El legado de «los mellizos de Dios» se hace viral - Alfa y Omega

El legado de «los mellizos de Dios» se hace viral

El arzobispo, el imán y el pastor de Bangui ponen en marcha una radio que fomenta el diálogo interreligioso y la convivencia en la República Centroafricana. Los 10.000 euros de dotación económica del premio de Mundo Negro contribuirán a la puesta en marcha de una escuela y de un hospital que no discrimine por motivos religioso. Inspiradas en ellos, surgen diversas iniciativas de diálogo interreligioso en otros países

Ricardo Benjumea

El cardenal de Bangui, Dieudonné Nzapalainga, presidió este domingo la Misa de clausura del XXIX Encuentro África, organizado por la revista Mundo Negro, dedicado al tema Islam y cristianismo: diálogo bajo un mismo techo. El arzobispo de la capital de la República Centroafricana y el imán de la mezquita central del país, Omar Kobine Layama, han sido los galardonados este año con el Premio a la Fraternidad que concede la revista de los combonianos. La congregación religiosa les ofreció su apoyo en sus esfuerzos de pacificación del país en los peores momentos de la guerra civil, según han reconocido ambos.

El imán se encontraba entre los asistentes a la Eucaristía, algo ya habitual en él, hasta el punto de haber sido invitado a participar en diversas ceremonias durante el Año de la Misericordia en diversos países, como protagonista de una historia que llevó al Papa Francisco a inaugurar el Año Jubilar durante su visita a una ciudad hasta ese momento desconocida para la mayor parte del mundo.

En 2012, cuando estalló la guerra en la República Centroafricana –contó el cardenal Nzapalainga en la homilía–, «el pastor protestante, el imán y yo nos levantamos para decir no a la violencia, al odio, a la división, a las violaciones de los derechos humanos». Mientras desde el poder político se identificaba indiscriminadamente a los musulmanes con yihadistas, las tres principales autoridades del país respondieron creando una plataforma interreligiosa «para cerrar el camino a los extremistas de todo tipo y rehusar la manipulación de las actividades religiosas para fines políticos».

A juicio del cardenal, «el diálogo interreligioso es una exigencia de nuestra fe. Él nos permite salir al encuentro del otro en su diferencia para comunicar y vivir juntos. La sospecha y el miedo nos hacen insípidos», añadió, en referencia al pasaje evangélico del día («Vosotros sois la sal de la tierra…»), que –aseguró– le inspiró especialmente en aquellos años difíciles en su país.

Una radio por la convivencia

En la tarde del sábado, el arzobispo y el imán relataron su actuación por la paz junto con el pastor protestante Nicolás. Los dos últimos acudieron a casa de Dieudonné Nzapalainga a proponerle una iniciativa conjunta, y este accedió de inmediato.

Lo primero que hicieron fue redactar una carta pastoral conjunta y apelar a las autoridades a dejar de fomentar las divisiones religiosas para sus propios objetivos políticos. Lo siguiente fue comenzar a visitar poblaciones por todo el país «a las que nadie más iba». Allí se reunían primero cada uno por separado con las personas de cada confesión, y después todos juntos, abriendo un diálogo franco para, «desde la verdad», facilitar la reconciliación, según contó el imán Omar. De esta manera empezó a ser posible también que las poblaciones plantaran cara a los jefes militares, por entonces en «dueños y señores de la vida y la muerte de la gente», en palabras del arzobispo.

Muchas veces han estado a punto de asesinarles, tanto propios como extraños. El imán y su familia tuvieron que refugiarse durante seis meses en casa del arzobispo para salvar la vida. Gracias a todas esas experiencias, ahora, más que grandes amigos, son «hermanos». «Los mellizos de Dios» les llaman en su país. Su iniciativa terminó dando fructificando en una asamblea con representantes de las tres confesiones religiosas procedentes de todas las regiones del país, en el que se pusieron las bases de actuación de la plataforma creada por los tres líderes. Simultáneamente, pusieron en marcha grupos interreligiosos de jóvenes y de mujeres con el objetivo de que su mensaje de paz se hiciera viral.

Una de las principales iniciativas surgidas de este proceso ha sido la puesta en marcha de una radio, que fomenta el valor del diálogo interreligioso y una información que rechaza el «rumor», tras la nefasta experiencia de cómo la manipulación periodística genera violencia.

