«Os admiro por vuestra lealtad y abandono, marcados por vuestra singular generosidad» - Alfa y Omega

«Os admiro por vuestra lealtad y abandono, marcados por vuestra singular generosidad»

«Os felicito queridos hermanos y hermanas, miembros de la vida consagrada. Sois valientes, tenéis el atrevimiento de vivir y asumir un cambio de época con pasión, con entrega, con retos, con responsabilidades fuertes, desde la pobreza de los recursos más necesarios que son las personas que estén dispuestas a acompañaros en esta misión. Os admiro por vuestra lealtad y abandono, marcados por vuestra singular generosidad, en una cultura donde no es fácil entregar la vida para siempre ni darla incondicionalmente». Son palabras del cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, quien ha presidido este jueves en la catedral una Misa con motivo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada

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Foto: Infomadrid/Miguel Hernández Santos

Ante un templo repleto de fieles y de religiosos de muy diversos carismas, el purpurado ha puesto en valor el papel que estos últimos juegan en una cultura dominada por una «lógica de deseos inmediatos o apetencias que provienen de elegir según cómo esté o me levante cada día». Con «una intensa vida fraterna de comunidad, que se nutre cuando vivimos con intensidad en la oración, en la escucha atenta del Señor, meditando y contemplando la Palabra de Dios, participando activamente en el sacramento de la Eucaristía y de la Penitencia o Reconciliación» –ha detallado–, los consagrados logran ofrecer «una alternativa con cimientos firmes para construir la vida desde lo que es absoluto, es decir, desde el Dios revelado en Jesucristo».

Hoy es un día de alegría para toda la Iglesia. Celebrar la Jornada Mundial de la Vida Consagrada con este lema: Testigos de la esperanza y de la alegría, es todo un compromiso para quienes habéis recibido la llamada del Señor para hacerlo visible entre los hombres; con la única tarea y dedicación de infundir, con vuestro testimonio en medio de esta historia, la esperanza en un mundo que muy a menudo cae en situaciones de desesperanza, y hacer una confesión fuerte de Cristo con esa alegría de la salvación que Él nos regala para que la hagamos visible y creíble en el corazón de cada ser humano que encontremos en nuestra vida.

Os felicito queridos hermanos y hermanas, miembros de la vida consagrada. Sois valientes, tenéis el atrevimiento de vivir y asumir un cambio de época con pasión, con entrega, con retos, con responsabilidades fuertes, desde la pobreza de los recursos más necesarios que son las personas que estén dispuestas a acompañaros en esta misión. Os admiro por vuestra lealtad y abandono, marcados por vuestra singular generosidad, en una cultura donde no es fácil entregar la vida para siempre ni darla incondicionalmente. Pues nuestra cultura más bien facilita y valora lo provisional, nos injerta fácilmente una manera de entender la vida, como cuando entramos a comer a un lugar y se nos ofrece una carta en la que podemos escoger. Vivir a la carta en cada momento que estemos, pudiendo escoger no lo mejor y más valioso, no lo que más nos conviene para alcanzar las medidas humanas que curan a quienes nos encontramos, que miran siempre al que más necesita, que no viven de la lógica de deseos inmediatos o apetencias que provienen de elegir según cómo esté o me levante cada día.

¿Cómo ser miembro de la vida consagrada? ¿Cómo vivir solo para Dios, mostrándolo en el servicio a los hermanos? Desde una intensa vida fraterna de comunidad, que se nutre cuando vivimos con intensidad en la oración, en la escucha atenta del Señor, meditando y contemplando la Palabra de Dios, participando activamente en el sacramento de la Eucaristía y de la Penitencia o Reconciliación. Es ahí y desde ahí desde donde podemos hacer frente a la cultura fragmentaria y nutrida por lo provisional. Es así como mostramos una alternativa con cimientos firmes para construir la vida desde lo que es absoluto, es decir, desde el Dios revelado en Jesucristo, que nos pide fijar la mente y el corazón en Aquel que da lo mejor, facilitándonos una vida sencilla y austera.

