Emiliani, santo en la misericordia - Alfa y Omega

Emiliani, santo en la misericordia

Con motivo del Año de la Misericordia, un dicasterio vaticano publicó el opúsculo Los santos en la misericordia. Uno de esos santos era san Jerónimo Emiliani, fundador de los Padres Somascos, patrono universal de los huérfanos y de la juventud desamparada. Este miércoles se celebró su fiesta

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Vidriera de san Jerónimo Emiliani que ilustra un pasaje de su vida en la basílica de Guadalupe de San Salvador, en El Salvador. Foto: Padres Somascos

Emiliani fue un noble veneciano seglar. No recibió nunca las sagradas órdenes –no fue cura, vaya–; vivió de 1486 a 1537, en el período de mayor esplendor de su patria, la República de Venecia, en el marco cultural del humanismo y del renacimiento italiano, y contribuyó de manera efectiva a la puesta en marcha de la Contrarreforma católica.

Tras la gran derrota en 1509 de los venecianos en Agnadello por las tropas de la Liga de Cambrai –Luis XII de Francia, el Papa Julio II, el emperador Maximiliano I de Austria y Fernando el Católico–, el joven patriota Jerónimo se vio metido en peligrosos hechos de guerra, hasta que, en 1516, Venecia y los aliados firmaron la paz. En 1511 fue nombrado gobernador civil de un enclave estratégico para la defensa de su ciudad, Castelnuovo di Quero. El 27 de agosto la fortaleza fue asaltada y toda la guarnición pasada a cuchillo. Solo respetaron al gobernador, pensando que podrían hacer un buen trato por su rescate. Pero después de un mes sin que nadie diese señales de interés por él, Emiliani consiguió huir milagrosamente, tras haber hecho un voto a la Virgen. Él mismo contaría después que la Virgen se le apareció en el calabozo y lo liberó de los grilletes; y mientras trataba de escapar, con el ejército enemigo acampado en las inmediaciones, asustado, la volvió a invocar, y ella lo llevó de la mano por medio de ellos sin ser visto.

Héroe de la caridad

Jerónimo fue siguiendo un camino de ascesis permanente: de joven desenfadado y mundano, se transformó en cristiano practicante, primero; fervoroso y recogido en santas meditaciones, después; penitente y asceta a los pies de Cristo Crucificado, más tarde; y, por fin, héroe de la caridad. Caridad que ejercitó, en particular, al servicio de los pequeños y de los pobres. Después de haber arreglado los asuntos de sus sobrinos huérfanos, de los que se había hecho cargo a la muerte de dos de sus hermanos mayores, a partir de 1527 se dedicaría exclusivamente a las obras de misericordia, y en 1531, tras cambiar la toga de los patricios –no hay otro caso como él en la historia veneciana– por un tosco sayal parduzco y unos burdos zapatones, y abandonar definitivamente la casa familiar, abrió en Venecia dos escuelas para muchachos de la calle, niños que la guerra, el hambre y la peste habían dejado huérfanos y vagabundeaban solos o en pandillas, tratando malamente de sobrevivir; y se fue a vivir con ellos. Luego fundaría el hospital del Bersaglio, donde dio albergue a todo tipo de miseria humana, y durante un año dirigió y reorganizó el hospital de incurables de su ciudad.

Miembro seglar del Oratorio del Divino Amor –fraternidad formada por clérigos y seglares que socorrían las necesidades de los pobres–, fue enviado en misión de caridad a la región de Lombardía. Allí por donde pasó, fue provocando un incendio de caridad y amor, abrió casas y escuelas para huérfanos, dotó a los hospitales de una organización más ágil, enseñó la doctrina cristiana a las gentes del campo, convenció a mujeres de la calle a cambiar de vida. Y eso en solo diez años.

El ideal que empujaba a Jerónimo fue la reforma de la Iglesia mediante el ejercicio de las obras de misericordia, empezando por su propia reforma personal, para pasar luego a la reforma de la sociedad y sus estructuras de pecado. Prototipo del hombre del Renacimiento, fue hombre de acción, empeñado en la transformación de la sociedad por la fuerza de los hechos, para devolverla a la santidad de los tiempos apostólicos. Y se especializó en niños, los niños de la calle: abandonados, sucios, sin instrucción, marginales. Puso como fundamento de su obra una sólida formación cristiana –es el iniciador de lo que luego sería el catecismo de preguntas y respuestas–, cultural –les enseñaba a leer y escribir– y laboral –contrató artesanos para que les enseñaran un oficio con el que ganarse la vida, poniendo las bases de lo que, con el paso de los años, serían las escuelas de formación profesional–. Y así, esos muchachos, por los que nadie daba un duro, fueron la levadura evangélica de aquella sociedad que había alcanzado altas cuotas de irreligiosidad y que, en Europa, estaba siendo atacada por la carcoma del protestantismo, y necesitaba con urgencia una reforma desde la cabeza a los pies. Él eligió empezar por los pies.

Y como el bien generalmente atrae, se le unieron ya en vida un gran número de personas de toda clase y condición social. De manera que, sin proponérselo inicialmente, dio origen a la que se llamaría, primero, Compañía de los Servidores de los Pobres y, más adelante, con la aprobación de la Iglesia –en 1568, ya fallecido Jerónimo, por el Papa san Pío V–, la Orden de Clérigos Regulares de Somasca o Padres Somascos. Ellos son, junto con otras familias religiosas femeninas y masculinas que de él toman su origen, y con los seglares que lo imitan en su vida cristiana, quienes tratan de mantener viva en nuestra historia su misión y su obra y la riqueza y actualidad de su carisma y espiritualidad.

Jerónimo Emiliani moriría, mártir de la caridad, en Somasca, en una habitación prestada en casa de unos vecinos, el 8 de febrero de 1537, contagiado por la peste asistiendo a sus muchachos y a otros enfermos del valle de San Martín. Antes de morir, comido por la fiebre, quiso lavar los pies de sus muchachos, imitando el gesto de Jesús en la Última Cena. Y luego, con una teja, trazó una cruz en la pared de enfrente del lecho para poder mirarla en sus últimos momentos. Tenía claro de quién se había fiado.

Francisco M. Fernández, CRS