidad no oficial, por parte del gobierno.

China y el Vaticano tienen preocupaciones distintas; el Gobierno chino está interesado en los problemas desde un punto de vista y a nivel político, mientras que el Vaticano se preocupa mayormente de problemas de naturaleza religiosa y pastoral. Consecuentemente, dichos problemas revisten distintos órdenes y urgencias a la hora de plantearlos en una mesa de negociaciones. Pienso que para resolver las cuestiones mencionadas anteriormente, ambas partes deben negociar, evitando cualquier situación que pudiera comprometer sus principios y su sinceridad.

El futuro de la Asociación patriótica católica china

No son pocos los que están interesados en las relaciones entre China y el Vaticano y consideran el problema de la APCC como algo imposible de remover, casi como una gran montaña que mantiene a las partes separadas. Además, otros miembros de la Iglesia han manifestado, reiteradamente, su preocupación de que, siendo que la cuestión de la APCC ni siquiera es mencionada en el diálogo entre China y el Vaticano, Roma haya renunciado a los principios doctrinales de la fe. Las razones que aducen es que la APCC sostiene los principios de la autonomía, independencia y auto-gestión de la Iglesia[1], además de la elección y ordenación democrática de los Obispos[2], mientras que el Papa Benedicto XVI, en la Carta a los Católicos de China, declaró que esos principios son inconciliables con la doctrina católica y que el APCC es una institución de gobierno, y como tal, es incompatible con la fe católica[3].

Podemos considerar las relaciones entre el principio de la autonomía, independencia y auto-gestión de la Iglesia, y la actuación de la elección y ordenación democrática de los obispos, como una relación entre teoría y práctica; es decir, el primer elemento como principio teórico, y el segundo como su actuación práctica. En realidad, ambos son el producto de condiciones políticas específicas y de presiones políticas: no son requeridos por la naturaleza de la Iglesia católica de China ni por sus exigencias internas. Las dos comunidades de la Iglesia católica de China, tanto la oficial como la no oficial, están buscando positivamente la comunión y expresan su unión con la Iglesia universal.

De hecho, incluso los obispos que fueron ordenados sin el acuerdo del Sumo Pontífice se han ocupado de explicar su situación al Santo Padre y de pedirle Su perdón y aceptación. Obviamente, si son secundados todos los requerimientos, la Iglesia será misericordiosa, los perdonará y los acogerá con gusto, e incluso hasta les confiará la autoridad de administrar las diócesis. El diálogo entre China y el Vaticano, de hecho, significa que ya ha habido cambios en la política de Beijing en relación a la Iglesia católica, permitiendo al Santo Padre un rol más decisivo en la doctrina y en la ordenación de los obispos chinos. Así, la APCC, sin la elección y la ordenación democrática, ya no es más como en el pasado la Asociación de la Iglesia autónoma e independiente, sino que deviene aquello que su nombre significa literalmente, es decir, una verdadera Asociación Patriótica; una institución voluntaria, que une al clero y a los fieles que aman a su patria y a la Iglesia en los servicios sociales[4].

Por eso, según mi opinión, la orientación futura que debiera asumir la APCC deberá ser «alentar al clero y a los fieles a manifestar su preocupación por el bien social, y realizar obras de caridad social e iniciativas orientadas al bienestar social»[5].

La instancia de los siete Obispos ilegítimos

Otro obstáculo en las relaciones entre China y el Vaticano es la instancia de los Obispos ilegítimos. De los siete Obispos (en mi artículo anterior hablaba de ocho, pero uno falleció a principios de 2017), según el Derecho canónico, tres han sido excomulgados oficialmente, pero los otros cuatro también han caído en un estado de excomunión, que queda reservado a la Santa Sede. Con respecto a estos obispos, que con el apoyo de las autoridades chinas han aceptado ser ordenados democráticamente sin la aprobación de la Santa Sede, cayendo así en estado de excomunión, la dificultad de aceptarlos desde la perspectiva de la Iglesia, consiste ante todo en el hecho de que su elección y ordenación democrática viola gravemente el Canon 1382 del Derecho canónico, que estipula que «el Obispos que, sin el mandato pontificio, consagra a un Obispo, y quien de él recibe la consagración, incurren en la scomunica latae sententiae reservada a la Sede Apostólica»; y, en segundo lugar, porque son acusados de problemas de conducta moral.