Queridos hermanos, guardemos este tesoro que llevamos en vasijas de barro; es un tesoro precioso para nosotros y para la vida de todos los hombres. Cristo es nuestro tesoro, sigamos sus huellas con fe, esperanza y caridad. Formémonos en este seguimiento espiritual, formémonos con un estudio de la teología de rodillas; ello nos permitirá permanecer firmes en la fe y en la adhesión a Cristo en esta cultura de lo provisorio. Busquemos hermanos y hermanas con la garantía de hacernos adultos y no de permanecer en la dependencia; que no se hagan propietarios de nuestra vida, pues nosotros se la hemos dado al Señor y a nadie más. Todo ello nos facilitará vivir los consejos evangélicos siendo testigos de la esperanza y de la alegría.

La Palabra de Dios que hemos proclamado nos ayuda a descubrir cómo permanecer en apertura, lealtad y abandono, y nos propone tres tareas:

1. Acoger al Señor, contemplarlo, no resistirnos a que entre en nuestra vida: el profeta Malaquías nos lo dice con toda claridad: «Miradlo entrar […] ¿quién podrá resistir […] quién quedará en pie cuando aparezca?». La transformación que hace de nuestra vida es evidente, para decirnos lo que sucede en la medida en que lo acojamos, contemplemos y ocupe nuestra vida, experimentaremos que es «fuego de fundidor», que cambia nuestra vida y nuestra forma de vivir; es «lejía de lavadero», que quita y elimina toda mancha, toda suciedad, y hará que nuestras vidas sean ofrenda valiosa para todos los hombres. «Presentarán al Señor la ofrenda como es debido».

2. Para que se acerque la liberación a todos los hombres y vean el rostro verdadero del hombre: esa liberación nos la da Jesucristo, es el mismo Jesucristo, pues «de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló el poder de la muerte […] y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos». Somos libres, regalemos la libertad que es el mismo Jesucristo. Tomó nuestro rostro y se manifestó «compasivo y fiel», nos auxilia en todo. Y nos pide que nosotros regalemos ese auxilio a todos los hombres. Atrevámonos a vivir en la radicalidad de nuestra entrega y en la versión que a esa entrega da nuestro carisma. Seamos valientes. La gracia, el amor y el empuje de Cristo, no nos falta jamás.

3. Mostrando, regalando y poniendo en el corazón de los hombres el rostro de Dios: asumiendo el estilo de María y de José. Ellos llevaron al Señor al templo, ellos presentaron al Señor como el Salvador de todos los hombres. Así lo comprobaron dos personas que estaban en el templo y que representan a todos los hombres que viven en este mundo y que esperan que alguien, haciendo como la familia de Nazaret, presente la Salvación que es el mismo Jesucristo. A vosotros, miembros de la vida consagrada, el Señor os hizo un regalo precioso: os cogió la vida entera para que fuese una vasija en la que todos los hombres puedan ver, contemplar y beber la Salvación.
Tenéis la gracia hoy de ver, en Simeón y Ana, dos seres humanos que nos dicen que para mostrar, regalar y poner en el corazón de los hombres el rostro de Dios, es necesario:

A. Vivir en la actitud de Simeón: que toma en brazos al Señor y bendice a Dios por la cercanía en que se sitúa en su vida. Por otra parte, nos hace ver que ya no necesita más, le basta con tener en su vida al Salvador, con haber visto al Salvador, no quiere otras fuerzas. El Señor a quien tiene en sus brazos es luz que alumbra a todos los hombres y pueblos, es gloria de la humanidad. Pongamos la vida al servicio de mostrar a Jesucristo, Luz y Gloria de todo hombre que viene a este mundo.

B. Vivir con la densidad de la profetisa Ana: que día y noche está y no se aparta del templo porque sabe que allí aparecerá el Salvador. Lo hace con sacrificios y entrega, eliminando de su vida lo superfluo y permaneciendo en diálogo con el Señor, «sirviendo a Dios con ayunos y oraciones» y dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que encontraba. Es decir, su vida se resume así: ayuno, oración, y testimonio con obras y palabras.

Queridos hermanos y hermanas, el Señor nos invita, os invita hoy a los consagrados, a ser testigos de la esperanza y de la alegría. Acoged a los primeros que lo fueron y aprended de ellos. María, José, Simeón y Ana se nos presentan como acompañantes para aprender a vivir en esperanza y alegría. Una vez más, Jesucristo, el mismo Señor que presentaron en el templo José y María y que vieron Simeón y Ana, viene aquí, a este altar. Recibidlo como lo hicieron ellos. Sed como ellos testigos de la esperanza y de la alegría.