La dotación de 10.000 euros del Premio a la Fraternidad de Mundo Negro ayudará también a erigir una escuela interreligiosa para inculcar desde la infancia el valor del diálogo, y un centro de formación profesional que dé salidas a esa mayoría de jóvenes que, a día de hoy, en la República Centroafricana, ni estudian ni trabajan.

Otro proyecto es la apertura de un hospital que no discrimine por motivos religiosos. Durante la guerra civil –argumentó el imán Omar– era frecuente que los grupos armados impidieran el acceso a la sanidad o incluso acudieran a los centros sanitarios a asesinar a las personas de otra confesión.

La plataforma ha producido frutos también en países como EE. UU., Alemania u Holanda. Cuando, en los Países Bajos, se puso en marcha una iniciativa entre cristianos de diversas confesiones, musulmanes y judíos locales (todos de raza blanca), el arzobispo de Bangui lanzó una broma que hizo fortuna: «Somos africanos y negros, pero hemos tenido un hijo blanco».

Homilía del cardenal Dieudonné Nzapalainga

Queridos hermanos y hermanas,

En el Evangelio de este Domingo, Jesús nos exhorta a tener nuestra vocación en gran estima. Él nos dice: «Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la sal del mundo». Esto es absolutamente cuestión de identidad cristiana, a la que se inscribe un deber, una misión.

El Concilio Vaticano II dice claramente en el Decreto Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, en el número 35: «Puesto que toda la Iglesia es misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el Santo Concilio invita a todos a una profunda renovación interior a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su cometido en la obra misional entre los gentiles».

Nosotros que somos discípulos de Cristo, podemos ser sal y luz, pero ¿de qué manera? Sólo Jesucristo es sal y luz. Sin Jesús, no somos más que tinieblas; por tanto, no podemos llegar a ser luz si no participamos de la luz de Cristo. El cristiano se deja iluminar por la Palabra de Jesús. Permitidme un testimonio en relación con el trabajo que hacemos en el seno de la plataforma religiosa en Centroáfrica. Nos gusta decir que el judaismo, el cristianismo y el islam son religiones de la Palabra.

Esta Palabra de Jesús me interpeló en 2012 en República Centroafricana. Cuando el poder al frente del país identificaba a los musulmanes con los yihadistas, el pastor protestante, el imán y yo nos levantamos para decir no a la violencia, al odio, a la división, a las violaciones de los derechos humanos. Y creamos la plataforma de confesiones religiosas para cerrar el camino a los extremistas de todo tipo y rehusar la manipulación de las actividades religiosas para fines políticos.

He encontrado la luz en Jesús. Por su encarnación, se ha hecho hermano de todo hombre creado a imagen de Dios. En su nombre he acogido a mi hermano el imán durante seis meses en el arzobispado. Juntos hemos testimoniado la fraternidad universal.

Jesús es la sal de la tierra. Fuera de Él, el mundo no tiene sabor; fuera de Él, el mundo se corrompe moralmente. De otro modo, la naturaleza humana pisoteada por el pecado se vuelve insípida; sólo la gracia de Dios nos regenera. Así, podemos hablar del cristocentrismo de la vida espiritual, es decir, el Cristo que está en el centro de nuestra vida. Es en este sentido que S. Bernardo decía que todo lo que escucho y leo es insípido si no está el nombre de Jesús.

La sal juega un gran papel en la sociedad africana, en particular en mi país, República Centroaficana, que conozco muy bien. La sal da el gusto y sirve para conservar bien los alimentos, pues no tenenos frigoríficos como en Europa. Por eso, las mujeres no tienen necesidad de mucha sal para preparar la comida. Con un pellizquito basta.

Queridos hermanos y hermanas, ¿Dios no ha venido al mundo como un niño pequeño? La presencia de este niño ha cambiado el aspecto del mundo. Muchos cristianos se lamentan de que no son muy numerosos. No es el número lo que cuenta, sino la calidad de la fe en Jesús que nos haga ser capaces de adquirir un compromiso significativo allá donde estemos. El cristiano se hace sal cuando conserva el mundo en la fidelidad a Dios, y guarda la sed de la presencia de Dios en nosotros y a nuestro alrededor. Y se hace sal de la tierra cuando da gusto a las relaciones insípidas marcadas por críticas, rechazos y exclusiones.

