De lo maravilloso, a lo real - Alfa y Omega

De lo maravilloso, a lo real

Miguel Ángel Velasco

La antología de textos del escritor catalán Joan Perucho (1920-2003), que acaba de publicar la Fundación Banco Santander, lleva un título acertado donde los haya: De lo maravilloso, a lo real. Maravilloso a más no poder es, efectivamente, este libro cuyos cuatro centenares de páginas se le hacen cortos al lector. Se trata de un amplia selección de textos y cuentos de Perucho, que rezuman ironía, humor, sabiduría, magia y una prodigiosa mezcla de fábula y realidad, de historias apócrifas y de universos imaginarios. Por ejemplo, la historia singular y menor de la cigüeña metálica que, cada media hora, repetía el kyrie eleison, que le hubiera entusiasmado a su amigo Álvaro Cunqueiro, como entusiasma, inevitable y gozosamente, a los lectores de uno y otro.

En el capítulo titulado Las novelas y los elfos, reconoce Perucho: «El año 1957, apareció mi primera novela, Libro de caballerías, que fue, con Merlín y familia, de Álvaro Cunqueiro, la primera reacción contra la literatura social, o testimonial, de la época». Y confiesa su amistad incondicional y sincera con el fantástico escritor gallego, al que, en alguna otra página, imagina, pinta y define, insuperablemente, como obispo de Mondoñedo. Perucho escribe igual de bien en español que en catalán, latín o francés. Inventa poemas cortos portentosos y cualquier lengua romance le viene bien para describir «la rosa del cristianismo», o esa otra rosa de «una sonrisa de mujer perdida en el pomo de la espada, la avellana tarraconense», o «el cuervo letrado, los dragones alados o los pérfidos enanos, el Basileus de Constantinopla, o la tabla gótica de Carcasona, la de los albigenses».

Hace falta tener una altísima tensión y sensibilidad cultural, religiosa, literaria para imaginar y describir una «caligrafía invisible a los plagiarios», un «poliedro de cristal que contenía el germen de la caballería andante», o un «demonio, llamado Arnulfo, que se aparecía a diario, a la hora de la siesta». Y, luego, están sus castillos encantados, su máquina de trovar, sus hexámetros, sus arañas silbadoras, grandes como mastines, su invento del telegrama sin fin, del ministro del Zodíaco, o del pájaro que tiene el vuelo azul.

Perucho se identifica expresamente con la idea cultural de Occidente y, tras afirmar «la constancia de la presencia de Dios en la vida de los hombres», concluye: «Mi catolicismo no es exclusivamente una exigencia moral, sino estética», y les da lógica caña, inteligente, a «esos sorprendentes sacerdotes que se dedican a la laboriosa destrucción de las tradiciones de la Iglesia católica». Desde «santa Teresa y las corrientes erasmistas», tan interesante en esta hora conmemorativa de la santa andariega, hasta el sutil análisis del nacionalismo, desde su autobiografía mínima, a sus viajes por medio mundo, estas páginas revelan los secretos literarios de un autor fuera de serie que reconoce el gusto por lo fantástico, «esa flor rara del misterio y del milagro», tan reales…