Sacerdote de Jesucristo - Alfa y Omega

Sacerdote de Jesucristo

La última vez ha sido en su reciente homilía de clausura de las II Jornadas Sociales Católicas Europeas, celebradas en Madrid, y que Alfa y Omega publicó íntegra; espero que ustedes se la hayan leído atentamente. Si no lo han hecho, están a tiempo de buscarla en la red y de leerla. El cardenal Rouco Varela dijo en ella: «¡Qué importante es que hoy, en la Iglesia en Europa, nos reconozcamos pecadores!» Experto europeo y conocedor de Europa, podía haber hablado de mil cosas de interés, de actualidad para la Iglesia en Europa, hoy, pero lo que dijo fue eso, lo de que nos reconozcamos pecadores. Es una bendita y santa obsesión de este sacerdote de Jesucristo: la pérdida de conciencia del pecado, la necesidad de que nos sintamos lo que somos, pecadores

Miguel Ángel Velasco
Don Antonio en una de las numerosas entrevistas con el director de Alfa y Omega

¿Oyen ustedes hablar mucho en las homilías, últimamente y desde hace mucho tiempo, del pecado, del juicio de Dios, de la salvación del alma, del cielo, del infierno? Yo, no. Si yo tuviera que quedarme con un solo recuerdo imperecedero del cardenal Rouco, durante los veinte años de su pontificado en Madrid, que prácticamente han sido los veinte años que acaba de cumplir Alfa y Omega, me gustaría quedarme con esa santa obsesión sacerdotal de un hombre de Dios preocupado por lo primero y principal que debe preocupar a un sacerdote: la salvación de las almas.

En su Villalba natal, le llamaban Tucho, que es como llaman los gallegos a los Antonios de pequeñitos, y muy probablemente su madre, o el párroco, o la maestra le enseñaron a referirse a Dios nuestro Señor, cuando hablara de Dios. Desde entonces, siempre dice Dios nuestro Señor, y dice bien. Luego le gusta añadir que es un Padre que, porque nos ama, nos perdona y olvida nuestros pecados. Lo dicho, señores e amigos: Antonio María Rouco Varela, cardenal de la Santa Romana Iglesia, ante todo y sobre todo, es un sacerdote como la copa de un pino.

Algunas gentes juzgarán como su más alto momento eclesial, qué sé yo… su esplendoroso desempeño de la función de Relator en el Sínodo de los Obispos sobre Europa, celebrado en el Vaticano, tarea comprometida donde las haya que, con la perspicacia eclesial que le caracterizaba, le confió san Juan Pablo II; otros juzgarán que aquella JMJ de Compostela que abrió nuevos caminos y horizontes, o la JMJ de Madrid; otros verán su gran visión de futuro para la Iglesia en Madrid, con San Dámaso y todo lo demás…

Don Antonio con Juan Pablo II, a quien obsequió una bella edición encuadernada del semanario

Pues sí, claro que han sido altísimos momentos eclesiales del cardenal Rouco Varela, pero si a ustedes no les importa, yo prefiero quedarme con sus visitas asiduas, calladas, al Carmelo de la Aldehuela, con su confesión frecuente, con su charla con el seminarista que duda de su vocación, con el sacerdote angustiado, con su canto del himno a la Virgen de la Almudena, con su visita a la cárcel, o al hospital, la tarde de Navidad, con su caricia a los niños de aquel pueblo de la sierra de Madrid, o de aquel campamento de Gredos…: un cura, amigos, un sacerdote total, íntegro e integral, servidor, como dice siempre que se refiere a sí mismo, preocupado por el hombre incompleto de hoy -un ser humano concretísimo siempre, con nombre y apellidos-, que cada vez más se deja robar el alma.

Puede que haya gente -alguna gente- que cree que yo, como director de Alfa y Omega desde el primer número hasta el pasado 1 de mayo, despachaba poco menos que cada mañana con el cardenal que me daba sus consignas para el semanario. Siento decepcionar a esas lumbreras, pero déjenme asegurarles que han sido veinte años de plena libertad, en el más hondo y real sentido de la palabra, durante los cuales me ha enseñado y he tratado de aprender de él tantas cosas; por ejemplo, que la libertad es maravillosa, imprescindible, pero que lo que hace verdaderamente libre al ser humano no es la libertad, sino la verdad; por ejemplo, que en la Iglesia no hay rupturas, sino continuidades con diversos matices; por ejemplo, que cualquier relación personal entre seres humanos es infinitamente más importante que las cosas de la política, en la que los listos de siempre creían y siguen creyendo -¡allá ellos!- que vive inmerso el cardenal, con su reconocido saber hacer, su mano izquierda y su utilísima, sabia, inteligente e ingeniosa retranca gallega; por ejemplo, lo bueno que es saber callar a tiempo y no hablar a destiempo; por ejemplo, lo buenísimo, lo imprescindible que es no perder la conciencia de que somos pecadores, y que salvar nuestra alma tiene que ser nuestra principal ocupación y preocupación, nuestro muy principal negocio…

Yo podría contarles, pero muchos no me iban a creer, lo que disfruta el cardenal refiriendo anécdotas de curas de pueblo gallegos, o riendo chistes, uno tras otro, su buen humor, su entrañable cercanía en las distancias cortas, personales; le encanta casi tanto como hablar en alemán o de Alemania. Yo podría contarles…, pero lo vamos a dejar aquí. Hay una foto, para mí más que entrañable -la que ilustra este comentario-, sumamente expresiva y elocuente: ahí están, felices, san Juan Pablo II y el cardenal hojeando Alfa y Omega. No sé si ustedes se han dado cuenta, pero san Juan Pablo II fue muy determinante en la vida del cardenal Rouco. Mucho. En la mía, gracias a Dios, también. Así que lo dicho: veinte años de plenitud y de servicio, veinte años de entrega sacerdotal. Gracias sean dadas a Dios nuestro Señor.

¡Gracias, querido señor cardenal y, como usted suele decir también muy a menudo, que Dios nuestro Señor se lo pague… Mejor pagador no hay…