¿Es posible ser directivo y buen cristiano? - Alfa y Omega

Despedir a alguien es uno de los tragos más amargos por los que he pasado a lo largo de mi vida profesional. Da igual que concurran causas objetivas como que, por ejemplo, te mientan con grave perjuicio para la empresa, o que metan la mano en la caja, o que insulten a gritos al presidente en la recepción, o que pasen información a la competencia. Afrontar una reunión con una persona a la que tienes que decir cosas muy desagradables es duro, porque no puedes dejar de pensar en su familia, en sus hijos, en cómo se van a quedar. Piensas también en qué van a decir de ti, aunque eso sea casi lo de menos. Te cuestionas la moralidad de tus actos.

Hacerlo con caridad requiere limitarse a los hechos y datos puros y duros, sin emitir juicios de valor sobre el individuo. Hay que ser tan claro y contundente al exponer la realidad como respetuoso con la persona. Un amigo que ha afrontado esa situación hace poco me tuvo un buen rato al teléfono. El empleado en cuestión no es un pinta, simplemente bebe más de la cuenta y tiene querencia a las maquinitas. Cuando, al final de la reunión, mi amigo mostró su interés personal en ayudar, le respondieron, literalmente, «que se metiera su catolicismo por donde le cupiera, que si no era capaz de hacer la vista gorda…». No sigo, porque mi amigo estuvo a punto de romperse.

Aun así, rezó un rosario por ese empleado. Para la mayor parte de sus ¿compañeros?, es el miserable (ellos utilizan otra palabra) del jefe y le ha arruinado la vida al otro. ¿Mentirán por él cuando toque? Porque esto irá a juicio.

«Fíjate, va de ir a Misa y cosas de esas, y luego despide a la gente. ¡Hay que ver!». Mi amigo no ha juzgado al empleado ni siquiera hablando conmigo, ni siquiera detallándome con precisión las causas concretas del despido. Y no retirará el crucifijo de su mesa. Y seguirá yendo a Misa a la hora del café. Me ha dado un ejemplo de lo que es poner la otra mejilla. También se la partirán. Al tiempo. «Si me das la bendición por teléfono, ¿vale?». Esa misma tarde nos vimos: los cafés se enfriaron delante de nosotros.