La naturaleza de las ofensas derivadas de la elección y ordenación democrática, y de los problemas de conducta moral es diferente y, consecuentemente, también lo es su prueba concreta. El acto de la elección y ordenación democrática es público y claro, por lo cual la ofensa es definitiva. Pero la acusación de conducta inmoral requiere de pruebas más claras y de mayor evidencia.

En condiciones de relaciones inestables entre China y el Vaticano, la Santa Sede no puede mandar a sus representantes para que realicen investigaciones directas, sino que debe, a este fin, confiar en la investigación y en las pruebas que brinden las instituciones oficiales chinas, y esto, indudablemente, implica tiempos largos. Si la Santa Sede y Beijing se pusieran de acuerdo sobre la posibilidad de tratar las violaciones de los siete obispos ilegítimos de modo separado: en primer lugar, el problema de su ordenación ilegítima, y luego, el de las otras posibles ofensas morales, el modo de proceder resultaría mucho más conveniente.

La condición previa para el perdón de un obispo consagrado ilegítimamente y de los participantes en su consagración ilegítima (incluidos consagrantes y consagrados), es que éstos manifiesten un arrepentimiento.
El acto ilegítimo de la consagración desafía el principio fundamental de que el Santo Padre es la autoridad suprema y final en la elección de candidatos a obispo de las Iglesias locales. Por eso, la precondición para el perdón por una consagración ilegítima es que quien haya cometido la violación, se someta, por su propia iniciativa, al pedido de perdón y a la obediencia al Santo Padre, mostrando su voluntad de estar en comunión con la Iglesia universal.

Según informes confiables, los siete obispos ordenados ilegítimamente, todos ellos, han manifestado su pedido al Santo Padre, expresando su voluntad de obedecerle incondicionalmente y pidiendo la absolución de la excomunión en la cual han caído. Dada esta actitud de arrepentimiento, es muy probable que el Santo Padre les conceda el perdón.

Pero hay un detalle particular que debe ser aclarado: el perdón por la elección y la consagración ilegítima no equivale a reconocer su autoridad para administrar una diócesis. Conceder o no la jurisdicción sobre una diócesis depende de otras condiciones requeridas por esta oficina: por ejemplo, si en la diócesis ya existe otro obispo nombrado por la Santa Sede, o si los obispos mencionados presentan problemas de conducta moral, en lo que respecta al derechos canónico y si son idóneos para recibir la jurisdicción administrativa de una diócesis. Considerando todos estos aspectos referidos a la idoneidad para la tarea en cuestión, se requerirá mucho tiempo y paciencia antes de que China y el Vaticano tomen una decisión definitiva con respecto a los siete obispos ilegítimos anteriormente mencionados.

Promover el reconocimiento del Gobierno de los obispos no oficiales

El problema más difícil en el diálogo entre China y el Vaticano quizás sea el reconocimiento por parte de las Autoridades chinas de los más de 30 obispos no oficiales, además de, obviamente, el caso de los obispos detenidos.

La legitimidad de la Conferencia episcopal de la Iglesia en China requiere la inclusión de todos los obispos legítimos, y no sólo de una parte de ellos. Por eso, a fin de formar una Conferencia episcopal que tenga legalidad y autoridad, es necesario que también entren a formar parte de ella los obispos no oficiales. Esto requiere que Beijing reconozca oficialmente la identidad episcopal de éstos y su autoridad para administrar la diócesis. Indudablemente, Roma planteará este pedido. A pesar de ello, no es seguro que Beijing tenga intenciones de reconocer la identidad episcopal y la autoridad administrativa de los obispos de la comunidad no oficial. Por ende, este tema será de suma relevancia para el diálogo futuro de las dos partes.