El cristiano escucha, dialoga y reúne en nombre de Jesús. Yo querría decir que el diálogo interreligioso es una exigencia de nuestra fe. Él nos permite salir al encuentro del otro en su diferencia para comunicar y vivir juntos. La sospecha y el miedo nos hacen insípidos. Tenemos necesidad de confiar en el otro para encontrar el camino de la esperanza.

¿En qué sentido Jesús atribuye a sus discípulos esta prerrogativa de ser luz y sal? Cuando ellos están iluminados por su Palabra podrán entonces transmitir esta luz a los otros; un poco como la luna que brilla por la luz del sol. Así, los discípulos están invitados a participar de la divinidad de Jesús para transmitir el buen olor de Cristo a sus hermanos y hermanas.

Esta participación en la divinidad de Jesús se encuentra por ejemplo en el sacramento del Bautismo, donde de manera significativa tenemos el rito de la sal y de la luz. Así nos configuramos a Cristo para testimoniarlo por todo el mundo. Esta luz de Cristo disminuye la oscuridad de nuestra naturaleza corrompida y egoísta.

En la primera lectura de este domingo tenemos un ejemplo concreto de ser sal de la tierra y luz del mundo: «Comparte tu pan con quien tiene hambre, acoge en tu casa a los pobres sin techo, viste a quien encuentres desnudo, no desprecies a tu semejante», nos dice el profeta Isaías.

Cuando yo estudiaba en Francia, yo iba a servir la comida a los sin techo. Un día invité a dos de ellos a nuestra mesa y aquello fue una bomba. Un cohermano se molestó y se fue a otra mesa. Nos gusta hablar de los pobres pero compartir su vida nos resulta difícil. No es posible hablar del cristiano como sal y luz, ignorando estos aspectos de la vida. Estamos llamados a vivir una vida generosa y atenta a las necesidades del otro. ¿Gente que tiene hambre?, hay muchos en el mundo. ¿Gente sin techo?, hay muchos. No conocer estas realidades, es comportarse exactamente como el Levita del Evangelio, que en la ruta de Jerusalén a Jericó, pasa a un lado del hombre herido sin prestarle la menor ayuda.

Isaías nos dice más, hacer desaparecer el yugo, el gesto acusador y la palabra altanera. Estas son, desgraciadamente, las realidades que envenenan nuestra vida en comunión. La indiferencia de muchos hombres y mujeres es signo de su alejamiento de la fuente de la luz que es el amor de Dios. Siempre nuestras buenas obras deben conducir a los hombres a dar gloria, no a nosotros mismos, sino a Dios; pues sin su gracia no somos capaces de realizarlas.

Jesús nos pide ser sal de la tierra y luz del mundo. Un lugar preciso donde estamos llamados a vivir concretamente este compromiso es en la familia y en el lugar de trabajo. Somos conscientes de que en nuestras familias y lugares de trabajo se da con frecuencia una arrogancia, basada en el espíritu de dominación, en nuestras relaciones los unos con los otros. El marido quiere dominar a la mujer y esta quiere dominar al marido. Los padres quieren dominar a los hijos y viceversa. El patrón quiere dominar al obrero y así sucesivamente. Cristo viene hoy para desarmarnos y liberarnos de esta suficiencia e inculcarnos el camino de la humildad y del amor en nuestras relaciones los unos con los otros.

Entonces la vocación cristiana aparece como un gran don que lleva en sí una sabiduría. Ella nos ayuda a orientar de una manera justa todas las circunstancias de la vida, a fin de ser luz y tener sabor. No podemos ser personas sin carácter que no saben lo que quieren y que dejan escapar los talentos recibidos. Debemos ser cristianos auténticos y orgullosos de nuestra vocación.

Ciertamente, esta misión de ser portadores de luz no es fácil. Esto significa que debemos hacer espacio para que Jesús entre en nuestro corazón. Este recuerdo de la candela encendida el día de nuestro Bautismo, nos permitirá de encontrar el buen camino en los momentos difíciles.

Pueda la Virgen María portadora de la luz y modelo de toda vida cristiana interceder por la humanidad y cada cristiano. Amén.