La verdadera misión nunca es proselitismo sino atracción a Cristo - Alfa y Omega

En la fiesta del Bautismo del Señor, el Papa Francisco ha insistido en que la verdadera misión nunca es proselitismo sino atracción a Cristo. Es una afirmación, como él mismo recuerda con frecuencia, que ha tomado de Benedicto XVI. Ambos Papas insisten sobre este punto central, pero hay quienes se sienten fastidiados, quizás porque no entienden qué quiere decir proselitismo y el porqué de su rechazo.

Proselitismo es aquí sinónimo de mecanicismo, de una comunicación de la fe que no asume el riesgo y la paciencia de pasar a través de la libertad del otro. Una forma de entender la misión como una especie de operación de marketing bien planificada, de la que después se puede hacer un estadillo. Pero la Iglesia no existe para aumentar una lista de afiliados sino para ofrecer la vida de Cristo al corazón sediento de los hombres y mujeres de cada generación.

Francisco prosiguió indicando que el estilo misionero de los discípulos de Cristo requiere docilidad y firmeza, sin gritar, sin regañar, sin arrogancia ni imposición. Estas navidades, un amigo sacerdote que trabaja en la periferia de Londres me decía que la misión tiene lugar cuando el otro se da cuenta de que no pretendes obtener nada de él, no quieres manipularle ni llevarle al huerto (ni siquiera por su bien), sino que estás dispuesto a caminar junto a él en libertad, dando lo mejor que tienes y acogiendo sus preguntas, también sus rechazos. Es entonces, me decía, cuando se abre un espacio increíble, porque la necesidad de la gente es inmensa y la imponencia de la vida cambiada por Jesús evidente. Esto me ha hecho pensar en la saludable advertencia de Benedicto XVI, que reconocía que a veces los no creyentes pueden sentir una cierta aprensión cuando advierten que nos dirigimos a ellos con intención de evangelizarlos, como si se tratase de una intervención quirúrgica.

Quizás el problema radique en que no terminamos de darle todo el crédito a esa atracción a Cristo en la que ambos Papas, Francisco y Benedicto, ponen toda su confianza. La misión no consiste en tener un altavoz más potente, en desplegar una buena estrategia, en apretar los dientes o resistir en la trinchera. Consiste en testimoniar nuestra propia conmoción ante lo que nos ha sucedido al encontrar a Cristo. No puedes dejar de desear que otros lo encuentren, y aceptas el riesgo y el precio de hacerlo presente. Pero entiendes también que debes entrar descalzo y desarmado, porque estás pisando tierra sagrada.