De hecho, el problema del reconocimiento de los obispos no oficiales no es, sin embargo, un callejón sin salida, siendo que la existencia de la comunidad no oficial es producto de condiciones políticas e históricas especiales. La falta de confianza entre Roma y Beijing, que es mutua, también ha conducido, indirectamente, a una falta de confianza entre el gobierno y los obispos de la comunidad no oficial que persistían sobre los principios de la Iglesia.

Una vez alcanzado un acuerdo entre China y el Vaticano en lo que se refiere al nombramiento de obispos, se habrá desarrollado un buen grado de confianza entre las dos partes, y los obispos no oficiales ya no serán considerados enemigos del gobierno y opositores al insistir sobre los principio de la Iglesia, por lo cual la impresión de las Autoridades chinas en relación a ellos cambiará. Además, los obispos de las comunidades no oficiales de China, de hecho, son ciudadanos ejemplares en lo que se refiere al amor por la patria: han elegido seguir un camino distinto al de los obispos oficiales, motivados por su comprensión de la doctrina y de los requisitos de la fe católica. En el último tiempo la actitud del gobierno en relación a las comunidades no oficiales ha cambiado notablemente, si se la compara con la asumida en los años ochenta. Si bien a la mayoría de sus obispos no se les reconoce su identidad episcopal ni su autoridad para administrar la diócesis, no obstante pueden cumplir con la mayor parte de su ministerio pastoral. Creo que con el progreso de una confianza mutua entre Roma y Beijing, también aumentará la confianza entre los obispos no oficiales y le gobierno. La clave para solucionar el problema de los obispos no oficiales reside en la confianza de los obispos a título individual en su relación con las autoridades civiles. Beijing quizás les pida que declaren explícitamente su voluntad de observar la Constitución, las leyes y la política religiosa: en tanto el Gobierno no les exija también la elección y la ordenación democrática de los obispos, los requisitos mencionados no representan ninguna dificultad para los obispos no oficiales, puesto que son buenos ciudadanos y enseñan a sus fieles a comportarse de la misma manera. Desarrollar una confianza mutua lleva tiempo, paciencia, y sobre todo la demostración en la práctica, por lo cual debemos dar tiempo a Roma y a Beijing para resolver este problema en los contactos que vayan entablando.

¿«Esperar una libertad plena» o bien «afirmar la libertad necesaria»?

Luego de años de diálogo y de tratativas, China y el Vaticano han alcanzado cierto consenso sobre el problema clave, que es la modalidad para el nombramiento de los obispos: este acuerdo es un notable avance. El análisis efectuado anteriormente demuestra que el alcance de dicho acuerdo puede ser considerado una piedra angular en las relaciones entre las dos partes, desde 1951. En base a dicho acuerdo, se hallará la solución a los demás problemas: el futuro de la APCC, la legitimidad de los obispos ilícitos de la Iglesia oficial, el reconocimiento de los obispos clandestinos y la formación de la Conferencia episcopal de la Iglesia en China. De ahora en más, la Iglesia católica de China ya no tendrá que registrar una división y un contraste entre las comunidades oficiales y las clandestinas. Al contrario, ambos tipos de comunidad avanzarán gradualmente hacia una reconciliación y la comunión, tanto desde el punto de vista de la ley como en lo referido al cuidado pastoral y las relaciones humanas. En China, la Iglesia se comprometerá toda ella, unida, en la difusión del Evangelio del Señor en suelo chino.

Sin embargo, hay una postura que es pesimista en lo que respecta al éxito del Acuerdo entre China y el Vaticano. Ésta destaca que el caso de la Iglesia católica en China no es una instancia aislada e individual, sino que ésta se encuentra estrechamente conectada con problemas vinculados a las minorías étnicas y a las demás religiones: por ejemplo, con el problema del Tíbet, de Xinjiang o con el de la autonomía de las minorías nacionales. El gobierno chino no pretende ni puede ignorar estos problemas, y tratar solamente los de la Iglesia católica. Si las Autoridades chinas no preparan un plan global para resolver todas estas cuestiones, le resultará difícil tratar sólo con la Iglesia católica o alcanzar un acuerdo con el Vaticano de modo de garantizar la libertad religiosa, aunque sea solamente de la Iglesia católica.

En la actualidad, las condiciones sociales y políticas de China no aseguran y mucho menos prueban que realmente haya una libertad religiosa efectiva: por ejemplo, la libertad para predicar la fe, la libertad para abrir instituciones educativas, la restitución total de las propiedades de las religiones. Siendo así, un eventual Acuerdo entre China y el Vaticano no revestiría gran significado, por lo cual la Santa Sede no debe actuar de manera apresurada.

En la posición que acabamos de describir hay algunos puntos que son discutibles. Ante todo, es cierto que en China, la libertad religiosa de los fieles católicos está estrechamente enlazada con la libertad y la práctica de la población en toda la sociedad china. El hecho de que haya un mejoramiento de la libertad de todos en China, también beneficia, sin lugar a dudas, la expansión de la libertad religiosa de la Iglesia católica, pero resulta inapropiado unir los problemas de los católicos con las cuestiones del Tíbet y Xinjiang. En el Tíbet y en Xinjiang no sólo hay problemas de libertad religiosa, sino que existen problemas políticos más serios, los de separatistas, que mantienen ideas y conceptos distintos a los del Gobierno chino central en lo que respecta al territorio, y la cuestión de la soberanía y de las relaciones entre los grupos étnicos. Por ese motivo, ellos luchan por la separación y por la independencia.

La transformación democrática de la sociedad china quizás contribuya en alguna medida a debilitar la voluntad de algún que otro separatista en la lucha por la separación y la independencia, pero no eliminará el problema de raíz. Las naciones occidentales, como España, Escocia, e Irlanda del Norte, no tienen un problema de libertad, sino un problema de separatismo étnico, y deben incluso hacer frente a amenazas de ataques terroristas. Los problemas de los católicos de China no están vinculados a cuestiones territoriales o de soberanía. Los fieles católicos chinos generalmente son patriotas, buenos ciudadanos, que no tienen intenciones de involucrarse en actividades políticas. Son personas que no amenazan la estabilidad social ni política del país: las Autoridades chinas esto lo entienden perfectamente. Por ende, no ponen a un mismo nivel los problemas de la Iglesia Católica y los del Tíbet y Xinjiang. Los católicos chinos no debieran siquiera comparar sus problemas con los del Tíbet y Xinjiang. Por ende, no parece razonable aseverar que la solución de los problemas de la Iglesia católica en China dependa de una eventual solución de los problemas del Tibet y Xinjiang.

Como institución religiosa, en China, la Iglesia católica no es de naturaleza política y tampoco tiene inspiraciones políticas. No tiene intenciones de participar en ninguna institución política ni de promover el progreso político de la nación. Trata de vivir y de testimoniar su fe en suelo chino. Por eso, la preocupación de la Santa Sede y de la Iglesia católica de China es tener espacio suficiente para la libertad religiosa y para practicar su fe.

La Iglesia católica tiene un sistema administrativo particular, que le es propio: la jerarquía eclesiástica. Los problemas que la Iglesia católica afronta, comparada a otras religiones, presentan similitudes y diferencias. Las similitudes están presentes en todas las Religiones de China (incluida la Iglesia católica) en los modos de propagar la fe, en la gestión de las instituciones educativas, en la restitución efectiva de las propiedades, y se refieren a una falta de libertad y de espacio suficiente. Pero a diferencia de las otras religiones en China, la Iglesia católica además debe afrontar un problema específico suyo, es decir, el nombramiento de obispos, problema que no existe en otras religiones. En el pasado, a causa de la falta de confianza de Beijing en la Santa Sede, en China a la Iglesia Católica no le fue permitido nombrar a obispos locales y fue así que adoptó la política de su elección y ordenación democrática.

Este elemento problemático está ausente en las otras religiones. Cuando Beijing trata este problema, que es único de la Iglesia católica, no involucra en el mismo a las demás religiones y tampoco cambia de manera sustancial su política en relación a éstas. El problema sigue estando para la Santa Sede y para la Iglesia católica en China, que esperan resolverlo urgentemente, sin intención de implicar a las otras religiones. Por eso, no es razonable mezclar los problemas de la Iglesia católica con los de las otras religiones, puesto que de momento no hay ninguna implicancia recíproca.

En lo que respecta a los demás aspectos de la libertad, la libertad del Santo Padre de nombrar obispos es parte del contenido de la libertad religiosa de la Iglesia católica, que deriva de su doctrina y de la exigencia de su fe. Faltando ella, la Iglesia católica de China ya no sería más de naturaleza ‘católica’. La falta de una libertad plena en el modo de difundir la fe y de gestionar las instituciones educativas, la restitución limitada de las propiedades no conforman una amenaza ni dañan la naturaleza de la Iglesia católica de China, y mucho menos cambian su naturaleza volviéndola no católica.

Ahora, si Beijing está dispuesta a llegar a un acuerdo con la Santa Sede en lo que respecta al nombramiento de los obispos, dando a la Iglesia una libertad esencial, aunque ésta no sea una libertad completa, y le permite conservar su jerarquía, y, por ende, ser una Iglesia católica en el verdadero sentido que su nombre indica… ¿entonces quizás la libertad de la Santa Sede de nombrar obispos no sea «verdadera libertad religiosa»? ¿O será que la Iglesia católica de China, a la cual las condiciones políticas le no permiten temporalmente gozar de una libertad completa en sus modos de difundir la fe, de gestionar instituciones educativas, de recuperar su propiedades, deba esperar largos años y la Santa Sede entonces debiera ahora renunciar a un acuerdo con Beijing?

Si la Iglesia renuncia a la libertad esencial de hoy, quizás no le sea concedida una mayor libertad, con el posible resultado de perder toda libertad. La elección ante la cual se nos sitúa es la siguiente: abrazar la libertad esencial y volverse una Iglesia católica que no es perfecta pero sí verdadera, para luego hacer de todo con la esperanza de obtener una libertad completa, volviéndose así perfecta, o renunciar a la libertad esencial, y luego, sin nada en la mano, aguardar con la esperanza de que algún día, no se sabe cuándo, pueda obtenerse la libertad completa. En semejante situación, ¿Qué debiera hacer la Iglesia católica en China? Los principios morales de la Iglesia nos dan la respuesta: entre dos males, elegir el mal menor. Por eso, bajo las directivas del principio de un sano realismo, que el Papa Francisco nos enseña, queda claro cuál es el camino que la Iglesia católica debe emprender en China.

25 de enero de 2017
Fiesta de la Conversión del Apóstol San Pablo

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NOTAS

[1] Los Estatutos de la Asociación patriótica china (aprobados por la séptima Asamblea de Representantes católicos de China en julio de 2004), c. 1, art. 3; del sitio de la Administración estatal para los asuntos religiosos, 2004.

[2] Los Reglamentos para la Elección y Ordenación de Obispos en China, bajo la Conferencia episcopal de la Iglesia católica en China, aprobados por el Gobierno, disponibles en el sitio de la Iglesia católica de China, 2013: http://www.chinacatholic.cn/html1/report/1405/570-1.htm

[3] Papa Benedicto XVI, Carta a los Obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos de la Iglesia católica de China, 2007, no. 7.

[4] Los Estatutos de la Asociación patriótica china (aprobados por la séptima Asmablea de Representantes católicos de China en julio de 2004), c. 1, art. 2; del sitio de la Administración estatal para los asuntos religiosos, 2004.

[5] Los Estatutos de la Asociación patriótica china (aprobados por la séptima Asamblea de Representantes católicos de China en julio de 2004), c. 2, art. 3; del sitio de la Administración estatal para los asuntos religiosos, 2004.